¿Buscas fama y billete o una buena vida?
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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Seamos francos: a un ecuatoriano acostumbrado al desorden, la inconstancia, la irresponsabilidad y la refundación de todo a cada rato le suena inverosímil que una investigación de la vida humana se haya mantenido por 86 años ininterrumpidos, recolectando información y sacando conclusiones sobre qué es lo que hace que la gente viva más feliz y saludable.
Se trata de un estudio que arrancó en 1938, en la Universidad de Harvard, para entender “la salud humana, no investigando lo que hace que la gente se sienta mal, sino lo que la hace prosperar”, como dicen los actuales directores del proyecto científico, R. Waldinger y M. Schultz (hubo tres directorios antes) en ‘Una buena vida’, un libro donde exponen los hallazgos y avatares de la condición humana con múltiples ejemplos que en sus archivos tienen de sobra.
Aunque a ratos suena a manual de autoayuda (no lo habría leído si fuera eso) no se trata de un par de iluminados, ni de consejeras de televisión sino de un equipo de profesionales, renovados, claro, que siguieron a 724 personas a lo largo de sus vidas (uno de ellos fue el estudiante John F. Kennedy), luego a sus descendientes, y siguen en la tarea de enriquecer “la comprensión moderna y científica de la vida humana”. Ni más ni menos.
Lo importante del Estudio Harvard es que no se basa en los recuerdos de personajes que cuentan su vida basados en la memoria que siempre altera y reinventa los sucesos. Se trata del registro objetivo y meticuloso, año tras año, 39, 40, 41 y así, de los eventos, trabajo, familia, salud, relaciones y más, obtenidos con entrevistas personales, exámenes médicos y otros instrumentos de investigación. De modo que las conclusiones que se exponen son realistas y objetivas.
Aunque es injusto reducir tal riqueza de material a una fórmula que ha sido corroborada por trabajos semejantes, no son el mucho dinero, ni los reflectores de la fama, ni los goces sibaritas, los que nos hacen más felices y saludables, sino las buenas relaciones, de buena calidad, con las personas cercanas y con la comunidad. Pareja, amigos, compañeros de trabajo, en fin, pues el ser humano es social por excelencia y la soledad y el narcisismo lo deterioran más que las dietas malsanas y la falta de ejercicio.
Ok, suena sensato, pero –replicarán varios lectores– ¿quién dijo que la estabilidad y la salud es lo que importa cuando uno es joven y quiere comerse el mundo?
El argumento es válido pues si le hubieran preguntado a la generación rebelde de los años 60 si querían obtener la felicidad y la salud manteniendo relaciones estables y siendo buenos ciudadanos la respuesta hubiera sido un ¡no! rotundo pues ese era precisamente el mundo burgués que querían demoler, la familia tradicional de la que buscaban escapar.
No en vano, el muy famoso libro del (anti) psiquiatra David Cooper se llamaba precisamente ‘The Death of the Family’. Lograron los rebeldes sacudir la cultura y socavar algunos valores sagrados, pero terminaron arrollados por el capitalismo.
Igual reacción habrían tenido los millenials que vinieron luego y querían (quieren todavía) hacer mucho dinero y ser famosos, ricos y famosos. Si les hubieran planteado que la clave de la vida consiste en adaptarse y llevarse bien con la mujer y los vecinos, habrían dicho que el sueño era lucirse en coches de alta gama por las autopistas de la Florida con peladas rubias.
Pero la gran mayoría de ellos chocó con la realidad de que es muy difícil hacerse millonario y famoso y tampoco bastan esos objetivos para dar sentido a la vida, no se diga para obtener (casi digo comprar) la felicidad. (A los que tomaron el atajo ilegal, como John Polit, tampoco les ha ido mejor).
En cualquier caso, muchísimas vidas, logros y frustraciones de babyboomers, hippies, millennials y demás han sido registradas por los investigadores del Estudio Harvard y alimentan el libro de R. Waldinger y Schultz, del que cada lector puede sacar las conclusiones que le acomoden. O desacomoden.