Alcaraz o el poder de la juventud
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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Te empiezas a volver viejo cuando dejas de entender a los jóvenes. Sobre todo, cuando se rebelan contra lo establecido. Que se acuerde la vaca cuando fue ternera.
Mi generación fue particularmente resabiada, con esa mezcla de jipismo, contracultura, revolución política y marxismo. Finalmente, terminamos adaptándonos pues compartíamos con los mayores el respeto a los libros, a la filosofía, a los grandes proyectos colectivos.
Ahora, en cambio, estamos viviendo una ruptura mucho más profunda, casi una mutación de la especie humana, con los celulares, las redes, los influencers y la inteligencia artificial.
Obviamente, los más afectados han sido los nativos digitales, esos menores de 25 años para quienes el celular es parte de la mano, es su ventana para ver el mundo y relacionarse con los otros. Ya no leen impresos, ni siquiera ven televisión y se dice que son más individualistas, quieren gozar el presente y no comprometerse con grandes proyectos…
Siempre hay que poner en duda esas generalizaciones. Por eso fue tan lindo ver el domingo ese ritual milenario en el que el joven atleta, en este caso un superdotado para el tenis, de pelo negro tupido y una sonrisa desbordante, un torrente de energía, talento y carisma, desafiaba al rey de 36 años, el último de los Big Three, ese Djokovic lleno de sabiduría y trucos como alargar el tiempo de los saques, que no se vacuna contra el covid y rompe raquetas como adolescente.
Yo estaba corrigiendo un texto, pero me levantaba a ver de rato en rato. Como iba por Carlitos, creí que todo estaba acabado cuando Novak ganó el primer set 6 a 1.
Sin embargo, dando muestras de poder mental, virtuosismo y coraje, el español se fue recuperando golpe a golpe y ganó el segundo set con un passing shot paralelo. "Si lo lleva hasta el quinto, Wimbledon es suyo", pensé.
El viejo león se defendía y contraatacaba con algunos tiros magistrales. Arrasado en el tercer set, se recuperó en el cuarto y el partido se volvió épico, para usar el socorrido e inevitable adjetivo.
Del quinto set quedaron para la historia dos golpes audaces y perfectos de Carlitos: un drop y un globo a la espalda de Novak, que diez años antes los hubiera alcanzado, o por lo menos lo habría intentado, pero ahora solo los vio caer y comprendió que el retador de 20 años, esa fuerza de la Naturaleza que tenía al frente, se alzaría con un trofeo que él había ganado más veces que nadie.
Entonces recordé el clásico cuento de Jack London: 'Un buen bistec' sobre el último combate de Tom King, un boxeador de 40 años que ya ha pasado el límite de edad pero sigue peleando por unas esterlinas para su miserable hogar donde su mujer no pudo comprarle un pedazo de carne para que acumulara energías antes de pelear con un joven cualquiera, un tal Sandel.
Luego de resistir y castigarlo con todas las mañas del oficio, son justamente esas energías las que le faltan para asestar el golpe decisivo.
A Djokovic no le faltó alimento, le sobraron años, pero en la entrega del trofeo tuvo la elegancia de reconocer que Carlos tiene lo mejor de los Big Three que dominaron el mundo del tenis los últimos 20 años. "Nunca me he enfrentado a un jugador como él", confesó.
En 'El eros electrónico', Ramón Gubern dice que la biología premia al primate con una descarga: "Cuando un jugador de tenis gana un partido, aumenta claramente su nivel de testosterona en la sangre y se siente eufórico, exactamente igual que los primates que se convierten en los machos dominantes de su grupo".
Eso era Carlitos, celebrando a los brincos su victoria. Pero también pensé en otro boxeador, Cassius Clay, quien, luego de noquear al viejo y lento Sony Liston gesticulaba y gritaba en el centro del ring que era el más guapo del mundo.
Ojalá que el smartphone y la inteligencia artificial no acaben con el poder de la juventud y sigan asomando retadores con el talento y el coraje de Carlitos Alcaraz.