De la Vida Real
Al borde de un ataque de prelanzamiento
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Siempre he tenido un miedo irracional a dos encuentros sociales: mi funeral y al lanzamiento de mi libro.
Cuando voy a funerales me pregunto: cuándo yo me muera, ¿habrá tanta gente?
Mi familia no es tan grande y tampoco tengo tantos amigos. Pero me consuelo pensando en que: “ya estoy muerta. Ya no puedo hacer nada”. Me quedo con la esperanza de que por lo menos los bocaditos sean ricos y la gente se vaya con un buen sabor en la boca.
Mi otro miedo profundo es lanzar algún día un libro. Y ese día llegó. El día del lanzamiento no, pero la angustia sí.
Eran alrededor de las 11:00 de la mañana cuando me llegó un mensaje por WhatsApp del diseñador:
- Valen, está lista la invitación al lanzamiento. Me avisas si hay algún cambio.
Mi cuerpo se paralizó. Me dieron ganas de salir corriendo. Me quedé mirando el celular sin ver nada. Cuando me di cuenta, la pantalla ya se había bloqueado. Mis manos sudaban. Mi corazón latía 800 veces por segundo. El día había llegado. Enfrentar mi pánico. Sí, gracias a Dios, no es mi funeral, pensé.
Me fui a la tienda y me compré un pedazo gigante de pastel de chocolate. Siempre que me pongo nerviosa como y mi hambre aumenta ilimitadamente.
Me comí el pastel y con cada pedazo que entraba en mi boca pensaba y me repetía: no puedo demostrar tanta inseguridad. Tengo que aparentar serenidad y, sobre todo, seguridad. Mostrar al mundo que todo lo tengo bajo control y preparado.
Me compré una funda grande de papas. Me quedé sentada en las gradas de la tienda viendo a la gente pasar, oyendo a los carros pitar, a los perros ladrar. Todos los sonidos sobredimensionados. Pensé que tal vez lo mejor que podía hacer era huir, pero ¿a dónde? Tengo tres hijos y un esposo. No es una opción tan fácil.
No hay otra alternativa sino resignarme a esta situación. ¿Ahora quién va a ir? ¿Y si no va nadie?
Si va mucha gente, éxito total. Y si va poca gente, me consolaré y diré, resultó algo íntimo, un encuentro exclusivo.
¿Si me pongo nerviosa y no se me entiende lo que hablo? Jamás fui buena hablando en público. ¿Y si me pongo roja? ¿Y si no van los medios? ¿Y si van? Ay, qué nervios. Si fuese mi funeral, creo que estaría más calmada.
Respiré y me fui a caminar por el parque de La Carolina.
De pronto me acordé de que mi ñaño, cuando éramos chiquitos, me decía: “Valenta, cuando usted piensa que va a pasar mal, es cuando mejor va a pasar. Mejor piense que va a pasar feo y va a ver cómo pasa de bien”. Esta filosofía de vida me ha ayudado mucho, porque así no tengo tantas expectativas y siempre paso hermoso.
No quería pensar más. No quiero pensar más. De verdad esto me está matando. Llegó la noche. Hice meditación, tapping, hoponopono, me puse a oír audios de relajación, me conecté con mi cuerpo, alma y espíritu. En eso me di cuenta que ya eran las 6:00 AM. No dormí nada.
Respiro profundo. Hay cosas que ya no dependen de mí. Hay solo dos escenarios, que me los conozco de memoria. Empieza mi auto boicot. ¿Habré corregido esa coma pendiente? Chuta, ¿sí revisé ese dato? Total, ya está el libro en la imprenta, y no puedo hacer nada. Qué martirio. Ya quiero que llegue el día, porque esta ansiedad literalmente me está matando.
Esta experiencia de prelanzamiento me ha dejado algo muy claro. Nunca quiero que llegue el día de mi funeral. No poder sufrir también me angustia. Reconozco que este estado de estrés e incertidumbre me hace sentir viva, emocionada y llena de esperanza.
Espero que este camino tan angustioso sea solo para llegar victoriosa a mi primera cumbre, y que luego vengan muchas más.