De la Vida Real
Noches de inquietud: Sobreviviendo entre el miedo y la esperanza
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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"Pum, pum", se oye en la noche. Y silencio. Los perros ladran, no sé si son disparos o fuegos artificiales. El silencio se vuelve oscuro y mi corazón late "toc, toc, toc" a toda velocidad. El miedo me paraliza por completo.
No puedo dormir tranquila. Cojo el celular para ver si hay alguna novedad. Nada nuevo. En Esmeraldas, más carros incendiados. Las cárceles siguen con motines. Todo un país está conmocionado. Y en Guayaquil solo ha aumentado el número de sicariatos, un porcentaje que se suma a la estadística.
Trato de dormir. Aquí, en mi barrio, no pasa nada, pero cualquier ruido asusta. No se oyen autos porque estamos en toque de queda, pero de cuando en cuando se oyen voces. Me quedo atenta, escuchando sin poder moverme. Sé que vivo en un barrio y tal vez solo son los vecinos que están conversando, pero con tanto silencio cualquier sonido parece un estruendo violento.
Trato de dormir, pero no puedo. Me asusta que algo pase. "Estamos en guerra", decretan las autoridades. "Una guerra contra los terroristas", dicen, pero ellos son invisibles. Están en cualquier lado. Me da miedo que pongan una bomba en la gasolinera de aquí arriba.
Veo que han puesto una bomba en una UPC al sur de Quito. “Eso queda lejos de aquí”. Trato de consolarme para poder dormir. Amanece por fin y los carros empiezan a pasar. Siento que poco a poco volvemos a la normalidad del día.
Veo noticias: más muertes. Informan que los militares humillan a los delincuentes; que los policías están siendo crueles con los sicarios. Cambio de canal. Felicitan a los militares y a los policías. Me quedo viendo una entrevista que le hacen a un señor en la cual explica lo que está pasando: "La situación es terrible porque el enemigo está armado y tiene también mucho poder, nacional e internacional", dice.
Mis guaguas hoy asisten al colegio virtual, mi marido a teletrabajo y yo veo la hora: son las 6:10 a.m. Los despierto a todos. Les alisto y me acuerdo de la pandemia. Una época horrible. Me da angustia no tener pan, pero por lo menos ahora sé que puedo salir a comprar sin miedo, bueno, con un poco de miedo. ¿Miedo a qué? No tengo claro, pero sé que siento miedo. Prefiero hacer arepas, es muy temprano para salir, pienso.
Los niños desayunan y quieren saber qué más ha pasado. Vemos noticias. A las 8 a.m., se deben conectar a clases.
—Ma, ¿hasta cuándo va a durar esto?
—Hasta el viernes, chiquitos.
—Ma, ¿por qué les meten a la cárcel a los delincuentes? En la cárcel están sus amigos. En la cárcel aprenden cosas malas. ¿Por qué no los llevan a un lugar más seguro?
¿Qué puede contestar una madre ante esa pregunta de un niño de 9 años?
—Ma, hoy no salgas de la casa. Tengo miedo de que algo te pase.
—No, aquí estamos seguros. No podemos vivir con miedo. Hay que hacer la vida normal. No arriesgarnos, pero tampoco paralizarnos. Vayan a clases.
Me alisto. Tengo que ir a la tienda a comprar arroz para el almuerzo.
—Doña Rosa, regáleme dos libras de arroz, cuatro tomates, un aceite y diez huevos.
—Mi veci, ¿ve cómo estamos de fregados? Dicen que el centro de Quito está colapsado, que en Carapungo no hay nada y que Guayaquil y Esmeraldas son tierra de nadie.
—Así es, Doña Rosa, pero la vida sigue.
—Oiga vecina, ¿usted pudo dormir anoche?
—Sí, Doña Rosa, dormí tranquila.
—Dios bendito. No ve que anoche, aquí arribita han agarraron a dos. ¿No oyó los disparos?
Pasa el día: mismas noticias, misma rutina. Y cae la noche...
—Ma, tengo miedo. ¿Puedo dormir con ustedes?
—Ven, mi rey.
—Ma, tengo miedo. ¿Puedo dormir en su cama?
—Sí, chiquita.
—Ma, ¿crees que ya le agarraron a Fito? —nos pregunta Rodri, mi hijo de 9 años.
—¿A qué Fito? ¿Fito Páez? —pregunta Amalia, mi hija de 9 años, desconcertada.
Nos reímos con Wilson, mi marido. La noche no es tan terrible como la anterior, esta vez estoy acompañada.
Llega la mañana y el fin de semana. Pasamos tranquilos y sin ver noticias. También trato de no estar tan conectada a las redes. Hago un esfuerzo por no leer ni ver tanta cosa sobre el tema de la delincuencia. Trato de desintoxicarme porque la sobreinformación también satura y siento que me afecta demasiado.
El miércoles mis hijos volverán al colegio. Sí, tengo miedo, pero me autoconvenzo de que no va a pasar nada. Solo espero que esta guerra contra el terrorismo termine pronto y no borre nunca más la sonrisa y la inocencia de los niños.