De la Vida Real
Un recorrido de retos, amistades y recuerdos inolvidables
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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El martes, a las 11 de la noche, me enteré por el grupo de WhatsApp de las mamás de la escuela que los niños tenían una presentación el miércoles a las 10:30 de la mañana en el colegio. Casi me muero, porque ya tenía el día programado. Pero la obligación de madre es primero.
Llegué justo cuando le tocó la presentación al Rodri. Me vio y se le iluminó la carita con una sonrisa. Hizo su mejor esfuerzo para agarrar el paso a sus compañeros.
No pude aguantar la risa de verle tan perdido, y me identifiqué con él, porque yo no podía seguir los pasos de una coreografía y tampoco lograba memorizar una frase, por eso, aprendí el arte de la improvisación en todas las facetas de la vida.
Luego fue el turno de la Amalia. Tener mellizos de casi nueve años y en paralelos distintos es una experiencia única, pero claro, es el doble de trabajo, angustia y emoción.
Ella tocaba el piano. Me enteré ese día de que sabe leer partituras perfecto. Se sentía profesional, movía los pies y les dirigía a sus compañeros. Vi su maravilloso dominio escénico, cosa que jamás lo logré, y sentí tanto orgullo.
Al salir del show me encontré con la profesora del Pacaí (mi hijo mayor), quien me pidió que le envíe por email fotos de él y sus compañeros desde inicial. Encontré unas bellezas. No podía creer que ya estuvieran preparando la ceremonia de fin de la primaria.
Siempre he dicho que amo cada etapa de mis hijos y que no extraño cuando eran chiquitos, pero la verdad sí me dio nostalgia. Verle al Pacaí, un niño cachetón y barrigón, y ahora ya todo un preadolescente guapo –preocupado por su outfit y con cortes de pelo estrafalarios– me movió el corazón.
Así es la vida. Adjunté las fotos y envié los momentos que ahora son recuerdos.
No puedo dejar de pensar que el colegio es la etapa más importante de la vida y la que más nos atormenta, entre deberes, exámenes y lecciones que al final se nos olvidan. Pero en el colegio creamos lazos con amigos que nos van a acompañar durante toda la vida, los volvamos a ver o no.
El sábado pasado nos reunimos los excompañeros del colegio. La verdad, ya ni sé cuántos años de graduados tenemos, porque esta reunión fue producto de una máxima espontaneidad.
No puedo dejar de pensar que el colegio es la etapa más importante de la vida y la que más nos atormenta.
Una compañera escribió en el chat: "Oigan, veámonos mañana. Tengo casa libre". No hubo ni tiempo de organizarnos. Pedimos fritada a domicilio, llevamos cervezas, y alguien alquiló una carpa. Nos juntamos 14 excompañeros.
Muchos de los que fuimos no nos habíamos visto en años, pero es increíble el vínculo que existe. Fue como si nos hubiéramos visto todos los días, y nos reímos de los mismos chistes. Nos acordamos de los mil trucos que hacíamos para copiar.
Obvio que hablamos de cada compañero que no estaba presente y de cada profesor que tuvimos y cómo nos marcó.
Hasta ese día, no me había dado cuenta de la importancia que tienen las tardes cuando estás en el colegio, porque las casas de los compañeros se vuelven parte de nuestras vidas. En resumen, crecimos juntos y queda esa complicidad de haber compartido todas esas primeras veces.
El tiempo pasa, los años escolares se acaban, los niños crecen y los padres envejecen. Es un recorrido por la vida que hacemos de la mano, y creo que el colegio también nos prepara, a los padres, para ir despegándonos de nuestros hijos.
Cuando le vi al Rodri sin saber qué hacer en la presentación y le regresaba a ver a su compañero Bruno, me acordaba que yo nunca hubiera llegado a ser bachiller sin mi amiga María José.
Porque, con todos mis problemas de aprendizaje, ella, que era súper buena alumna, me explicaba con paciencia lo que no entendía y cuando veía que mismo no podía me decía: “No te preocupes Valen te sientas al lado mío y te ayudo”.
Así fui pasando los años, siempre junto a ella. La vida nos puso en distintos caminos. Ella se fue por las leyes, y yo por el periodismo, pero la amistad y las anécdotas siempre nos unirán en algún punto.
Sentí paz al verle al Rodri de lejos, porque el colegio te enseña a superar esos pequeños retos que, cuando somos niños y adolescentes, nos parecen imposibles.Pero siempre hay un amigo que te ayuda a salir de ese estancamiento profundo.
Llegó la hora de que mi hijo mayor vaya a la secundaria y su independencia comience, y yo ahora veo el colegio como una etapa más de la vida –con sus altibajos–.