Con Criterio Liberal
Celebremos el éxito y más bien compadezcamos el fracaso
Luis Espinosa Goded es profesor de economía. De ideas liberales, con vocación por enseñar y conocer.
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Los Juegos Olímpicos son una ocasión magnífica para celebrar a la Humanidad. Cada cuatro años vemos a los atletas superarse. Como dice su lema en latín: 'Citius, altius, fortius': más rápido, más alto, más fuerte.
Descubrimos las infinitas maneras que tenemos las personas de jugar. Con una pelota o un palo, en el agua o en la tierra, corriendo o saltando. Y de competir, siempre competir por saber quien es mejor. O mejor dicho: qué grupo es mejor. Pues la competencia la hacen representando a los suyos, a cada nación, a cada grupo con el que se sienten identificados.
Más allá de las palabras cursis de cada inauguración y del 'Imagine' de John Lennon que cantaron, los Juegos Olímpicos son la exaltación de las naciones, pues cada deportista compite por una bandera, y todos nos alegramos cuando ganan los de nuestro país, o aquel que nos produce más simpatías por historia, afinidad cultural, amigos o estereotipos.
Y es, precisamente, esa competencia la que impulsa a un esfuerzo adicional a cada uno, y al final a la mejora global. Exactamente igual que ocurre en el mercado. En cada periodo olímpico la Humanidad bate sus propios récords compitiendo entre nosotros. Qué admirable.
Para lograr no ya ganar, sino tan siquiera estar en los Juegos Olímpicos, se necesitan unas cualidades físicas excepcionales, que hay que cultivar con un esfuerzo denodado, entrenando años y años.
Y también de unas cualidades psicológicas excepcionales, que igualmente hay que cultivar y controlar. Y un fallo en el aspecto físico (lesión) o en el aspecto psicológico puede llevar a la retirada y al fracaso.
Todos nos podemos compadecer de quienes sufren una lesión o una depresión y entender que se retiren de los Juegos, pues esos jugadores probablemente estén más cerca de cada uno de nosotros que los campeones, pues muestran sus debilidades y falencias, y no ser 'héroes' como aquellos que se alzan con las medallas.
Pero la mera existencia de los Juegos Olímpicos, de los deportes en general, se basa en admirar la excelencia, premiar a los mejores, celebrar a los ganadores.
Por eso una cosa es compadecer y otra muy distinta celebrar o admirar.
La compasión no es algo positivo ni para quien la siente ni para quien está dirigida, pues le coloca en una posición de superioridad y condescendencia a quien compadece y de inferioridad a quien es compadecido.
La admiración es lo opuesto pues nos mueve a ser mejores. A quienes admiramos pues nos coloca en una posición de inferioridad, y nos apela a emular. A quienes son admirados pues se sienten gratificados por su esfuerzo y les motivará a más.
Claro que siento compasión por Simone Biles, yo también soy humano y débil. A mí también me asaltan mis propios demonios, que me impiden llegar a mi máximo potencial.
Pero siento admiración por todos los deportistas que compiten, se sacrifican y triunfan. Y esa admiración es el motor de los Juegos Olímpicos, de la superación humana.