El Chef de la Política
De compras por la Asamblea Nacional
Politólogo, investigador de FLACSO Ecuador, analista político y Director de la Asociación Ecuatoriana de Ciencia Política (Aecip).
Actualizada:
Un caminante va de compras por la Asamblea Nacional. Ni el mal tiempo político ni los traspiés sociales lo detienen.
Ahí, impetuoso y sin dar marcha atrás, el caminante busca convencer, ensimismar, obnubilar. Al final, para conseguir lo suyo, el caminante no deja de considerar cualquiera de las estrategias, blancas o negras, que el decálogo de la política nacional ha señalado como las más efectivas.
Acá lo más conveniente es replicar lo que la tradición ha señalado como "buenas prácticas". No es el momento propicio para ensayos o pruebas piloto.
Si de comprar votos se trata, hay que ir a la segura. El tiempo arrecia y el espacio para las innovaciones está vedado. Cuántos son y a cómo le toca a cada uno. En fila, por favor, que el caminante ha llegado.
Es que el trabajo de comprar votos ahora, en tiempos de post verdades, se ha vuelto cada vez más complejo. En realidad, hoy es un arte.
El arte de conseguir que tu tecla de NO se imponga a la del SÍ no es tan simple como antaño. Antes no se sabía bien quien votaba por qué moción.
Se alzaba la mano mientras un agitado secretario intentaba llevar una cuenta que, al final, era más una aproximación a favor de quien lo colocó en el puesto que otra cosa.
Por eso era más fácil conseguir el voto al mayoreo, por bloque, en guango. Menos costos para el caminante y mayores beneficios para los oferentes del voto. Eso era eficiencia.
Ahora, con la tecnología por delante, se sabe de forma casi fidedigna cómo se pronuncia cada alma. Eso encarece la compra pues, dependiendo de la cantidad de sangre en la cara del asambleísta, el voto tiene distinto valor.
No solo es eso. Ahora los votos se presentan como reacios al acuerdo. Se asumen como impolutos. Se declaran esquivos. Sin embargo, esto no amilana al caminante y su canasta de compras.
Siempre hay opciones y, sobre todo, diversidad de ofertas. Ante clientes cada vez más exigentes y demandas cada vez más sofisticadas, el caminante tiene un repertorio más amplio en el que los combos, las ofertas de corto y mediano plazo y las concesiones no faltan.
Difícil resistirse ante tantas maravillas, dirían algunos.
Pero los avatares en el arte de ir de compras a la Asamblea Nacional no terminan en lo dicho. Otro problema que ahora se presenta es que, al negociar uno a uno, al por menor, al detal, los rencores y envidias cunden entre los oferentes de votos, pues todos quieren ver, al mismo tiempo, qué ofrece la canasta.
Todos están ansiosos de recibir propuestas y el caminante no se da abasto. El caminante marca prioridades y eso molesta a los que están a la cola.
Molestia comprensible desde todo punto de vista, pues bien podría ser que con los votos que recaude el caminante ya no sea necesario seducir a todos.
Por eso surgen las rencillas y las declaraciones. Por eso hay escaramuzas y puntos de tensión. Por eso, por un posible mal reparto, es que las afinidades partidistas se empiezan a diluir en el mar de la codicia y la falta de compromiso cívico con el rol trascendental de ser legislador.
Ante un caminante cargado de dádivas, prebendas, espacios de poder, acuerdos de impunidad y demás maravillas que esconde en su canasta, todos (o la mayoría) están ávidos por sacar a relucir su voto y su capacidad de negociarlo.
Por eso el caminante en ocasiones trastrabilla, se confunde, no atina una salida adecuada. Es que el arte de comprar en la Asamblea Nacional es cada vez más complejo pues hay que ofrecer a muchos pero no a todos.
Hay que proponer lo que se puede cumplir y algunas cosas que quedarán solo en promesas. Hay que buscar que el oferente del voto efectivamente cumpla luego de recibir lo suyo y que, al mismo tiempo, crea en la palabra del caminante.
Esa falta de confianza, reflejada en el conjunto de la sociedad, hace que el arte de ir de compras a la Asamblea Nacional sea cada vez más conflictivo y tenso no solo para el caminante sino también para quiénes están obnubilados por su canasta.