De la Vida Real
La boda
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Una boda es algo íntimo. Es una fiesta que se organiza con mucho tiempo de anticipación y cada invitado es minuciosamente seleccionado. Es una celebración de unión de dos mundos, dos familias, dos grupos de amigos, dos realidades que, por un día entero, comparten la felicidad y el amor de una pareja.
Sí, el matrimonio es una fiesta íntima donde no se admiten desconocidos.
Como ya les he contado, mi abuela tiene un hotel en Same, donde también se celebran bodas. El fin de semana anterior, mientras los novios hacían sus preparativos, nosotros hacíamos los nuestros.
Queríamos que todo estuviera perfecto, que las duchas funcionaran, que las flores lucieran, que las habitaciones estuvieran bien pintadas y los balcones lacados. Cada equipo trabajó para dar lo mejor ese día. Y lo logramos.
Llegó el momento esperado y obviamente mi primo Emilio y yo, que estamos a cargo del hotel, teníamos que estar presentes. Le pedimos a mi cuñada Cris que nos acompañara. Mi cuñada es cheverísima y también queríamos aprovechar el viaje para terminar de hacer unos arreglos en el departamento de mi abuela.
La Cris es hábil, tiene buen gusto y sabe de plantas. Era la acompañante ideal para este viaje. Llegamos el sábado temprano y el hotel estaba precioso, digno de un festejo a lo grande. Nos aseguramos de que todo estuviera en orden, tomamos un par de fotos como registro y nos sentamos a conversar detrás de la barra mientras veíamos a los invitados disfrutar de unas delicias culinarias increíbles.
Los novios, él italiano y ella esmeraldeña, habían preparado una mesa gigante con dos tipos de comida: la nacional (esmeraldeña) y la italiana. Vimos a la distancia los jamones, los quesos y las aceitunas y también el ceviche y el encocado.
Pero como no estábamos invitados, no podíamos probar nada.
En realidad, la idea era irnos a dormir a las 21:00 porque al día siguiente teníamos mucho trabajo que hacer en el departamento de mi abuela. A mi cuñada no se le escapa un solo detalle. Hasta llevó taladro, martillo y clavos.
Todo estaba planificado, pero la música era demasiado buena como para dormir tan temprano. Mi primo propuso ir a comprar una botella de aguardiente porque nos pareció poco delicado pedir un trago a los extraños.
Así que fuimos a Tonchigüé, y compramos nuestra botella y regresamos justo cuando llegaba la marimba.
Nos tomamos el primer shot y salimos a ver el show. Brindamos, un shot para la novia y otro para el novio.
A la distancia, y con mucho respeto, hicimos un brindis con la madre de la novia y los padres del novio, y seguimos disfrutando del espectáculo. Realmente no fue nuestra culpa, el ambiente estaba prendidísimo y los invitados eran personas encantadoras.
De pronto estábamos bailando en el centro de la pista con gente a la que nunca habíamos visto, gritando "¡Vivan los novios!", hablando en italiano y repartiendo shots a todos los presentes.
Uno de los invitados, que era de Guatemala, nos trajo un delicioso plato de jamón, quesos, aceitunas y el paté más rico que he probado hasta ahora, junto con dos rebanadas de pan de masa madre. Nos sentamos en la barra a probar estos manjares. Poco a poco, nos fuimos integrando más a la fiesta. Bailamos literalmente hasta abajo, rompiendo todo el protocolo de una boda íntima.
Mi papá siempre dice que el ambiente en una fiesta depende de los anfitriones y estos anfitriones fueron lo máximo y nos trataron como a unos invitados más.
A la mañana siguiente, la elegancia fue brutalmente reemplazada por trajes de baño y caras sin maquillar. Pero la alegría seguía intacta. Mi cuñada no nos permitió interactuar mucho porque debíamos trabajar en jardinería, carpintería y decoración de interiores en el departamento de mi abuela. Después de todo, para eso fuimos a la playa: para trabajar.
Pero fue inevitable no saludar a nuestros nuevos amigos que, además, nos invitaron a una fogata esa noche. Alrededor del fuego, con una guitarra y muchos cantantes improvisados, descubrí que los italianos son igual de alegres que los esmeraldeños.
Cantamos al ritmo de la música, nos reímos, tomamos shots de coco loco y otros de limoncello y la noche fue cómplice de esta sinergia cultural que se dio gracias a dos chicos que decidieron casarse viniendo de dos culturas distintas.
Y así fue como un viaje de trabajo se convirtió en una experiencia internacional. Todo salió maravillosamente porque el trabajo en equipo funcionó.
Mi primo y mi cuñada hicieron los arreglos pendientes mientras yo, al ritmo de Carlos Vives, retocaba unos cuadros que quedaron espantosos. Solo espero que mi abuela no se acuerde cómo eran antes de pasar por mis manos.