De la Vida Real
El don del buen comer me consuela tras mi accidente en el gimnasio
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
Actualizada:
Siempre he pensado que al nacer llegamos con un don que nos definirá como personas. A unos les llega el don de la sabiduría, a otros el don artístico y así.
Perfeccionamos ese don a lo largo de la vida hasta que se vuelve nuestro amuleto de la buena suerte o el premio de consuelo ante cualquier fracaso. No gané la carrera, pero sé cantar, y así vamos por la vida.
Mi don, desde que nací, ha sido el buen comer. Soy experta en el campo. Todo en mí gira alrededor de la comida, de los olores y los colores de un plato. Me encanta comer y en eso soy la mejor. Disfruto cada bocado.
Amo ir a las huecas, no tanto a los restaurantes finos, porque dan muy poca comida. Soy de comer bastante. Como nací con este don, nunca lo he cuestionado. He tratado de controlarlo un poco, sobre todo en la calidad de comida.
Obviamente, he hecho muchas dietas, pero claro, para eso no tengo ni don ni talento. He sido un fracaso rotundo. La comida no se debe restringir, pensaba, hasta que tuve que ir al doctor.
Hace dos sábados, sentí una bolita en el cuello. Desesperada, llamé a un endocrinólogo para que me viera. Al examinarme, dijo que seguro era un quiste de agua, pero había que descartar cualquier anomalía. Me mandó a hacer exámenes de sangre y un eco de la tiroides.
Al recibir los resultados, el doctor me escribió un mensaje: "Valentina, le espero el jueves en mi consultorio. Att. Doctor Piedra".
Llegué a las 12:00 PM a la cita. Estaba aterrada y llena de incertidumbres. Cuando vio el eco, me dijo que el quiste medía dos centímetros, y que todo estaba normal.
–¿Qué edad tiene, Valentina?
–39 años, doctor.
–Valentina, sus triglicéridos están por las nubes, no puede seguir así, o su salud se va a ver seriamente afectada. Y su azúcar está al límite. Debe cambiar su alimentación por completo. Suprimir definitivamente el dulce y los carbohidratos simples. Tiene que ir al gimnasio y ser constante.
–¿Y bajar de peso, doc?
–No, su peso está dentro del rango. Flacos y gordos sufren de estos males. Esto no es cuestión de peso, sino de los malos hábitos.
Es el primer doctor en la historia de la humanidad que no me manda a bajar de peso, así que le tengo fe ciega. Haré lo que él diga, pensé.
No sé cómo logró el doctor que yo entendiera que mi don de comer solo se debe modificar. Hubo un rato en que sentí la muerte en vida. Fue en el instante en que me dijo: "Nada de alimentos procesados. Se olvida de la comida chatarra y de las golosinas". Y me entregó mi acta de defunción.
"Nada de alimentos procesados. Se olvida de la comida chatarra y de las golosinas".
El Doctor Piedra.
Esa misma tarde, fui a matricularme en el gimnasio, pero antes pasé por el supermercado haciendo unas compras para mi nueva alimentación.
El lunes, decidí comenzar mi nuevo estilo de vida. Desayuné huevo con manzana y una taza de café sin azúcar y luego fui al gimnasio. El entrenador, ni bien me vio, me puso en la caminadora 30 minutos. Me sentía como un hámster.
Después, me dio unas órdenes que no logré captar: "Haga diez series de sentadillas de seis". Él se fue. Me dejó ahí parada con un par de mancuernas rosadas. Decidí sentarme en el borde de la ventana a observar cómo sufre la gente mientras entrena. Se terminó mi hora y me fui feliz, porque yo no sufrí.
Decidí sentarme en el borde de la ventana a observar cómo sufre la gente mientras entrena.
El segundo día, me hizo trabajar más, y, en medio de tanto esfuerzo físico, invoqué todo el conocimiento de autoayuda y de motivación personal que he consumido a lo largo de mi vida.
Mi cerebro se puso en modo de audiolibro y repetía: "Hazlo por tu bien, por tu salud, por ti. La única que te puede vencer eres tú misma".
"Tú rompes todos los límites". Y esa frase me llegó al alma, porque lo único que quería era romper ese aparato que me tenía caminando sin rumbo. "Yo domino mis placeres y lucho por mis sueños –libres de triglicéridos–", me repetía.
La voz seguía: "Persigue tus sueños. No te rindas. Tú puedes". Estaba tan concentrada, que cerré los ojos. Sentí un golpe terrible en mi espalda. Me caí.
Derrotada en el suelo, maldije mi don, que hasta hace dos días era lo único que me daba fortaleza.
Aquí estoy, acostada en mi cama, comiendo quinua con aguacate en vez de arroz con queso derretido, sin poder moverme. Y me consuelo pensando: "Soy la peor para hacer ejercicio, pero la mejor para comer. Esta quinua, con un ajicito, quedaría deliciosa".
Qué suerte la mía de haber nacido con este don.