Una Habitación Propia
Un perro con una cabeza humana en el hocico
María Fernanda Ampuero, es una escritora y cronista guayaquileña, ha publicado los libros ‘Lo que aprendí en la peluquería’, ‘Permiso de residencia’ y ‘Pelea de gallos’.
Actualizada:
Me envían mis hermanos un manual de qué hacer en caso de quedar en medio de una balacera y también imágenes de coches bomba, de un bebé llorando al lado de su padre muerto dentro de un carro, de un taxista con cristales rotos de un balazo que cuenta que se salvó de milagro, de puro y demencial terror en Guayaquil y Esmeraldas.
Estado de sitio, policías asesinados, pánico en las cárceles, gente colgada de puentes.
Esta semana, la del Día de Muertos, escalofriante sincronía, también circuló la imagen de un perro con la cabeza de un hombre en la trompa.
Sucedió en México, Zacatecas. Los narcotraficantes habían dejado varias personas desmembradas en un cajero automático como amenaza a otro cartel. El perro pasó por ahí y se llevó una cabeza.
Pensé en la imagen de hace unos meses de un hombre decapitado que dejaron como mensaje en un parque al sur de Guayaquil. La cabeza y el cuerpo estaban embalados, pero separados, como para que se notara que era un desmembramiento. Pensé, también, en los colgados de los puentes y en las bombas del Cristo del Consuelo.
No solo que no estamos lejos de que un perro se pasee con la cabeza de un hombre por la calle, sino que estamos ya ahí: en la Medellín de los ochenta y noventa, en el México de hace ya varios años y pienso en los amigos que viven ahí y que contaban historias inauditas como que, para vacacionar en Colombia, había que ir por carretera, todas las familias, el mismo día, escoltados por los militares o que en México hay sitios a los que no puedes ir por carro.
Todas esas historias me sonaban de otro mundo porque Ecuador y sobre todo Guayaquil, aunque nunca segura, era una ciudad donde no te encontrabas cuerpos embalados como paquetes de consigna, donde no tiroteaban en gasolineras, donde no estallaban bombas en las casas.
Busco Guayaquil en las noticias y se me caen las lágrimas por la cara.
¿Cómo pasó esto? ¿Alguien con estudios de sociología, criminología y crimen organizado puede, por favor se lo pido, de rodillas, explicarme cómo hemos llegado a esto? De verdad necesito orígenes, causas, porque me estoy dando cuenta a pasos agigantados de que nuestra tierra ya no nos pertenece.
Ayer me escribió una amiga, me contó que ya puede solicitar, por herencia, una visa española y va a sacar cuanto antes a sus hijos del país. "No puedo más", dijo. Y es una mujer que ha vivido muchas increíblemente difíciles en su vida. "Seguir en Ecuador no es una opción".
Recuerdo que, tras el feriado bancario, la gente decía lo mismo: "aquí ya no hay nada para mí". Esas personas, los migrantes de hace más de veinte años, salían por hambre y los migrantes de ahora salen por otro tipo de hambre: la de vivir en paz, la de que sus hijos estén a salvo.
Me aterra que nos hayamos convertido en ese tipo de país en el que el mal, el narcotráfico, las bandas organizadas, expulsen a la gente de sus tierras. Pasó en Colombia y también en México.
Sí, se vive como la mierda en otros sitios si eres el recién llegado, pero al menos no te matan mientras pones gasolina, por lo menos no tienes que ver el video de la cabeza y el perro y reconocer las calles por las que va paseando.
Nosotros, como familia, estamos intentando mover a mi mamá de ciudad, sacándola de cuarenta años de vida de barrio, de su casa, de sus recuerdos, de la mesa navideña, de su cocina de donde salen sus platos extraordinarios, de su patio con plantitas, de la cama en la que durmió tantísimos años con mi papá que ya no está con nosotros.
Ellos ganan. Ellos siempre ganan.
Mejor eso que una bala perdida atraviese el corazón de mi mamá como el de La Dolorosa.
Mejor eso que ver estallar un taxi en la gasolinera.
Mejor eso que amurallarse del terror.
¿Cómo resistimos? Me niego a pensar que esta es una guerra ganada por el crimen organizado, me niego a pensar que el guayaquileño, supuesto madera de guerrero, no esté exigiendo a la alcaldesa que salga de su letargo y haga algo.
¿Y el presidente? Otra vez declara estado de excepción, otra vez toque de queda. ¿Sirve, ha servido?
Yo escribo terror y, créanme, lo que está pasando en nuestro país supera cualquier posibilidad de ficción que yo pueda encarar.
Recuerdo a una artista colombiana que dedicó su trabajo a los desplazados y contaba que las personas ponían candado y se llevaban la llave de su casita, aún sabiendo que nunca iban a volver, que aquello ya no era suyo, sino de los narcos.
Imagínense que lo único que te queda de tu casa es una llave.
Le va a pasar a muchos, seguramente a mi mamá, y yo me rompo solo de imaginar al fantasma de mi papá paseándose por la casa, preguntándose dónde estamos y cuándo volveremos.