En sus Marcas Listos Fuego
CIES y Secretaría de Seguridad: el club de los imbéciles
PhD en Derecho Penal; máster en Creación Literaria; máster en Argumentación Jurídica. Abogado litigante, escritor y catedrático universitario.
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No, no estoy siendo ni mal hablado, peor aún mal educado. Estoy por fin diagnosticando la característica que al parecer deben cumplir quienes manejan la inteligencia en este chiquero tricolor: padecer de imbecilidad, o sea, ser bípedos descerebrados.
No solo el escandaloso sicariato del que fue víctima el alcalde de Manta debe hacernos reflexionar sobre lo que vamos a tratar hoy, sino que ya es hora de tomar conciencia de que algo anda absolutamente podrido en un país donde hay más sicarios que medicinas.
La inteligencia dentro de la ciencia de la seguridad es la piedra angular para combatir la delincuencia. La inteligencia, como veremos, es la que permite no llorar sobre los difuntos, sino prevenir que sean transformados a esa posición no-vital.
Cada vez que una familia asiste al velorio de un ser querido a causa de un sicariato, cada vez que un sicario es contratado, cada vez que un miserable desenfunda un arma, es porque o bien falló la inteligencia o bien porque la inteligencia no existe.
La inteligencia (y la contra-inteligencia) es la que permite al Estado saber quién está armado, quién planifica delinquir, quién trafica con armas, quién forma parte de una organización criminal, etc. La imbecilidad estatal es la que nos hace creer que hay que formar más policías para que lleguen justo a tiempo apenas empieza la balacera.
La finalidad de la inteligencia es convertir la información dispersa en información útil y estructurada para ser utilizada por las unidades operativas en el combate y desarticulación del crimen organizado.
La inteligencia debe analizar las cuatro ies básicas: intención, interpretación, influencia e impacto que permitan procesar sistemáticamente el entorno delictivo para una quirúrgica adopción de decisiones.
Así necesitaremos menos policías, pero policías ubicados en lugares correctos, no esperando a ver fortuitamente qué ocurre para repeler agresiones, sino listos para golpear antes de que los criminales preparen la antesala para un funeral.
La inteligencia, esa que hace que cuando caminas por Alemania lo hagas tranquilo, porque si un grupo se organiza para delinquir son esposados antes de hacerlo, es la que diferencia la seguridad de primer mundo de la del cuarto mundo.
Y alguien me pondrá como ejemplo las tragedias que viven en Estados Unidos con los asesinatos masivos en escuelas. Pues es que la inteligencia no puede saber qué va a hacer un adolescente o qué piensa mientras llora en el baño. La inteligencia es un método de combate a la criminalidad organizada, no a la lectura de pensamientos individuales. Es inteligencia, no brujería.
Así, la inteligencia, requiere de un proceso estructurado de asignación de tareas y planificación, recopilación y evaluación de información, cotejo y procesamiento de datos, análisis de seguridad, notificación y difusión de los productos de inteligencia, información de retorno y seguimiento, etc. Es decir, todo ese proceso que no siguen quienes manejan la inteligencia en el Ecuador porque se quedaron estancados amarrándose los cordones de los zapatos.
¿Saben, entonces, por qué las bandas organizadas tienen armas de alto calibre? Simple, porque las compraron. ¿Saben por qué las compraron? Porque los vendedores ilegales operaron sin que la inteligencia estatal los detecte.
Un país con una inteligencia estatal correcta, haría el seguimiento de la importación ilegal de las armas (tendrían un decente control de las fronteras), operaría con entregas vigiladas y metería al tarro a toda la red.
Por eso, cuando todos los días un sicario saca un arma, lean bien, es culpa del club de imbéciles que conforman el CIES y la Secretaría de Seguridad. Estos trágicos, reiterativos e inacabables eventos deben hacernos preguntar: ¿por qué ese sicario está armado fuera de los radares del Estado? ¿Por qué en este país se puede contratar sicarios sin que el Estado esté infiltrado en el mercado ilegal de vidas y muertes?
¿Se dan cuenta de que no se trata de militarizar Plaza Lagos o poner policías armados hasta los dientes en cada barrio? Esa pendejada no previene el delito, lo enmascara.
Los policías y militares deben estar donde se reúnen los delincuentes (y que por estar con la merca ya están delinquiendo) y no cazando tilingos como lo han hecho con cada inútil estado de excepción.
Pero claro, en Ecuador el oxímoron debería ser la marca de la patria grande, donde la inteligencia está a cargo de quienes carecen de ella.
Ahora entonen conmigo: Patria, tierra sagrada, un chiste de pastusos.