Lo invisible de las ciudades
¡No toquen Cerro Blanco!
Arquitecto, urbanista y escritor. Profesor e Investigador del Colegio de Arquitectura y Diseño Interior de la USFQ. Escribe en varios medios de comunicación sobre asuntos urbanos. Ha publicado también como novelista.
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La relación que Guayaquil ha tenido siempre con su entorno inmediato es hostil. Desde los tiempos de la colonia, la naturaleza ha sido ese ente amenazador, en el que habitan plagas, enfermedades, insectos y reptiles peligrosos.
Las circunstancias presentes son muy diferentes. La naturaleza se ha visto obligada a replegarse ante nuestros abusos. Hemos depredado salvajemente los manglares circundantes; tanto para construir los barcos de la colonia; como para construir las actuales camaroneras. Nuestra presencia ha vuelto inhóspito al estero Salado; y somos el punto de convergencia donde todos los contaminantes de la cuenca del Guayas se encuentran. Hemos creado un entorno “seguro” para nosotros, destrozando el hábitat de otras especies.
Quedan muy pocos bastiones para la naturaleza en las cercanías de Guayaquil. El bosque protector de Cerro Blanco es el más importante de ellos. Se trata de 6.000 hectáreas, donde se refugian criaturas en peligro de extinción, como el papagayo de Guayaquil o los monos aulladores.
Cerro Blanco ha tenido que lidiar con varias amenazas a lo largo de los años. Las canteras de piedra en la ladera sur del cerro ha sido una de ellas. El crecimiento de la ciudad hacia la Vía a la Costa es otro. A ellos se suma un nuevo factor, que pone en riesgo su biodiversidad: el proyecto de la Vía Alterna a la Costa.
El actual gobierno municipal ha desempolvado el proyecto de una carretera de aproximadamente 13 kilómetros de largo, que atravesaría el bosque protector. A esto, el municipio guayaquileño aduce que no se lo afectará, porque se construirán dos túneles que pasarán por debajo del mismo.
Más allá de que es de ingenuos negar el impacto ambiental que tendrá dicho proyecto en el sector, veo a la mencionada vía como deficiente, desde varios aspectos urbanos.
- El primero es su trazado. Se trata de una maniobra costosa, que al final termina conectándose a la existente Vía a la Costa; manteniendo a esta última como el embudo donde el tráfico vehicular se atora. Con la demanda vehicular inducida que generaría la vía alterna, dichos embotellamientos serían aún peores.
- La novelería casi infantil por construir más túneles no compensa en nada semejante gasto. El costo de hacer una vía a la costa paralela a la existente, que conecte con la carretera mucho más allá del Parque del Lago, ofrecería el beneficio de abrir alternativas viales que descarten los congestionamientos.
Evidentemente, un nuevo trazado debería tener cierta distancia del bosque protector Cerro Blanco, para no afectarlo. Una vía implica varios riesgos; el mayor de todos -considerando los antecedentes históricos de la ciudad- sería el surgimiento de asentamientos informales, como producto del tráfico ilegal de tierras. Las nuevas vías deben ser concebidas como soluciones que no generen nuevos problemas.
Cierto es que la necesidad de una nueva terminal aérea en Guayaquil es real; principalmente porque el aeropuerto actual cuenta con una pista demasiado corta, que le impide a los aviones grandes operar en la ciudad a su plena capacidad de carga. Pero el proyecto del nuevo aeropuerto en Daular recién está retomándose, y resulta sospechoso que se hable de construir una carretera hacia el mismo; mucho antes de que comiencen sus labores de construcción. También se nota un recurso retórico forzoso, al justificar esta nueva carretera como conector al nuevo aeropuerto, cuando este no llegaría a donde se ubicaría la nueva terminal.
Queda entonces en las manos del alcalde Aquiles Álvarez el destino del último bastión natural que tiene la ciudad y sus inmediaciones. Esperemos que preservar el bosque protector Cerro Blanco pese más que la cuestionable construcción de una carretera que llevará hacia un aeropuerto que aún no existe.