Una Habitación Propia
¡Cómo no llorarnos!
María Fernanda Ampuero, es una escritora y cronista guayaquileña, ha publicado los libros ‘Lo que aprendí en la peluquería’, ‘Permiso de residencia’ y ‘Pelea de gallos’.
Actualizada:
¡Cómo no llorar aquellas muertes que entierran su muerte en el duro corazón de todos nosotros! ¡Cómo no llorarnos!
Raúl Vallejo, A media asta
Hemos fracasado tanto que ni siquiera nos damos cuenta de que hemos fracasado. Ha fracasado el presidente, el gobernador, el Consejo de la Judicatura, la Fiscalía y nosotros y nosotras, los que nos hacemos llamar, con bastante pedantería, los “ciudadanos de bien”.
Todas las instituciones tienen una parte de responsabilidad -que no asumen y se echan la pelota unos a otros- ante lo que está ocurriendo en las cárceles del Ecuador, sobre todo en la Penitenciaría del Litoral que debe ser, hoy por hoy, uno de los lugares más peligrosos del mundo.
Nicolás Burneo escribió en Twitter que “cada prisión preventiva que se dicta en Ecuador, equivale a enviar a un inocente al corredor de la muerte”.
Me dejó pensando. Nuestro país no tiene pena de muerte, pero es como si la tuviera. Cada minuto que alguien, inocente del crimen que se le imputa o no, pasa en la Penitenciaría es un minuto en el que su vida pende de un hilo.
Y son muchos minutos los que están encerrados ahí porque los jueces y fiscales no actúan con la celeridad debida, porque a los “ciudadanos de bien” no les importa un carajo si “esa gente” vive o muere, sobre todo si muere.
Nuestras cárceles son campos de exterminio y a nadie le importa demasiado.
En un país donde para una boda sacaron a las personas indigentes de las calles y las plazas para evitar dar “una mala imagen”, lo que hacemos, y hacemos muy bien, es maquillar.
Quitar lo que nos molesta de delante.
Pero si maquillas y maquillas llega un momento en el que el maquillaje se cuartea, se rompe y muestra lo de debajo: una sociedad de porquería que no inserta, sino que descarta.
Han asesinado a gente dentro de las cárceles y muchos y muchas estarán pensando que bien hecho, que eran un problema social y que muerto el perro se acabó la rabia.
Hemos fracasado.
¡Cómo no llorarnos!
Hemos fracasado porque el acuerdo tácito entre la justicia y los ajusticiados es que se respetarán sus derechos y no que se dejará que se maten unos a otros.
Todo el que trabaja en la Penitenciaría del Litoral sabe lo que pasa en la Penitenciaría del Litoral. ¿Alguien dio la voz de alarma? ¿Alguien llamo a alguien con poder y dijo aquí hay grupos armados hasta los dientes a quienes convendría, no sé, controlar, dispersar, desarmar?
Los “ciudadanos de bien” dicen qué horror, qué horror, pero, al mismo tiempo, piden penas más estrictas y largas para los delincuentes. O sea, piden que los encierren en ese infierno para siempre.
El fracaso de su sistema carcelario es el fracaso de toda la sociedad.
Mejor dicho, como trata una sociedad a sus presos demuestra cómo es esa sociedad.
También quiénes son esos presos, de dónde provienen, de qué color son y cuántos contactos en las altas esferas tienen.
Todos conocemos a alguien que debería estar en la cárcel por apropiación ilícita de dinero público. ¿Usted no? Debería. De su bolsillo salió esa plata que quién sabe dónde estará ahora y que permite a gente vivir en Miami o en Panamá o en Guayaquil entre lujos pagados entre todos.
Nos dividimos entre paraísos fiscales e infiernos carcelarios.
Los de Miami y Panamá, los que tienen la plata en lugares que preguntan poco sobre el origen del dinero, nos costaron -y nos cuestan- más que los que tienen que llorar sus familiares nada más por estar en los pabellones de la muerte de la Penitenciaría.
Seguimos creyendo que los “ciudadanos de mal” son ellos. No los que vemos en misa y en los matrimonios elegantes y que por trabajar en el sector público están construyendo una mansión en Mocolí.
El tema de las cárceles también es un tema de racismo y clasismo.
No importan porque nunca importaron.
Son ellos, no nosotros.
Hasta que un día a un hermano, a un hijo, a un amigo, a un conocido le imputan un delito que no cometió -o que sí, que por ser delincuente no mereces que te asesinen- y lo meten a la cárcel y de esa cárcel sale abaleado, troceado, decapitado.
Salvajadas que permitimos porque en verdad no nos importan. Estaríamos en la calle pidiendo cabezas si de verdad nos importaran.
Y eso nos hace haber fracasado como sociedad, pero también como seres humanos.
Todas mis condolencias a las familias de los presos asesinados en la Penitenciaría del Litoral y perdón por lo que me toca: debimos, como compatriotas suyos, haber exigido que los cuiden mejor.
¡Cómo no llorarlos!
¡Cómo no llorarnos!