Una Habitación Propia
Callémonos un poquito
María Fernanda Ampuero, es una escritora y cronista guayaquileña, ha publicado los libros ‘Lo que aprendí en la peluquería’, ‘Permiso de residencia’ y ‘Pelea de gallos’.
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Pensé en dejar esta columna en blanco, un espacio vacío para que aprovechemos, tanto ustedes como yo, de un necesario y terapéutico minuto de silencio.
Llevo días atormentada, pensando qué escribir aquí cuando no sé ni qué decirme a mí misma, mucho menos a alguien más.
Los ecuatorianos y ecuatorianas estamos viviendo tiempos violentos. Al horror mundial de la pandemia y todo el espanto de allá afuera está, aquicito en nuestra casa, un muy particular calvario, una cosa tan descabellada que si la pones en una película sería completamente inverosímil.
Imagínenlo. En un mundo azotado por la peor plaga de la historia moderna, un paisito decide ir a elecciones pese a todo. Una vez expuesta la población al contagio, las potenciales muertes elevadas exponencialmente, en ese paisito nadie es capaz de comprobar que el proceso democrático por el que tanta gente ha arriesgado su vida haya sido limpio.
Quizás haya alguien que pueda poner su mano al fuego por el Consejo Nacional Electoral. Yo no soy una de esas personas. Sin embargo, ¿qué puedo decir?, ¿qué papeles tengo?, ¿qué videos? Soy diabla y soy vieja, pienso mal, pero no tengo pruebas de nada.
Quizás haya alguien que pueda poner su mano al fuego por el Consejo Nacional Electoral. Yo no.
Más allá de la sombra del fraude, pájaro carroñero que ha sobrevolado cada elección desde que tengo memoria, los resultados de la votación tienen a unos y a otros dando alaridos de locos.
En las redes sociales, nueva plaza pública, el estrépito de opiniones aturde tanto que casi ciega. Gritan unos y gritan otros. Te odio. Yo te odio más. Estúpido. Tú lo serás. Tu cuchillo no corta. Tu hermana la gordota. Etcétera.
El estrépito de opiniones aturde tanto que casi ciega. Gritan unos y gritan otros.
Por eso quería dejar esta columna en blanco. No escribir es callar y yo, la verdad, tengo muchas dudas de todo, pero no puedo apuntar con el dedo a nadie. Mi opinión sería otra piedra furiosa útil nada más para enturbiar la superficie del agua. O sea, inútil.
El agua está suficientemente turbia, es casi tóxica.
A veces, creo, la valentía no es meterse en una competencia de gritos, sino pedir calma y reflexión.
Yo, persona natural, tengo una opinión sobre todo lo que está pasando y casi con seguridad es la misma que usted, que tan amablemente me está leyendo, tiene: esto es una mierda. Pero yo, persona que tiene un espacio en un medio, tengo una responsabilidad. Una: no añadir griterío al griterío.
Y, además, ¿de qué serviría mi grito si no es para generar más ansiedad, ira, polarización?
¿Es eso lo que quiero? ¿Es eso lo que quieren ellos? ¿A quién le sirve mi crispación?
Quería dejar esta columna en blanco para respetarlos a ustedes y respetarme a mí misma, para callar ante la presión general de que tendría que estar gritando, para dejar que las ideas se asienten, tan alborotadas ellas por la inmediatez y el furibundo tuitear.
Pido perdón por, aquí y ahora, haber burlado yo también el valiosísimo silencio de cada uno y cada una con mi bla, bla, bla.
Dejar que las ideas se asienten, tan alborotadas ellas por la inmediatez y el furibundo tuitear.
Yo también tengo miedo, yo también estoy decepcionada, yo también quisiera gritar.
Pero creo que me debo y les debo la posibilidad de cerrar los ojos, respirar y no escuchar nada más que mi propia voz diciendo: cálmate, entérate, escucha.
Calmémonos por unas horas.
Y luego sí, cuando estemos seguros de que sabemos lo que pasa, de que no amplificamos ideas de unos y otros atizadores del odio, de que tenemos una convicción que ha nacido en nuestro cerebro y no en nuestras vísceras, entonces hablemos.
Nuestras palabras, desnudas de la virulencia digital, llegarán a más gente y podrán hacer una diferencia desde la razón. Ellos, los odiadores, nos quieren exactamente como estamos: iracundos, gritando, revueltos. Así es más fácil pescar.
Mientras todos nos peleamos ellos salen por la ventana con todas nuestras cosas.
Los odiadores nos quieren exactamente como estamos: iracundos, gritando, revueltos.