El mundo que vimos arder
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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La guerra de Ucrania revivió brutalmente en Occidente la memoria de la Segunda Guerra Mundial. A los jóvenes europeos, hijos del Estado de bienestar, les tomó de sorpresa la barbarie y el miedo a que un nuevo psicópata pueda ordenar que destruyan sus ciudades con misiles de cabeza nuclear.
Pero a mi generación, que creció mirando esas películas épicas sobre la Segunda Guerra Mundial que Hollywood producía sin tregua, las imágenes del conflicto nos enviaron de vuelta a los cines de la infancia.
Recuerdo la vermouth del Teatro Universitario donde vi, a fines de los años 50, ‘El puente sobre el río Kwai’, con William Holden y Alec Guinnes en el papel del indoblegable oficial inglés. La historia sucedía en Tailandia y los malos eran los invasores japoneses.
Malos sin comillas, papel que corresponde ahora a los invasores rusos en este mundo nuevamente polarizado que recurre a esas categorías pueriles. La música de la película se volvió tan famosa y pegajosa que la usaron con éxito los velasquistas para su campaña electoral de 1960.
Luego llegaría ‘El día más largo del siglo’, larguísima, en blanco y negro, poblada con todas las estrellas (masculinas) del momento. Narraba el desembarco de los aliados en las playas de Normandía, cuyos 80 años se celebraron hace poco. Sin embargo, el general Eisenhower, quien fuera comandante supremo de la operación, nunca la festejó pues en el Día D habían muerto unos 20.000 reclutas que saltaban de las barcazas y eran masacrados por la metralla de los nazis, cuyos crímenes les ubicaron en el papel de malos hasta el día de hoy gracias a innumerables libros, películas y series de TV.
Otro dato que muestra la importancia del cine en la creación del imaginario colectivo es que, a la reciente ceremonia cuyo anfitrión fue el presidente francés, junto a presidentes y veteranos asistieron como invitados Steven Spielberg y Tom Hanks, director y protagonista respectivamente de ‘Rescatando al soldado Ryan’, película que, en 1998, dedicaba más de veinte minutos iniciales al sangriento desembarco en la playa de Omaha.
Acto seguido, el grupo encabezado por el oficial que encarnaba Hanks se adentraba en la campiña normanda, hasta inmolarse en la defensa desesperada (y hollywoodense) de un puente.
Pero, ¿qué tiene todo esto que ver con ‘El mundo que vimos arder’, el nuevo libro del peruano Renato Cisneros? Pues que el clímax de está impactante novela son los salvajes bombardeos a Hamburgo llevados a cabo por la aviación inglesa y estadounidense en el verano de 1943, evento en el que participa Matías, un joven piloto de origen peruano, alistado en EE.UU.
El relato de la bíblica Operación Gomorra y de sus terribles secuelas –tanto en la población civil del estratégico puerto alemán como en la tripulación de los bombarderos– está muy bien logrado, con un lenguaje cargado de información y metáforas pues Cisneros es también periodista y poeta.
No obstante, el eje central de la novela es la migración, ayer y ahora, las rupturas y conflictos de identidad que genera en quienes viajan a ganarse la vida en otras lenguas y culturas a las que nunca terminan de adaptarse.
Así, el otro protagonista de la novela es un alter ego contemporáneo de Cisneros, que, al igual que el autor, es un periodista limeño que emigra a Madrid. Nos enteramos de su historia en su larga conversación con un taxista que también vino de Lima años atrás. Aunque más actual y con material autobiográfico, esta parte resulta menos interesante que la historia de Matías. Pero en ambas, el campo de batalla se ha trasladado al corazón de los protagonistas, cuyos dramas personales diluyen el aire épico que mostraban las películas sobre la Segunda Guerra Mundial.
Lo triste, lo patético, es que nos haya tocado revivir de viejos lo que vimos de niños y creíamos superado. Como aquella anciana con pañuelo en la cabeza que, al abandonar entre lágrimas su pueblo de Ucrania, decía que de niña le tocó escapar de los invasores nazis y ahora huía de los rusos. La bestia humana no tiene remedio.