El baile de las potencias
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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Mientras la inteligencia artificial abre las puertas de un futuro asombroso, la bestialidad de Putin, quien intenta recuperar a sangre y fuego las exrepúblicas de la Unión Soviética, nos lanza contra el pasado, obligándonos a revisar hechos históricos tales como la visita del presidente Nixon a Mao Zedong hace 50 años exactos.
¿Qué había detrás de esa audaz movida diplomática? Pues que la gigantesca, pero todavía débil China –no obstante su apoyo militar a Vietnam del Norte–, necesitaba cierto entendimiento con Estados Unidos para enfrentar a la Unión Soviética, con la que mantenía una disputa ideológica y un conflicto limítrofe que había cobrado cientos de vidas.
Ya en 1969 los soviéticos habían acumulado en la frontera común unos 300.000 hombres y amenazaban a China con un ataque nuclear. Pero China era demasiado grande como para invadirla.
Además, luego de la muerte de Mao, Deng Xiaoping, manteniendo el poder omnímodo del Partido Comunista, impulsó un desarrollo capitalista tan espectacular que sacó a 400 millones de chinos de la pobreza y convirtió a su país en la segunda economía mundial.
Por su lado, Estados Unidos cometía una torpeza tras otra a nivel internacional y llegaba a tener un presidente que besaba las manos sucias de Putin, cuyos hackers le habían ayudado a ganar las elecciones.
El resto es actualidad: Washington retoma el liderazgo de Occidente, que, tras dos décadas de flaquezas y concesiones, decide pararle el carro a Rusia.
Salvo que las cosas han cambiado y ahora es Moscú el aliado subordinado de Pekín, adonde Vládimir Putin acudió a informar que estaba a punto de invadir Ucrania y Xi Jinping le dijo que esperara a que terminaran sus Juegos de Invierno para iniciar la matanza. Así ratificaron su "amistad sin límites".
Lo anecdótico para nosotros es que en febrero también se cumplieron 50 años del último derrocamiento de Velasco Ibarra. Aquel martes de Carnaval de 1972, con el membrete de nacionalistas revolucionarios, los militares asumieron el poder para disfrutar del primer boom petrolero, que cambiaría la cara del país para siempre.
Lo que no cambió fue la cabeza de ese sector de la izquierda que encubrió durante décadas las atrocidades de Stalin y hoy reproduce en las redes las mentiras del Kremlin para responsabilizar al 'nazi' Zelenski y a Estados Unidos de los crímenes de guerra del ejército ruso.