De la Vida Real
Buscando el bus del Independiente del Valle en medio de la lluvia
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Todavía no estábamos casados, y el Wilson me dijo que su sueño era ver el fútbol con sus hijos. No dije nada porque no pensaba tener hijos todavía y menos apoyarlo para que les gustara el fútbol, deporte por el que no siento ningún tipo de empatía.
Nació nuestro primer hijo. Y el Wilson le hacía ver todos los partidos. Me acuerdo que una vez me dijo: "El fútbol da cultura general. Si nuestro hijo sabe de fútbol, jamás será un ignorante".
Me pareció el argumento más tonto que jamás había oído. Pero ahora, once años más tarde, le doy la razón, porque El Pacaí, gracias a este deporte, se interesa mucho por la geografía y por la historia.
"El fútbol da cultura general. Si nuestro hijo sabe de fútbol, jamás será un ignorante"
El Wilson
He tratado de involucrarme y de atender un poco, pero simplemente el fútbol no me interesa. Veo el partido en la tele con ellos y automáticamente mi mente se desconecta.
Además, no se callan un segundo. Mi papá, mi marido y mi hijo se creen directores técnicos y juran que, gritándole a la tele, los jugadores les van a hacer caso.
Me enervo; los considero hombres inteligentes, pero me hacen dudar cuando les oigo decir:
-Qué bruto; patea duro.
-Qué estúpido; cómo se jala el gol, le tenía ahí facilito.
-Qué buen pase; así se debe jugar.
Y ellos cómodamente sentados comiendo picaditas y tomando los mayores cervezas y los niños, colas. Es un escenario que no tiene lógica.
El anterior domingo estábamos en un almuerzo y pasábamos lindísimo. Mis hijos y mi esposo empezaron:
-Ya vamos. No vale dejar la casa sola tanto tiempo.
-Chi, ya vamos, porfa, va a llover.
-Má, ya vamos.
Me pareció rara tanta insistencia. Llegamos a la casa a las 18:45. Como adictos, ni bien se bajaron del carro, los tres hombres corrieron a ver a mi papá, pero había salido.
Regresaron y, desesperados, prendieron la tele. La Amalia, mi hija, me confesó:
-Má, es que juega el Independiente del Valle contra el Emelec y, si te decían eso, no ibas a salir nunca del almuerzo.
De un carajazo les reclamé que por qué no me dicen las cosas como son y tuve una respuesta unánime: "Es que tú no nos entiendes".
Ante esa verdad les compré papas, cachitos y otras cosas para que comieran mientras veían el partido. Es la única forma que tengo de colaborar en esos momentos.
Mi hijo Rodrigo no era nada futbolero, y ahora opina y sabe igual que el hermano y el papá. No se calla un instante y tampoco se saca la camiseta del Independiente del Valle que heredó de El Pacaí. Ahora es otro miembro de la familia absorbido por el fútbol e hincha del Independiente.
La Amalia y yo nos quedamos con ellos, porque también es una manera de integrarnos a la familia y de comer cosas ricas.
El partido se suspendió por la lluvia en Guayaquil, pero ellos veían atentísimos cómo trataban de limpiar la cancha con unas vallas publicitarias.
El Rodri y la Amalia se quedaron dormidos a la espera de que se reanudara el partido. Yo también me dormí. El Pacaí y el Wilson se aguantaron hasta el final.
Mientras hacía el desayuno, padre e hijo me contaban cada detalle de los jugadores en el camerino. Lo mal organizada que estuvo la premiación. Me lo decían todo como si hubieran estado presentes.
El lunes anterior la lluvia cayó en el valle de Los Chillos y en la tarde diluvió más que en Guayaquil. Mis hijos insistieron en salir a buscar al bus del Independiente del Valle por todo Sangolquí.
Había un tráfico infernal, y yo les acolité, porque no hubiera podido aguantar el cargo de conciencia de no acompañarlos a ver a su equipo adorado, aunque sabía que era un absurdo.
Ellos soñaban con toparse con el bus y me decían:
-Má, porfa, si ves un bus rosado, paras; solo les decimos hola y nos vamos, porque somos los campeones del Ecuador. Tenemos que saludarles.
Es increíble cómo al ser hinchas se sienten parte del equipo.
Tarde de lluvia y manejando entre el tráfico entendí que, por el sueño de un hijo, las mamás somos capaces de cualquier cosa, porque ellos para nosotras son nuestro equipo y nosotras las directoras técnicas.
Obviamente, nunca nos encontramos con el bus, pero sí oímos en la radio cómo el Independiente arribaba al estadio.
Por el sueño de un hijo, las mamás somos capaces de cualquier cosa.
Veía por el retrovisor lo importantes que se sentían mis hijos por el simple hecho de estar a tres cuadras de sus ídolos. Para ellos ese era su gran triunfo.
Llegamos a la casa y, con la Amalia de árbitro, recrearon el encuentro Emelec versus Independiente del Valle. Una vez más Independiente campeón.