El indiscreto encanto de la política
Campañas vemos, gobiernos no sabemos
Catedrático universitario, comunicador y analista político. Máster en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Salamanca.
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Las campañas electorales son un periodo de competencia feroz por el poder. Los candidatos buscan destacar entre sus adversarios y captar la atención de los votantes con propuestas atractivas y ambiciosas que sintonizan con las aspiraciones y necesidades de la ciudadanía.
No obstante, una vez en el cargo, la flamante autoridad enfrenta la realidad de la separación de poderes, los límites de su autoridad y la coyuntura económica, que limitan la capacidad de cumplir sus promesas.
Daniel Noboa, por ejemplo, durante la última campaña electoral, e incluso en sus primeros meses de gobierno, fue categórico al señalar que no subiría impuestos. De hecho, su plan de gobierno hacía énfasis en mejorar la recaudación a partir de combatir la “corrupción fiscal y la evasión de impuestos”.
En la práctica, las necesidades financieras del Estado provocaron no solo que se tome la histórica decisión de subir el impuesto al valor agregado, sino que también se considere la eliminación del subsidio a las gasolinas, medida que tampoco figuraba en su plan original.
Una de las propuestas que más llamó la atención en su campaña presidencial fue su detallada explicación sobre el camino a seguir para bajar el precio de la electricidad y los combustibles y así mejorar la productividad y competitividad del país. En la realidad, ocurrió todo lo contrario.
En esta misma línea, tenemos las ofertas de la eliminación de la tabla de consumo de drogas (que más allá de un tiktok donde el presidente rompía un papel, sigue aún vigente), construir cárceles barcazas o las dos prisiones de máxima seguridad que funcionarían en 6 meses. Igualmente, en entrevistas y debates previos a la elección, Noboa prometió no flexibilizar la contratación laboral, sin embargo, en la Consulta Popular incluyó una pregunta sobre la modalidad de contrato por horas.
Por supuesto, prometer lo imposible como estrategia de campaña en un contexto de alta competencia y emociones electorales no es una particularidad exclusiva del sistema político ecuatoriano.
El presidente de Colombia, Gustavo Petro, asimismo está por llegar a los dos años de gobierno con varias promesas incumplidas. Obras como un aeropuerto internacional en La Guajira o el tren eléctrico de Buenaventura a Barranquilla hoy quedan en el registro de la historia como promesas grandilocuentes que nunca vieron la luz.
En México, el presidente López Obrador se despide de la presidencia luego de seis años de gobierno, dejando varias ofertas de campaña sin cumplir. Una de sus propuestas fue lograr que México tuviera un sistema de salud “mejor que el de Dinamarca”. La realidad es que el porcentaje de población con carencias en el acceso a servicios de salud pasó de 16,2% en 2018 a 39,1% en 2022. En lo económico, mientras en 2018 afirmaba “no aumentar la deuda”, para 2024 contempló un endeudamiento histórico de 5,4% del PIB.
Estamos próximos a una nueva elección, y seguramente los equipos políticos de los presidenciales estarán preparando nuevos megaproyectos que logren captar la atención y el voto de los ecuatorianos, perpetuando este ciclo de expectativas y decepciones.
Recae en nosotros, los electores, discernir entre las promesas realistas y las ilusorias porque, como señala la historia, campañas vemos, gobiernos no sabemos.