En sus Marcas Listos Fuego
César Suárez Pilay, mi tributo a un rival
PhD en Derecho Penal; máster en Creación Literaria; máster en Argumentación Jurídica. Abogado litigante, escritor y catedrático universitario.
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Hace un tiempo escribí una columna dedicada a quienes creen que jueces y fiscales deben ser suicidas. Los mandé al carajo, como se lo merecían, por pensar que dentro del rol de juez o fiscal se incluye el deber de morir por todos nosotros.
Hoy ya no me queda energía para elevar tanto la voz. Lo que tenía que decir lo dije ya. Hoy voy a rendirle tributo a César, un viejo rival, rival de audiencias, rival de casos, contraparte constante cuando hace muchos años fue fiscal en Quito.
A ese fiscal al que enfrenté tantas veces en audiencia y donde ambos nos disparábamos pruebas, alegatos, argumentos, para que sea la verdad la que decida quién saldría triunfante, acaba de ser brutalmente acribillado, disparado en la cabeza, por quienes se oponen a la civilización, al orden y al Estado.
Y esto es lo que quiero explicar hoy para que todos entiendan lo que enfrentamos, que es conceptualmente mucho más grande de lo que queremos admitir.
Miren, yo casi siempre me opuse a César. Pero claro que lo hice, porque ese era mi rol: defender a quienes acusaba. ¿Y cuál era el rol de él? Acusar cuando consideraba que contaba con los elementos suficientes para hacerlo. ¿Cómo lo combatí? Colocando la guerra de ideas contrapuestas ante la única autoridad que puede decidir quién tenía la razón: un tercero imparcial denominado juez.
A la salida uno ganaba y otro perdía. ¿Qué hacíamos al tenernos frente a frente? Darnos la mano, entender que nada era personal, que cada uno estaba desempeñando su rol social y desearnos un buen día.
Esto, ciudadanos, esto se llama litigar. Litigar con altura, litigar respetando el sistema constituido, litigar respetándonos. Sabiendo que el que miente sería derrotado y que sería la verdad la única vencedora.
Pero esto no lo entienden quienes se oponen al sistema.
Quienes se oponen al orden civilizado no están dispuestos a enfrentar a un fiscal en la cancha judicial, a contradecir pruebas de cargo con pruebas de descargo, a rebatir argumentos con argumentos, pero, sobre todo, a aceptar que la decisión de un juez es orden y ley.
Quienes se oponen al sistema no juegan con nuestras mismas reglas, no hablan nuestro mismo idioma. ¿Cómo es que entonces somos tan cretinos de seguir pensando que debemos conversar con ellos a través de la norma?
Perdónenme, pero no me jodan. Puede habernos o no gustado César Suárez Pilay, pero para vencerlo, para ganarlo, ahí está la cancha institucionalizada del Derecho. Si vamos a vivir en un Estado en el cual se enfrenta a un fiscal a tiros, mejor entreguemos el país al crimen y larguémonos de aquí.
Quien decidió matarlo deja claro que el debido proceso y el ordenamiento jurídico aplica a los ciudadanos, pero no a los enemigos.
Cuando por fin entendamos esto, cuando el Estado por fin se apriete los pantalones para hacerse sentir con una fuerza abismal frente a los enemigos de la civilización, entonces recién habrá atisbos de luz para el futuro de esta patria, cuya bandera hoy es amarilla roja y roja. El tricolor al traste.
Pero la reflexión no queda aquí. Permítanme subir el tono. ¿Qué carajos hacía César, actualmente encargado de una unidad antinarcóticos en Guayaquil, conduciendo sin seguridad, sin resguardo policial, sin un maldito Estado protegiéndolo?
¿Cómo demonios piensa el gobierno que un fiscal debe enfrentar a sicarios armados? ¿A codigasos? En serio, ¡váyanse al carajo! No me pidan mesura y váyanse a la punta de un cuerno.
La muerte de César es el resultado de un Estado que exige a través de decretos que sus fiscales y jueces se suiciden, de un cúmulo de sucesivos gobiernos que piden a todos unirnos en una cruzada contra el terrorismo y nos piden hacerlo desnudos, desprotegidos.
El maldito sistema nos quiere hacer creer que existe alguna clase de heroísmo en ser cadáver.
Y sí, César es cadáver. ¿Ahora qué? ¿Ahora qué le dice el gobierno a su familia? ¿Les dirán que es un héroe por haber enfrentado a terroristas?
Con mi tono más bajo y humilde de voz les pregunto: ¡¿De qué carajos le sirve a su familia esto?! ¡¿Para qué maldita cosa sirve un féretro a sus hijos?! ¡Métanse su discurso de heroicidad por el mismo orificio por el que les salen las ideas! Porque en este país las estrategias para enfrentar el crimen organizado se defecan.
“El gobierno no negocia con terroristas”. Cool. Pero completemos la oración: “El gobierno exige a sus fiscales y jueces que enfrenten al crimen organizado sin protección, sin seguridad, sin garantías”.
Sorry, pero así no se puede. Perdón, pero de nada sirve tener miles de militares y policías en las calles cuando quienes realmente necesitan seguridad terminan desangrados frente a las cámaras.
Y quisiera terminar esto insultando, poniéndome soez, hablando a las autoridades en el tono que merecen. Pero no puedo. No puedo cuando veo a mis amigos o a mis rivales morir por el simple hecho de desempeñar roles ciudadanos.
Me absorbe la energía ver los cadáveres de quienes combatí con ideas en un mundo que me da contra el suelo y por fin me hace ver que en este paisito hace mucho las guerras dejaron de ser de ideas. Y otra vez, sí, ¡que se vaya todo al carajo!