El profeta de “La Nuestra”
Jorge Valdano es un exfutbolista argentino, campeón mundial en México 86, conferencista, pensador del fútbol, reconocido por su visión global y sus aportes al liderazgo y al análisis de este deporte.
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César Luis Menotti fue un maestro que persiguió sus sueños hasta el último día. Incluso en estos tiempos en que a este don Quijote de la cancha no le quedaban ni molinos contra los que pelear, porque el fútbol argentino perdió el culto al estilo que le caracterizó durante mucho tiempo. Lo que no perdió es el espesor cultural, como demostró la Selección Argentina campeona en Qatar, última alegría que habrá enorgullecido a Menotti con todo derecho.
Como tantas figuras relevantes del fútbol argentino, Menotti nació en Rosario, donde el juego tuvo siempre respeto por una manera elegante de hacer las cosas. No es casual que Messi desde la acción y el Negro Fontanarrosa desde la ficción, dibujaran desde su Rosario natal un fútbol genial. Ese es el escenario en el que creció Menotti, en un barrio acomodado de la ciudad.
Menotti definió, defendió y difundió “La Nuestra”, un estilo que nos expresaba desde una estética futbolística elegante y una cultura callejera y orgullosa. Defendía al jugador diferente, enseñaba el oficio y hasta una visión moral de la cosa. Me gusta pensar que Menotti dignificó con sus ideas lo que Maradona defendió con la pierna izquierda.
Acorde con su condición de canalla, fue en Rosario Central donde empezó a jugar profesionalmente y, desde la primera hora, a pensar y defender el fútbol refinado que le apasionaba. Era centrocampista y jugaba con zancada larga, ritmo pausado y un disparo muy potente como característica saliente. Llegó a merecer la camiseta de la Selección en unos pocos partidos. No creía mucho en el sacrificio. Cuentan que cuando llegó a Boca, en el equipo reinaba Rattín, un mediocentro de imponente presencia y con fama de caudillo. En un partido de local que se estaba perdiendo, el “Rata” (que así llamaban a Rattín) le gritó: “corré Flaco, que nos van a matar”, a lo que Menotti contestó: “sí, lo único que falta es que para jugar al fútbol tenga que correr”.
Su carrera futbolística la cerró en Brasil, donde pulió aún más su sensibilidad artística en los dos años que estuvo en el Santos de Pelé.
La personalidad entre bohemia e intelectual que lo acompañó siempre estaba construida por un gran amor a la música popular, una sensibilidad estética hacia todo y un fuerte compromiso con la política de izquierdas. Sus charlas tenían un aire intelectual que lo elevaba por encima de su ámbito y que mezclaba con giros callejeros que lo devolvían a la comunidad futbolística. Nunca supe cuál de las dos características contribuía más a su calidad de seductor. Pero por la fuerza de su carisma, la claridad de su discurso y la convicción con que defendía sus ideas provocaba un milagro de comunicación: escucharlo producía ganas de jugar al fútbol.
Adhería a un fútbol de ataque con la defensa muy adelantada el famoso y controvertido “achique de espacios”, defendía el buen gusto hasta en las pequeñas cosas y, por su poder de observación, era brillante en el análisis y en la transmisión de conceptos. Entrenaba a un ritmo altísimo y, en contra de lo que dice el lugar común, su buen gusto para elegir jugadores no eximía a nadie de un alto grado de exigencia.
Sus correcciones tenían gracia y resultaban fáciles de recordar porque tenía el don de hacerlas gráficas:
- ¿Usted mató alguna vez a un arquero?
- ¿Cómo?
- ¿Qué si alguna vez asesinó a un arquero?
- No. ¿Por qué?
- Porque cuando tira al arco parece que lo quiere matar en lugar de elegir un rincón. ¿Por qué no piensa antes de disparar?
Lo de pensar debe de haber tenido, para él, mucha importancia. En una ocasión Pacho Maturana le comentó preocupado que Valderrama a veces se paraba en medio del partido, a lo que el Flaco contestó:
- Estará pensando.
Ya como entrenador hizo campeón a un equipo modesto, Huracán, con un fútbol deslumbrante que todavía se recuerda. Ese logro lo puso al frente de la Selección Argentina a partir de 1974. Con un trabajo riguroso, jugadores con buena técnica que respetaban nuestro tradicional estilo y un ritmo de juego alto que hacía al equipo competitivo al máximo nivel, conquistó el Mundial 78. Con los militares más sangrientos de la historia argentina en el poder, aquel triunfo aún permanece bajo sospecha por la dictadura. Un absurdo mayúsculo: jugaban muy bien, ganaron con justicia y pusieron al fútbol argentino en otra dimensión. Lo siguiente debería tener un reconocimiento tan grande como el título: dignificó como nadie y para siempre a la Selección Nacional. Desde el 78, la camiseta de la Selección Argentina alcanzó una dimensión sagrada y pesa el doble.
Aquel triunfo convirtió a Menotti en una figura estelar en todos los ámbitos: hablando de fútbol era un gurú, pero lo mismo charlaba con Borges, que desafiaba al régimen militar con declaraciones en favor de los artistas exiliados. Quien tiene ideas tiene enemigos y si esas ideas tienen relieve social y político, los enemigos se hacen más grandes y numerosos. Muchos de ellos esperaban su derrota, que llegó en el Mundial 82. Ahí las ideas empezaron a tener bandos, y las discusiones futbolísticas derivaron en batallas entre dos polos que respondían al nombre de menottismo y bilardismo, dos mundos futbolísticos, estéticos y éticos opuestos.
Desde entonces dirigió diversos proyectos como el del Barça de Maradona, donde estuvo un año y que dejó voluntariamente. Alguna vez le oí decir que fue el error de su vida. También entrenó a la Selección Mexicana, donde basta hablar con jugadores como Campos o Hermosillo para comprobar que fortaleció, en todos, la confianza competitiva. En un buen número de experiencias en distintos equipos de Argentina y Uruguay, empezaba con una energía ganadora, que se iba debilitando poco a poco. Como ocurre con todos los genios creativos, perdía motivación en el camino y necesitaba escapar en busca de nuevos estímulos. Sin embargo, no necesitaba ganar para que fuera considerado el mejor, como lo dicen todas las encuestas entre jugadores argentinos desde hace cuarenta años.
Yo lo conocí a los 17 años, cuando me convocó para participar con la Selección Argentina en el Mundial Juvenil de Toulón, Francia. Acababa de terminar el Mundial de Alemania 74 en donde Holanda le había pasado por encima a Argentina. Nos acomplejaban los jugadores europeos porque nos parecían fuertes, rápidos y grandes. Cuando llegamos a Toulón, Menotti nos llevó a ver un partido de la Selección Alemana que confirmó nuestros complejos. Cuando Alemania metió el quinto gol, un compañero morenito y flaco como un palo, no aguantó más y dijo: “Cesar, los alemanes son fuertísimos”. Menotti, con unos reflejos inolvidables, se dio la vuelta y remató: “¿Fuertísimos los alemanes? Fuerte es usted que se crio entre bacterias y virus y juega al fútbol mejor que todos estos juntos. Si llevamos a un alemán de estos a su casa, a los dos días lo sacan en camilla”. Ahí estaba el líder saliendo al quite con una ocurrencia genial porque sabía que con miedo no se puede competir.
Pero mucho más, ahí estaba el tipo que creía en la singularidad del jugador rioplatense. En su técnica, su personalidad, su imaginación… El fútbol que incorporó a su vida desde la infancia rosarina y que a lo largo de los años no hizo otra cosa más que iluminar. Desde aquel Mundial Juvenil, que ganamos, hasta hoy, he considerado a Menotti como un gran maestro. Me autorizó a llevar al profesionalismo los sueños de mi infancia, me dio consejos que fueron antídotos para mis defectos y me enseñó a amar el fútbol y a defenderlo con orgullo como parte de nuestra herencia cultural. Solo me queda decir, con emoción, lo mejor que se puede decir de un maestro: si Menotti no se hubiera cruzado en mi vida, yo no sería la persona que soy.
Artículo publicado el 5 de mayo de 2024 en El País, de PRISA MEDIA. Lea el contenido completo aquí. PRIMICIAS reproduce este contenido con autorización de PRISA MEDIA.