El Chef de la Política
La muerte de Villavicencio: una muestra más de lo que somos
Politólogo, investigador de FLACSO Ecuador, analista político y Director de la Asociación Ecuatoriana de Ciencia Política (Aecip).
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País conmocionado el día previo a la celebración de la gesta del 10 de agosto. Este año no se recordará el Primer Grito de Independencia, sino el primero de muchos días de ataque a la democracia, a los valores sociales, a la vida.
La figura de Manuela Cañizares no será venerada como émbolo de unidad nacional y florecimiento de esperanza, sino que ese lugar lo ocupará Villavicencio, un candidato presidencial asesinado en medio de la pasividad colectiva.
Un candidato que, no obstante la menor trascendencia que tiene respecto a Cañizares, es la ejemplificación clara de que en Ecuador, 214 años después del Primer Grito de Independencia, la idea de Estado-Nación sigue como un proyecto, como una búsqueda, como una utopía, como un deseo irrealizable.
No tenemos referentes nacionales y tampoco una noción de altos fines patrios. Sin ambas cosas, todo lo demás está escrito sobre papel mojado. Todo lo demás son palabras que se lleva el viento. Todo lo demás son discursos efímeros y promesas que más tiempo demoran en ser expresadas que en disolverse por los avatares de una convivencia sin norte común.
No hemos sido capaces de llegar a acuerdos mínimos y lo de estos días, la muerte de Villavicencio, no es sino el inicio de una gran tragedia en la que resulta inútil buscar culpables, pues Fuenteovejuna lo hizo. Acá la falta de puntos de acercamiento no es solo cuestión de los políticos y su ceguera supina frente a los problemas nacionales. También es cuestión de los agentes económicos y su visión lineal del mundo, marcada por la fofa ecuación del costo y beneficio, recitada sin mayor criticidad ni comprensión del contexto.
Acá son responsables adyacentes los medios de comunicación, embriagados en capturar adeptos al costo que sea. Ser periodista de investigación es visto con sorna, cuando no con desprecio. Preocuparse de los temas que aquejan a la ciudadanía no es rentable cuando una imagen de balacera y muertes implica menos inversión de tiempo y dinero a cambio de centenares de espectadores.
La sociedad en general es responsable también. Los endebles gremios profesionales, las universidades y la incipiente asociación cívica. Allí también hay que buscar a los victimarios de Villavicencio. Estamos, en general, acostumbrados a ver los hechos, acongojarnos y mañana volver a lo de siempre.
No tenemos camino, sino que lo hacemos al andar. Al andar vamos haciendo camino, en medio de la improvisación perpetua, y al volver la vista atrás vemos la senda que, a diferencia de Antonio Machado, siempre la volvemos a pisar. La volvemos a pisar porque de nuestros errores no aprendemos, sino que insistimos en ellos.
Por eso el Villavicencio de antaño será cualquiera de nosotros mañana. Nos refocilamos en nuestra falta de identidad y de visión de país. Por eso cuando nos llegan los grandes problemas no sabemos qué hacer ni como enfrentarlos. Por eso el tema de la inseguridad nos desborda. Por eso la corrupción nos pasa por encima cada día. Por eso la desnutrición infantil nos marca con un sello indeleble. Por eso la desigualdad social se burla de nosotros y nos hiere a cada paso.
Hemos sido incapaces de proponer una agenda elemental de temas que generen acuerdos nacionales y por ello, la sangre que se derramó en el país en la víspera del patrio 10 de agosto, no es más que un recordatorio de que nuestras miserias no están en lo epidérmico sino en lo profundo de nuestra pírrica referencia como sociedad.
Hay que decirlo: acá vivimos un conjunto de personas unidas superficialmente por un territorio y una historia narrada a cuentagotas. Entre eso y un tejido social vibrante y una ciudadanía plena, hay una distancia enorme, inconmensurable. De las circunstancias que arrebataron al Villavicencio de ayer está poblada nuestra errática historia y pese a ello seguimos ahí, en el fango, en la desidia total, en el tedio frente a la posibilidad siquiera de pensarnos y construirnos como algo que se acerque a lo que la Modernidad ha llamado Estado-Nación.
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El asesinato de Villavicencio altera la convivencia democrática y tiñe de desesperanza los procesos electorales futuros, desde luego.
El asesinato de Villavicencio pone en vereda el rampante financiamiento de la política con dineros ilícitos, de eso no hay duda. El asesinato de Villavicencio refleja con prístina claridad los rasgos básicos de un sistema político diseñado para que corruptos e incapaces gobiernen, en ello no hay espacio para la discrepancia.
Pero el asesinato de Villavicencio va más allá de eso. Ese crimen es nuestro pago a la inacción y la indiferencia. Ese crimen relata de cuerpo entero nuestra timidez para dialogar y proponer algunos hitos. Mañana olvidaremos a Villavicencio, pues nuestra autóctona disonancia cognitiva, nuestra congénita incoherencia entre lo que pensamos que debe ser lo virtuoso y lo efectivamente hacemos en el día a día, no nos permite levantar cabeza y mirar más allá de lo inmediato.