Vuelve Borgen con sus mujeres poderosas
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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Los dramas, las traiciones, los deslices, el glamur de la realeza y el oscuro juego del poder han atraído a la gente de a pie desde los tiempos de la tragedia griega y luego Shakespeare. Nada nos gusta más (ni nos aplaca más) que ver sufrir y derrumbarse a los poderosos.
Ahora son las series las que extraen de ese material a ratos maloliente a personajes como el Frank Underwood de 'House of Cards', un perverso que prefiguró la llegada de Donald Trump, aunque este lo superó con su intento de golpe de Estado.
Por el contrario, la serie danesa 'Borgen' (así llaman al centro del poder en Copenhagen) presentaba a Birgitte Nyborg, una primera ministra joven e idealista que manejaba el poder y sus relaciones con los medios y el público con habilidad y sencillez, sin las truculencias ni el oropel gastado y distante de 'The Crown'. Eso la volvía más cercana y creíble.
La serie, que concluyó en 2013, ha vuelto con nuevos bríos porque Netflix la adquirió, financió la producción y acaba de lanzar la cuarta temporada añadiéndole el subtítulo: 'Reino, poder y gloria', aunque la gloria en este caso está de más.
Lo cierto es que la pequeña Dinamarca es un reino del que forma parte la inmensa Groenlandia: 2,1 millones de kilómetros cuadrados que despiertan la codicia de las grandes potencias. Y cuya naturaleza espectacular es explotada a fondo por la cámara, que también se regodea con los rostros algo envejecidos de los personajes.
Porque las arrugas están marcadas no solo en el rostro, sino en el corazón de Birgitte, que ahora es ministra de Exteriores y choca con la primera ministra y con su antigua jefa de prensa, Katrine, que tampoco se adapta fácilmente a sus nuevas funciones en la TV.
El detonante de la historia es el descubrimiento de petróleo en Groenlandia, que agudiza las contradicciones entre los que buscan explotarlo y los ambientalistas. Ello incluye a Estados Unidos, Rusia y China, ávidos por meter mano en la estrátegica región del Ártico.
No obstante ser un tema de rabiosa actualidad, lo que nos engancha es la estupenda actuación de Sidse Babett Knudsen, quien expresa con economía de recursos el agudo conflicto emocional que vive Birgitte cuando va traicionando sus principios con el fin de mantenerse en el cargo.
Así, la joven ambientalista se convertirá de la noche a la mañana en extractivista (tal como giraron acá los correístas), empezará a poner zancadillas a sus rivales y se enamorará (sin ser correspondida) de un subalterno más joven, interpretado por otro gran actor.
Ahora, como antes, se destaca la importancia de los medios de comunicación en el juego democrático, aunque el crecimiento de las redes lleva a Birgitte a contratar a un antiguo enemigo para que le maneje la imagen, lo que desata la ira de su hijo adolescente
En esta Dinamarca, donde mandan las mujeres y sus habitantes parecen ser más sensatos y democráticos que la gente latina, queda flotando la pregunta: ¿se irá Birgitte al despeñadero, como en las tragedias clásicas, o logrará recuperarse? Hay que verlo.