De la Vida Real
El vértigo del primer día de clases: algo que todos hemos sentido
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Cada año, cuando los niños entran a la clases, es un reto. En mi caso, un reto que se multiplica por tres. Ya debería estar acostumbrada, pero la sensación de vértigo siempre regresa. “¿Cómo les irá este año?”, me pregunto. Trato de contestarme que todo saldrá bien, pero sé que son diez meses en los que pasan muchas cosas: deberes, exámenes, exposiciones, llamadas de atención, proyectos, olvidos de cuadernos, día de la familia y muchas más situaciones que involucran sentimientos de frustración y alegría.
Son diez meses en los que veo a mis hijos crecer de lejos y de cerca. Ellos se convierten en mis maestros. Me enseñan desde sumas básicas hasta reciclaje complejo, pasando por historia y geometría. Es un recorrido complejo repleto de sabiduría.
No voy a negarlo, las vacaciones me consumen. Alteran completamente mi rutina de trabajo y, en el fondo de mi corazón, ya quiero que vuelvan al colegio, desde el primer día que salen de vacaciones. Pero, cuando llega el día en que regresan a clases, me invade la melancolía porque en la casa hay silencio. La Alexa (asistente virtual) se calla por seis horas consecutivas y las peleas desaparecen. Siento un alivio bastante contradictorio.
En estos momentos de silencio reflexivo, caigo en cuenta de que el colegio es lo que más me hace dar cuenta de que los niños crecen y el tiempo pasa. Sí, reconozco que es una frase bastante cliché, pero hace apenas ocho años estaba dejando a mi primer hijo en inicial I. Recuerdo ese día con impresión, porque los dos lloramos desconsoladamente al separarnos. El lunes pasado lo dejé en su primer día de secundaria y los dos nos quedamos tranquilos. No me dejó bajarme del carro, ni darle miles de besos. Solo me dijo con voz de adolescente: “Chao, ma. El regreso me voy en la buseta, ¿no?”
Viéndole caminar, sentí ese vértigo. ¿Cómo le irá este año?
El miércoles les fui a dejar a los mellizos a Quinto de básica. Cada uno con su mochila en la espalda. Me pidieron que los acompañara a sus aulas. Fui y les noté un poco nerviosos. El Rodri se adelantó y la Amalia le siguió. Se tomaron de la mano y caminaron juntos. Yo iba atrás tomándoles fotos. Tener mellizos es una experiencia académica única. Cada uno entró a su aula despidiéndose: “Espero que te vaya bien, ñaño”, le dijo la Amalia, y el Rodri le respondió: “Ñaña, suerte en tu primer día, no te olvides de que aquí estoy”. Y entraron a sus clases respectivas y se olvidaron de mí.
Le dije al inspector: “Ahí le encargo a Ramirito, cualquier cosa me avisa”. Y me fui a la oficina. Cuando regresé a la casa, al mediodía, sentí el silencio y la pena me invadió. La Yoli, mi ángel de la guarda que trabaja con nosotros, lloraba a mares. Me asusté, pensando que algo grave le había pasado: “Yoli, ¿qué le pasa?”, le pregunté aterrada. “Niña Valen, les extraño a mis niños. Esta casa está vacía, no hay quien haga bulla. Mire la cocina, está limpiecita. No sé, niña Valen, pero este día se me ha hecho eterno sin mis guaguas. La Alexa ya no suena. La niña Amalita siempre venía a poner música y me decía: 'Yoli, oiga la canción que está de moda’. El niño Rodri se sentaba en el mesón a verme cocinar y el niño Pacaí se ponía a conversar de política conmigo”.
Nos abrazamos y comimos juntas choclo cocinado con habas y queso. Hasta ese día, no me había dado cuenta de cómo los niños interactúan en la casa. Tienen su dinámica, su rutina, sus hábitos y son felices a su manera. Para mí siempre están peleando y desordenando todo.
El Wilson, mi marido, me bombardeaba con mensajes de WhatsApp. ¿Chi, sabes algo de las guaguas? Llámame ni bien lleguen para hablar con ellos. Y mis papis bajaron unas tres veces para ver si sus nietos ya habían llegado de la escuela. Se les notaba ansiosos por saber cómo les fue. Y yo pensaba: “No les cambiamos de colegio, todo sigue igual que hace dos meses”. Pero claro, todos sentimos ese vértigo del “primer día”.
Esa sensación de comenzar el año y querer saber cómo les fue en clases es en el fondo un recuerdo de cuando nosotros estábamos en el colegio. Sentíamos esa adrenalina de un año nuevo, de conocer si tendríamos nuevos compañeros. De averiguar qué profesor nos tocará. Creo que nosotros, los adultos, nos vemos reflejados en los niños y sentimos como propio un recuerdo que se hace presente lleno de incertidumbres. Nos acordamos que nos preguntábamos: ¿Cómo nos irá en este nuevo año?