Cómo convertir a buenos muchachos en criminales de guerra
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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Pues nada mejor que combinar una guerra imperialista con la conscripción que obliga a que decenas de miles de rusos mayores de 18 años, buenos hijos, buenos vecinos, salgan de sus pueblos al cuartel.
Luego de pocos meses de entrenamiento, estos muchachos son llevados a la frontera con Ucrania, supuestamente para hacer ejercicios tácticos. De pronto, sin ningún motivo, invaden a un país eslavo como ellos, al que creen que van a liberar de una camarilla nazi.
Pero, en lugar de esperarlos con flores, los reciben como agresores, a tiros y con insultos en ruso que les llegan al alma. Muchos tienen cargo de conciencia, pero resistirse a combatir los convierte en desertores.
Embarcadas en la vorágine de la guerra, ante la heroica resistencia de los ucranios y las bajas que les causan, las tropas rusas –mezcla de profesionales, mercenarios y bisoños–, se ceban ferozmente con los civiles indefensos, torturándoles y eliminándoles por cientos con las manos atadas, en una orgía de sangre.
Han bastado dos meses para que unos chicos imberbes se transformen en criminales de guerra y queden con el corazón podrido para siempre. Tan podrido como el corazón de una parte de la izquierda latinoamericana que todavía califica a esa carnicería como "la tarea liberadora del ejército ruso".
En Vietnam, en cambio, eran los gringos quienes supuestamente llegaban a liberar a ese pueblo remoto del avance del comunismo. Y decenas de miles de efectivos fueron también, al principio, buenos chicos que cumplían con el servicio obligatorio.
Cometieron barbaridades, claro, bombardearon con napalm aldeas campesinas y masacraron civiles. Se formó así una generación de drogadictos y desadaptados con pesadillas y perturbaciones mentales, pues la única manera de soportar la tensión de esa guerra imperial, cruel e injusta, era consumiendo estupefacientes.
El horror de Vietnam fue el principal detonante de la rebelión juvenil de fines de los años 60, cuya mejor expresión se dio en la música, de los Beatles para abajo.
Pero, a diferencia del Kremlin, que ejerce una censura absoluta, mantiene al pueblo ruso dopado con la propaganda y dice con cinismo sin límites que las matanzas son un montaje de Ucrania, las noticias que pasaba la TV estadounidense y las investigaciones periodísticas impulsaron grandes movilizaciones y buena parte de la opinión pública se plantó contra de la guerra, que finalmente la perdió Estados Unidos.
En Rusia, en cambio, nadie se dará por enterado de las atrocidades mientras el déspota permanezca en el poder.