Al aire libre
10 kilómetros de 'masacre' en Baños
Comunicadora, escritora y periodista. Corredora de maratón y ultramaratón. Autora del libro La Cinta Invisible, 5 Hábitos para Romperla.
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Mientras caminaba en el último tramo vertical, ya no podía respirar, entonces gateaba. El sol era brutal. Empezaron los calambres.
Me quemaban las piernas y decidí parar, cada tres pasos, en cualquier espacio que encontraba en el estrecho sendero. Los participantes que iban detrás tenían que parar a esperarme y yo les decía: pásenme no más por encima.
Me venía a la mente 'El Viejo y el mar', de Ernest Hemingway. Su persistencia, su fuerza, seguir aunque te mate. Él amaba al pez, como yo amo al trote:
"Me estás matando, pez –pensó el viejo–. Pero tienes derecho. Hermano, jamás en mi vida he visto cosa más grande, ni más hermosa, ni más tranquila, ni más noble que tú. Vamos, ven a matarme. No me importa quién mate a quién".
Yo no era la única en ese estado; amigas que llegaron antes o después, hablaron de calambres horribles.
"El cuadro de aceleraciones del corazón ya era un poco preocupante", comentaba un chico unos días después de la carrera.
En la largada ya nos advirtieron: ¿están listos para la masacre? Y todos, ilusos: ¡síííí!
Tenía tantas ganas de correr la 'Petzl Trail Plus', por su fama de dura, pero diferente, y por el entorno de Baños, lugar emblemático de buena vibra y buen aire.
Tal vez soñaba correr entre la niebla húmeda de las estribaciones de la selva. Pero me equivoqué. Sol seco y polvoriento. Y sin poder admirar la vista de 360 grados porque me caía por la pendiente y el apuro de los corredores.
Encontré a un chico que me había pasado. Estaba maltrecho sobre las ramas, esperando a que vinieran a recogerlo. Dijo que se había tronchado el tobillo y, además, a cada paso que daba se caía por los calambres.
Le pedí su nombre y dijo: Santiago. Ni bien llegué avisé a los paramédicos que me dijeron: tendrá que esperar a la escoba. Nosotros no podemos ir porque tenemos dos desmayados aquí.
No hay que dejar que se te active el calambre, me dijo una chica, date golpes y masajes.
Ya en la bajada, decidí copiar lo que hacían algunos: me senté y me fui resbalando, creo que fue una parte rica que no hacía desde la niñez.
Sigo impresionada con colegas que ya estaban bañados y vestidos cuando yo recién iba camino a mi hospedaje. Y más impresionada con los que corrieron 20, 50 u 80 kilómetros.
Les esperamos el próximo año, decían en el micrófono a la llegada. Yo: nunca más.
Pero han pasado los días y aunque todavía tengo algunos dolores, estoy pensando que quitando el factor sol y la lesión de mi pantorrilla izquierda, podría darle un poco más largo en 2023.