Una Habitación Propia
#BernardaYoTeCreo
María Fernanda Ampuero, es una escritora y cronista guayaquileña, ha publicado los libros ‘Lo que aprendí en la peluquería’, ‘Permiso de residencia’ y ‘Pelea de gallos’.
Actualizada:
Cuando hace unos pocos años un músico mexicano se suicidó después de un señalamiento público de acoso sexual a una niña, los hombres, fanáticos del artista o no, pusieron el grito en el cielo.
Pedían a Twitter en cuello que la agredida, hoy ya adulta, dijera su nombre. La tildaron de cobarde, mentirosa, asesina, loca, agresiva y de que solo quería llamar la atención.
El nombre de esa chiquilla, de la que el hombre podía ser su papá y a pesar de eso tocó, acosó y manoseó, nunca se hizo público.
Afortunadamente.
Es probable que, de haberse conocido, esa chica hoy estaría muerta. La venganza y el odio que circulaba en las redes sociales no era contra él, era contra ella. Y había mucha, muchísima.
La que rompió el pacto de silencio que debemos guardar las niñas a las que los hombres viejos nos tocan, nos violentan, nos besuquean, nos tocan los pechitos sin hacerse, los cuerpecitos que no saben lo que les está pasando, pero sí saben que es desagradable, que daña, que algo se va a romper y no se recompondrá jamás.
Los hombres decían: pobrecito el acosador de niñas. Se mató él, pero ella lo mató.
No pobrecita la niña a la que destrozaron la infancia y muy posiblemente la vida. Eso no. Eso nunca. La vida de la mujer para ellos, para casi todos ellos, es menos importante.
He recordado este caso porque leí el magnífico reportaje de Isabela Ponce, una de las periodistas más inteligentes y necesarias de este país, sobre el caso de La Rana Sabia.
Ponce entrevista a la denunciante, Bernarda Robles, y hace énfasis en algo importantísimo: cómo una denuncia por acoso sexual y violación se puede convertir en una pesadilla para una mujer.
Es decir, denunciar que te violaron puede ser tan terrible como ser violada.
Para quien no recuerde el caso, se trata del señalamiento público que en 2019 hizo Bernarda Robles contra Fernando Moncayo, gestor cultural desde hace cincuenta años y fundador de La Rana Sabia, un conocido teatro de muñecos.
Eso y también acosador de niñas.
Como cuenta Isabela Ponce en su reportaje, Moncayo tiene al menos otros seis señalamientos por violencia sexual.
Cuenta la periodista:
“Desde ese día en que señaló en esta red social a Moncayo por violación sexual, hasta hoy, Bernarda Robles se ha enfrentado a funcionarios públicos indolentes e incompetentes, a audiencias pospuestas, canceladas y vueltas a posponer, a que le digan falsa víctima, a abogados que no entienden qué es la violación —a una sociedad que todavía no les cree a las sobrevivientes de violencia".
"Han sido 28 meses en los que ha tenido que pausar su vida —decir no a oportunidades de trabajo, renunciar a proyectos— para hacer trámites, someterse a peritajes, dar versiones, e ir a audiencias”.
El proceso de denuncia, que tan bien se cuenta en el reportaje, es desgarrador: funcionarios públicos indolentes que, de tan ineptos, casi podrían verse como sádicos. Bernarda Robles diciendo una y otra vez el nombre de su violador, buscando su número de cédula, indicando exactamente dónde queda la casa de Moncayo.
¿Qué pasa con las mujeres a las que violan en la calle, aquellas que no conocían a su violador? ¿Cómo denuncian?, se pregunta Robles.
El viacrucis burocrático y legal es largo, caro y penoso. Mientras tanto Moncayo, el hombre que durante décadas, en festivales, espectáculos y fiestas infantiles, tuvo a miles de niños y niñas a su alrededor, era arropado por sus seguidores que, obviamente, tildaron a Bernarda Robles de mentirosa, de puta, de desgraciada, de cobarde.
Ya saben, todas hemos escuchado eso. Revictimizar a la víctima, se llama lo que nos hacen.
Pobrecito Moncayo, esa mujer lo hizo caer en desgracia.
No él por violador, no: ella.
Desesperada y arruinada económicamente, Bernarda Robles se acercó a la Defensoría.
Así lo cuenta la periodista Isabela Ponce:
El día que llegó a la Defensoría —en el Valle de los Chillos— la atendió una de las dos abogadas especializada en violencia intrafamiliar, Luisa Orbe.
La abogada Orbe no la dejó entrar con su pareja —que hoy es su esposo— a la reunión “porque es un caso íntimo”, le dijo.
“Nosotros aquí somos sinceros y le decimos la verdad, usted va a perder tiempo, va a perder plata, va a ser revictimizada y nosotros no queremos que las víctimas pasen por todo este proceso porque es muy duro”, le dijo Orbe.
“Ya ha pasado mucho tiempo desde el caso. Yo le recomiendo que mejor vaya a la casa, se olvide de lo sucedido. Tiene que encomendarse en las manos de Dios y tiene que aprender a ser más humilde y pida a Dios que le quite este dolor”, le dijo.
“Eso es lo que yo le recomiendo, puede irse”.
Que pida a dios, le dijo.
En todos los estadios jurídicos posibles, a Bernarda Robles la justicia ecuatoriana le falló. El caso se sobreseyó, le negaron la apelación.
Jueces y magistrados la hicieron sentir, con actitudes déspotas y burocracias imposibles, que lo suyo no llegaría a ningún lado, que el hombre que la violó, en quien confiaba y a quien quería como en un abuelo, saldría impune.
Lo que pasa cuando la justicia no te apoya, sino que, al contrario, te acorrala y te silencia, es que vas perdiendo fuelle, tu salud mental se arruina por completo, sientes que, entre la Defensoría, la Fiscalía, los papeles y los abogados, tu vida, tus años, se están yendo por el desaguadero de la impotencia.
Bernarda tenía, como todas, sueños y proyectos.
Bernarda, por supuesto, no pensaba que una noche, el hombre en el que confiaba tanto, al que admiraba tanto, la tiraría al suelo para violarla.
Las violaciones y los acosos sexuales nos cambian la vida, nos la destruyen. No hay mayor resiliencia que las de miles de millones de mujeres que caminan sobre este mundo llevando por dentro el desgarro de haber sido forzadas a tener sexo con alguien.
Bernarda merece la justicia que Ecuador no le ha dado.
Al menos se la damos las otras, las mujeres que decimos #BernardaYoTeCreo.
Es poco, yo sé, pero es.
#NoEstásSola.