De la Vida Real
La Amalia, atleta profesional y su equipo de asesores
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Se inscribió a la carrera ella sola. Se ponía sus zapatos rosados, un short cualquiera, menos el anaranjado, ese lo guardaba para el día de la competencia y una camiseta corta.
Me pedía que le hiciera una cola de caballo alta, y se colocaba un cintillo en la cabeza, de esos que usan las corredoras profesionales.
Durante una semana, salió a correr diez minutos diarios al jardín y llegaba agotada, pero feliz. Desde la ventana, la veía que no corría ni tres minutos, pero pensé que así debía ser su entrenamiento.
Entraba a la casa y, mientras tomaba un vaso de agua, decía en voz alta:
-Hacer deporte al aire libre es lo mejor que hay.
Un día antes de competir, no comió dulces, porque el profe les había sugerido que era mejor comer sano y que prefieran comer los carbohidratos. Nos pidió que preparáramos fideos, papas y harto verde.
Nos contó que el profe también dijo:
-Los buenos deportistas disfrutan competir. Duerman temprano, para que amanezcan relajados.
Ella durmió temprano, pero no estaba relajada. Se levantó a las 22:00 y me dijo:
-Má, ¿puedo dormir contigo? Estoy nerviosa.
Y yo le hice un espacio en la cama, dormimos abrazadas.
En el desayuno, El Wilson, mi marido, preparó un delicioso majado de verde con jugo de naranja.
Su hermano mellizo, Rodrigo, se puso gafas y se autodenominó su entrenador personal. Le hizo hacer 50 polichilenas y 25 abdominales.
Su hermano mayor, El Pacaí, cogió la cámara y la retrató antes, durante y después de la carrera.
La Amalia tiene ocho años y cuenta con un equipo completo de apoyo: entrenador, fotógrafo, nutricionista y psicóloga.
El domingo se vistió con su short anaranjado, la camiseta de la carrera, que le quedaba tan grande que le tapaba el short, y el buff como cintillo en la cabeza. Se sentía divina.
Mientras se veía en el espejo, practicaba correr moviendo su cola de caballo de un lado al otro y me dijo:
-Má, creo que mi outfit es mejor que mi estado físico.
Su entrenador personal le preparó un termo con agua helada, el fotógrafo le hizo posar para unas fotos previas y nos fuimos al Parque Metropolitano de La Armenia, donde se daba la séptima edición de la carrera Indominus.
Llegamos a las 09:45. Ella corría a las 10:00. Había mucha gente, niños, jóvenes y adultos con la camiseta de la carrera. Familias enteras, abuelos, personas con discapacidades, todos acompañando a los participantes, que eran de todas las edades, desde niños de tres años hasta personas mayores de 70.
Me encantó lo bien organizado que estuvo este evento deportivo. Los auspiciantes fueron los encargados de que no faltara nada: había bebidas energizantes, masajistas para los corredores y pizza.
La música de fondo sonaba y todos, al disimulo, coreábamos las canciones de moda de Shakira, La Bichota, Karol G. y Quevedo.
En la tarima, antes de que empezara la carrera de una categoría, un entrenador les hacía un calentamiento a los corredores y les daba las indicaciones de su ruta respectiva.
Cuando le tocó el turno a La Amalia, me acordé de lo que me dijo en el desayuno:
-Má, no vayas a llorar.
Cómo no iba a llorar si a lo lejos oía las palabras del entrenador personal que le decía:
-Ñaña, respira profundo, corre lento y solo al final picas. Si te duele el vaso, caminas.
Ella estaba lista para correr el kilómetro y medio más largo de su vida. Mi marido la esperaba en la meta con el termo de agua, El Pacaí con la cámara de fotos y yo con el corazón en la garganta.
Cuando vi una cabecita rubia asomarse, sentí paz. El entrenador personal, El Rodri, gritó y fue más rápido que nadie a preguntarle cómo estaba.
Ella le dijo:
-Naño, nunca más vuelvo a correr. Quiero vomitar. Me duele la cabeza.
La emoción que sentimos al verla llegar a la meta es indescriptible. Unos chicos la llevaron y le dieron un masaje de descarga en una camilla. Y ella revivió.
En junio es la próxima edición, y La Amalia dijo que se va a inscribir, pero que va a entrenar más. Se quedó sin entrenador personal, porque El Rodri también se quiere apuntar; y sin fotógrafo, porque El Pacaí también decidió correr.
El profe nos dijo:
-Le felicito a Amalia. La idea es que los niños entiendan desde chiquitos que el deporte y la naturaleza van de la mano. Nos cuidamos los unos a los otros. Cuando creces con esta conexión, eres invencible. Está de que entre usted también, Valentina.
¿Será que yo también me inscribo? Me quedé pensando.