Contrapunto
Berg, discípulo de Schönberg y admirador de Mahler
Periodista y melómano. Ha sido corresponsal internacional, editor de información y editor general de medios de comunicación escritos en Ecuador.
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En la tríada inseparable de la Segunda Escuela de Viena es lógico reconocer que el líder fue Arnold Schönberg (1874-1951) y sus principales y fieles discípulos Anton Webern (1883-1945) y Alban Berg (1885-1935).
No solo los unió la ruptura con la música tonal, que se había prolongado durante dos siglos, les tocó compartir la Gran Guerra (1914-1918), también un período de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y la llegada al poder del nazismo.
Aunque Schönberg vivió bajo el influjo de Johannes Brahms y Richard Wagner, al comenzar el siglo XX ya mostraba algunas diferencias sustanciales con el período Romántico.
En 1904, de acuerdo con las biografías, comienza su apostolado con Webern y Berg. Hasta entonces los músicos que encarnaban el cambio estético eran Mahler, Reger y Richard Strauss.
Alban Berg admiraba a Gustav Mahler (1860-1911) y se cuenta que en cierta ocasión entró al vestuario del maestro para robarle su batuta.
Las melodías opulentas o grandilocuentes de Mahler aparecen siempre en la obra de Berg, de acuerdo con el criterio del musicólogo Alex Ross.
En sus inicios la música de la Segunda Escuela era calificada como expresionista o también como la repulsa contra la cultura tradicional, explica la historiadora argentina Pola Suárez Urtubey.
Se avizoraban grandes tragedias, como la primera guerra, pero lo peor fue el advenimiento del nazismo y el estallido de la segunda conflagración bélica.
Por consiguiente, el arte, prosigue Pola Suárez, reflejaba esa visión pesimista, amarga, apocalíptica y nihilista de la realidad.
El expresionismo expresaba la voluntad de inventar o de crear una nueva realidad y así fue como llegaron Schönberg, Webern y Berg.
Los años treinta, como afirma la musicóloga, marcan la liquidación de esa estética. El poder político-militar alemán vio en los músicos a los exponentes de “un arte degenerado”.
Ese fue el escenario que derivó en el fin de la tonalidad y el comienzo de la atonalidad, es decir, la ausencia de tonos.
En las obras de Wagner y Debussy ya se comenzaba a distinguir un progresivo agotamiento de lo romántico: el dodecafonismo ya estaba listo para entrar en acción.
Con dos óperas Berg se metió de cabeza en esa nueva corriente. Woyzeck, basada en la obra teatral homónima de Georg Büchner, está considerada como la obra cumbre de la lírica en el siglo XX.
El investigador e historiador Roger Alier escribe que Alban Berg representa el lado más humano, más lírico, más heterodoxo de la Escuela de Viena, mientras que Webern es la ortodoxia más extrema.
Woyzeck (también Wozzeck) -voz de barítono- es un infeliz soldado, que además es peluquero y su mujer lo engaña con el tambor mayor del regimiento, todos lo saben, se burlan de él y para colmo el personaje sufre alteraciones mentales.
La otra obra escénica es Lulu o Lulú, quedó inconclusa y la esposa del músico se negó a que sea finalizada porque siempre sospechó que el libertino personaje fue amante del músico.
Otro dato que aporta Alex Ross a Woyzeck es que Alban Berg musicalizó la obra de Büchner “en bruto”, es decir, él mismo cortaba y arreglaba los fragmentos; y no se la entregó a un libretista, como era la costumbre.
Para concluir la etapa de la música atonal o dodecafónica, en el próximo artículo vamos a narrar la historia del otro miembro de la Segunda Escuela de Viena, Anton Webern.
Solo un anticipo, al final de la Segunda Guerra, y en pleno toque de queda, el músico salió al patio de su casa para fumar, al encender un cigarrillo un militar de las tropas aliadas, lo confundió con un soldado enemigo, le disparó y fin de la historia de Webern.