De la Vida Real
La búsqueda del regalo ideal para mi marido
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Dicen que el matrimonio perfecto es aquel que se complementa. También dicen que los polos opuestos se atraen, pero nadie dice cómo llegar a un punto medio en la búsqueda del regalo ideal.
El cumpleaños de mi esposo es el 26 de agosto. Para mi mala suerte, es fin de mes. A eso hay que sumarle que mi marido es anti-detalles. No le gusta nada material. Pero está casado con su polo opuesto, mujer detallista por excelencia, cursi a morir y amante de comprar cualquier cosa que sea 'Made in Ecuador'.
Falta una semana para el gran acontecimiento, y mi tortura empezó. ¿Qué le daré? Siempre termino cocinando algo que me sale pésimo: salado, con mucho aceite, crudo o quemado. Al final, él termina comiendo por educación, y yo uso el llanto como pretexto para ni probar lo que cociné.
Pero la culpa es de él, porque siempre me dice: “mi vida, no me des nada. Sabes que con comida soy feliz”. Llevo diez años oyendo lo mismo y no aprendo ni a cocinar ni a encontrar el regalo ideal.
El año pasado, decidí comprarle pintura para pintar la casa. Según yo, iba a hacer un detallazo para su cumpleaños. La familia, pintando feliz, pasando un momento hermoso. Resultado: los niños tomaron el control absoluto de las brochas y monopolizaron el balde con la mezcla. Hasta ahora, no hemos terminado de limpiar el caos que resultó mi regalo.
Me dijo: "Gracias por este día, pero nunca he pasado tan cansado limpiando", a lo que respondí: "¿Te gustó la sorpresa?". Él solo me dijo: "Hubiera preferido pedir pizza y ver un partido de fútbol, la verdad".
Consecuencia de su honestidad, tengo un resentimiento que florece cada vez que veo una mancha blanca en el piso, en los sillones, en las cortinas…
Ayer en la noche mi esposo veía por YouTube una entrevista a Luis Baldeón, locutor de radio, que de tanto oírle ya reconozco su voz. De refilón, oí que ha sacado un libro. Solucionado el problema, pensé. Es el regalo perfecto para mi marido. Pero entré en el laberinto de cómo conseguir el contacto para llamar a pedirle uno autografiado. Describir el detalle de la gestión sería alargar la historia.
Una vez que tuve el número, le escribí por WhatsApp a Baldeón. Entre vendedores nos entendemos. Él me pasó los datos y me mandó la dirección para que fuera a retirar el libro.
Tímidamente, le pedí que me lo diera autografiado. "¿De qué equipo es tu esposo?" Me preguntó. Media avergonzada y en voz bajita, le dije: "de El Nacional".
El Luis Baldeón se pegó tal emocionada, que no hizo falta nada más para identificar que él también ha sido hincha del Nacho. Entre hinchas se entienden, pensé. Es el regalo perfecto. Sentí un alivio de no seguir en la búsqueda.
Todo se dio para esta vez sí achuntarle al regalo perfecto, porque cuando le he dado ropa, no le gusta o no le queda. Además, no tengo idea de su talla. Unas veces es medium, otras large y otras tantas extra large.
Hace cuatro años le compré una chompa tan chiquita que, cuando fuimos a cambiarla por una cinco tallas más grande, el vendedor nos dijo: “pero su marido ha sido bien papeado, señora”.
Aquí tengo el libro junto a los recuerdos fallidos. Y como soy exagerada en mis detalles, compré dos libros, uno para él y otro para nuestro hijo Pacaí.
La vida al Wilson le regaló lo más importante: que su hijo también sea amante del fútbol y que entiende de estrategia futbolera. Claro, no son hinchas del mismo equipo, porque el Pacaí es hincha del Independiente del Valle, pero bueno, fútbol es fútbol.
Mientras envuelvo este maravilloso regalo tan pensado, tan estudiado, tan dedicado, entrelazo los libros con una cinta que a su vez sostiene cinco chocolates, uno por cada miembro de nuestra familia.
De repente, se me viene la voz del Wilson diciendo: "Chi, ¿pero para qué compraste dos libros? Con uno era suficiente. Gracias, pero era mejor que no me des nada". Es que ya le oigo, y se me revuelve el alma.
Definitivamente, somos polos opuestos. En un mes es nuestro aniversario. Todos los años, él me regala algo hermoso y siempre me dice lo mismo: “Amor, qué complicado es darte regalos. A ti todo te gusta, todo quieres. No sabía qué comprarte”.
El Wilson nunca deja de sorprenderme. Me da exactamente lo que estaba necesitando o queriendo.
Año a año, juro no volver a regalarle "nada". Pero no puedo. Ese nada que me atormenta es parte de la ilusión de la búsqueda del regalo perfecto.