Al aire libre
Una aventura en el río Aguas Negras
Comunicadora, escritora y periodista. Corredora de maratón y ultramaratón. Autora del libro La Cinta Invisible, 5 Hábitos para Romperla.
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Estábamos sentadas en la mesa del comedor y, mientras tomábamos un té de hierbas, la Mary me empezó a contar el viaje.
Nos despertábamos a las 5 de la mañana y el guía, Don Gilberto, ya tenía prendido el fuego y había traído pescado para el desayuno.
El Tomás y el Arturo también se ponían a cocinar.
Y sigue contando: la canoa iba cargada con todo, coolers, maletas, y también iban don Gilber y su hijo.
"Cada uno tenía un kayak, menos Manu y yo que compartíamos uno inflable", explica ella.
La Mary, mi hijo Manuel y cinco amigos –falta mencionar a Claudia, Felipe y Nacho- navegaron cinco días por el río Aguas Negras, en la provincia de Sucumbíos.
"Según los guías, no hay muchos animales porque en la pandemia entraron los cazadores".
Y qué cazan, pregunté. "Cazan caimán. Monos".
Es que, sin turismo, sin conciencia ambiental, pocos guardaparques…
El punto de partida fue Lago Agrio. Llegaron allá con la incertidumbre de poder pasar la zona en que se cayó la carretera por la erosión del río Coca.
Según El Comercio, de agosto del 2020 y en referencia a un video del actor y activista ambiental, Leonardo Di Caprio, hubo negligencia y poco o nada de prevención de parte de las entidades públicas, "pese a las advertencias de expertos sobre el fenómeno de erosión regresiva de los ríos Coca y Napo, y luego del hundimiento de la cascada San Rafael".
"La ruta alterna que habilitaron va a durar poco”, comentó Manuel.
La primera noche llovió mucho, recuerdan los dos. Manuel dice: "era una tormenta. Después estuvo bueno el clima".
No te daba miedo, le pregunto a la Mary.
"A veces me sentía asustada, al principio. Pero el río era suavecito, hermoso. Solo que había árboles caídos y las chontas tienen espinos, nos daba miedo que rompieran nuestro bote".
"Llevamos motosierra para cortar los troncos que cerraban el paso", dijo Manuel.
"El Manu es buenazo para remar y dirigir", dijo sonriendo la Mary.
Entonces recuerda: "un día el Don Gilbert trajo unas hojas de la selva y nos explicó que de ahí sacan una fibra. Nadie podía romperla, en eso, hizo esta pulsera -me la muestra- y me regaló, era verde, ahora ya tiene color cabuya".
"Viajar con una intención no es solo integrarse a la comunidad que visitamos sino aprender y crecer", dice un artículo de Transformational Travel.
"Es empezar nuestro viaje con un por qué, y con una conciencia de respeto, fluidez y mindfulness. Es un viaje del alma".
¿Cómo decidían dónde dormir? Les pregunto.
A las cuatro de la tarde, más o menos, salíamos del agua –cuenta Manuel. El guía veía qué lugar estaba bueno para acampar, que no estuviera inundado, que fuera un lugar alto.
Nos decía, "bájense y vean el piso; por las serpientes", -dice la Mary-. Y continúa:
"En algunas partes, el bosque ya estaba un poco abierto, con palos y tablas para acampar".
"Terminamos el río Aguas Negras y desembocamos en el río Cuyabeno donde tuvimos que remar duro".
Y continúa: "un hijo del Don Gilbert nos esperaba en el Aguarico, en una lancha grande".
"Nos llevaron a su casa, viven en la comunidad Remolino que queda a cuatro horas en lancha. La casa de ellos es hermosa, nos recibieron la esposa y otros hijos. Nos dieron chicha".
"Pusimos nuestra carpa y dormimos riquísimo ahí".
"Solo me daba miedo de las arañas", cuenta la Mary. "Vimos full monos: capuchinos, ardilla, aulladores. Vimos delfines al lado del kayak, familias de nutrias, hermosas".
"En anteriores viajes he visto caimanes, ahora es raro no haberlos visto, es que se los comen".
"Había cantidades de pájaros. Vimos el gallinazo rey que es el cóndor amazónico, gigante y blanco".
"Vimos guacamayos", exclama la Mary. "Y el cielo de noche era estrellado".
Mientras en Quito no paraba de llover –les digo. Y comienzo a planear mentalmente mi propia aventura en la selva ecuatoriana.