Leyenda Urbana
Quito, ofertado a las mafias. ¡De terror!
Periodista; becaria de la Fondation Journalistes en Europa. Ha sido corresponsal, Editora Política, Editora General y Subdirectora de Información del Diario HOY. Conduce el programa de radio “Descifrando con Thalía Flores” y es corresponsal del Diario ABC
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Todo lo que gira en torno al magnicidio de Fernando Villavicencio produce estupefacción y dolor. Cada nuevo detalle que se conoce es como un desgarro de la piel del país. Ocurre desde cuando el execrable crimen cambió el curso de la historia política de Ecuador, y las amenazas a la democracia que tantas veces él había advertido, se confirmaran.
Ha resultado providencial que la Fiscalía tuviese un testigo protegido, porque muerto el sicario que acabó con la vida del candidato, tras haber sido herido mientras huía de la escena del crimen, y asesinados en la cárcel siete involucrados; quienes planearon el complot habrían pensado que no quedaba nadie más que pudiese delatarlos. No fue así.
Los fragmentos del testimonio del testigo protegido del horrendo asesinato que leyera la fiscal que lleva el caso, Ana Hidalgo, en la audiencia preparatoria del juicio contra los autores y cómplices del asesinato, sobrecogen y plantean serias interrogantes, que deben ser respondidas.
Quién en Ecuador ostenta tal poder como para ofrecer el manejo de las cárceles, rebaja de penas, dinero y “el control de medio Quito”, como pago por el asesinato de un candidato presidencial.
El desafío de la justicia es enorme porque tiene que lograr identificar y castigar a los autores intelectuales y a los financistas del magnicidio, de quien se había convertido en enemigo público de atracadores, delincuentes y narcotraficantes.
Como periodista, Fernando Villavicencio destapó los más terribles casos de corrupción, porque tenía la virtud de juntar las piezas y, con innata clarividencia intuir el asalto a los dineros del Estado. Y acertar.
Pronto descubrió que el país había sido contaminado por el narco y sacó a la luz nombres y hechos insospechados -fotos y videos incluidos- y se volvió un objetivo para no pocos.
Todo se agravó cuando como candidato presidencial prometió militarizar los puertos, crear una Policía antimafia e instalar una cárcel impenetrable, en unas instalaciones en la Amazonía, a la que solo se podría acceder en avioneta. Y hasta cambiar las penas. Dictó su sentencia.
“Bien, brother. Cuando usted lo vea, le pega. Confío en usted. Hágalo”. Escribió alias el Invisible, desde una celda en el ala de máxima seguridad de la cárcel de Latacunga, al sicario que disparó a Fernando Villavicencio, el 9 de agosto de 2023.
Lo mataron porque iba a ganar la Presidencia de la República y cumplir sus promesas.
Todo lo que aconteció a su alrededor hasta llegar al horrendo magnicidio no parece ser mera coincidencia; comenzando por la negligencia de asignarle una camioneta sin blindaje para su movilización. Y que a la hora de los disparos nadie de su equipo de seguridad hiciese, aunque sea un ademán para intentar extraerlo del vehículo y, al contrario, le cerraran la puerta.
Juntar las piezas y los hechos para llegar a los autores intelectuales es un enorme reto, porque solo la verdad liberará al país de las garras de la maldad. Para ello, la asistencia del FBI y la recompensa ofrecida por Estados Unidos son determinantes.
Los casos Metástasis y Purga no podrían ser entendidos sin las revelaciones que Fernando Villavicencio hiciese cuándo fue periodista; luego como asambleísta y después como candidato presidencial.
Por eso, la Fiscalía debe acelerar las pesquisas de una grave denuncia que daba cuenta de que dos asambleístas le contaron -para que se cuidara- que habían escuchado a cinco asambleístas decir que lo querían asesinar. Hoy, uno de esos ha sido detenido en un operativo, en Guayaquil.
Verónica Zarauz, viuda de Fernando Villavicencio, ha dicho conocer el nombre de las dos asambleístas que alertaron a su esposo, y que los revelará a su tiempo, en espera, por ahora, de que ellas mismas hablen en el Ministerio Público.
Solo la verdad liberará al país de las garras de la narcopolítica denunciada tantas veces por el abatido candidato y profetizada, hace más de una década, por Francisco Huerta Montalvo, tras investigar a fondo el financiamiento a algunas campañas electorales.
Hay otras denuncias de Fernando que también deben ser procesadas como la que hizo el día anterior a su asesinato en la Fiscalía General del Estado, entregando 2.300 documentos y videos que probarían un colosal perjuicio al Estado ecuatoriano por USD 9.000 millones, y que decía involucraba a tres gobiernos y a un exvicepresidente.
Ese día habló de peculado y delincuencia organizada y sospechaba de una megaempresa como beneficiaria directa del negocio petrolero, el mismo que hoy tiene a varios ex altos funcionarios ecuatorianos de rodillas ante la justicia de Estados Unidos.
“Aquí nada es gratis. A nosotros esta democracia nos ha costado la vida; defender la patria nos ha costado la vida y no vamos a permitir una nueva traición”, dijo, con escalofriante premonición, Fernando Villavicencio poco antes de ser abatido por un sicario.
Sus hijas que le han heredado su temple escucharon con estoicismo, amor filial y compromiso, los fragmentos del testimonio del testigo protegido, en la audiencia de la semana pasada. Ellas aguardan los nombres de los autores intelectuales del asesinato de su padre.
El verdugo de Fernando Villavicencio ejecutó una orden que le envió, desde la cárcel de Latacunga, alias Invisible, quien intervino en nombre de alguien que ofreció entregarles medio Quito para que actúen a sus anchas.
¡De terror!