De la Vida Real
Víctor Arregui y el poder de las acciones en un documental
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Siempre he creído que recomendar algo es un acto de extrema responsabilidad, generosidad y valentía. Lo que a uno le parece increíble y le resulta bien al otro le puede parecer una tontería que no sirve para nada.
Recomendar es arriesgado. Es como lanzar un frisbee: no se sabe cómo lo va a atrapar la otra persona.
Exactamente, eso me pasó con el documental de Víctor Arregui, a quien conocí porque fue el director de dos películas en las que actuó mi papá.
Mi amiga Naty está colaborando en el festival Encuentros del Otro Cine (EDOC). Hace dos semanas, me escribió para invitarme, pero le dije que ir a Quito en la noche me resulta imposible. Creo que le caí mal, y no me volvió a escribir, hasta ayer.
-Valen, tienes que ver el mejor documental del mundo. Sé que te da pereza subir a Quito, así que te voy a mandar un link para que veas esta obra de arte. Ahorita terminé de verla y sé que te va a encantar. El link caduca en 12 horas. Te lo mando ahorita.
Para mis adentros pensé:
-Qué pereza. ¿Será que lo veo?
Pero mi respuesta fue:
-De una, mándame. Mil gracias.
En la noche, los guaguas se durmieron temprano, y el Wilson tenía que trabajar, así que prendí la computadora y, sin gota de esperanza, puse play, sin fijarme siquiera en el título.
Y fue la hora con trece minutos mejor invertida de mi vida. No soy crítica de cine. Si lloro de risa o de tristeza, la calificación es un cien. Si no me fijo cuánto falta para que se termine, es que me encantó, y mi último parámetro es darme cuenta si lo que vi cambió en algo mi forma de pensar y de entender la realidad.
Y este corto, 'El día que me callé', cumple de largo con mis tres criterios. No quiero contarles mucho de qué se trata, porque eso sería un spoiler, y creo que todos deben regalarse este tiempo y verlo.
Tiene un hilo conductor perfectamente trabajado entre la fusión del pasado, el presente y la película, que se funden en una historia de un hecho traumático que lleva a un silencio de incertidumbre, soledad y acompañamiento.
Suena contradictorio, pero, al ver el documental, lo que digo tiene sentido. Les juro. Sin dar juicio de valor, sin tocar temas moralistas, sin ser víctima, Víctor Arregui cuenta su historia mientras realiza el rodaje de la película de su vida y, con una sencillez casi inocente, nos confiesa sus temores, su secreto y sus inseguridades.
Cuando Víctor era joven, hace unos 30 años, pertenecía a un partido político ecuatoriano de izquierda. En 1987 viajó a Muisne como parte de sus actividades, y su tormento, en silencio, empieza a consumirlo por completo.
Durante el documental, reflexiona sobre este hecho que lo marcó para siempre.
Otra cosa que me encantó es el manejo de la cámara: sutil. No tiene cambios drásticos de escena y recorre la historia sin ser protagonista, sin llamar la atención.
Son tomas que dan calma dentro de la catarsis personal de Víctor, y esto va acompañado a veces del sonido ambiente y otras de música de un solo instrumento, sin saturar el audio de fondo.
Y creo que ahí está el encanto de este documental. La confesión de Víctor es tan fuerte que todo lo demás es cálido y calmado.
Menos la escena del final, en la que se dramatiza el hecho traumático. Ahí la iluminación de la escena es la protagonista, y yo como espectadora me angustié, grité, lloré junto con él.
Alguien distante se convirtió en un ser cercano que, por más de 70 minutos, nos compartió lo más profundo de su ser y nos presentó a sus hijos.
Me da pena no saber más de cine, porque es un documental que merece ser analizado técnicamente, pero yo no tengo idea del asunto.
Psicólogos, papás, profesores, periodistas, fotógrafos, estudiantes, todos deberían verlo. Porque saca cosas que callamos o sabemos que alguien más calla. Y estas angustias salen de otras maneras.
Víctor grita su silencio en sus otras películas y ahora recién nos revela esos detalles que, como espectadores, pasaron inadvertidos.
Cuando terminé de ver el documental, me quedé un largo rato en shock, con ganas de volver a verlo, pero hoy el enlace había caducado. Le escribí a mi amiga, y me dijo que le daba vergüenza volver a pedir el código.
A toda prisa anoté el nombre de la directora, Isabel Dávalos. Las pequeñas letras en blanco con fondo negro pasaron muy rápido, y yo me quedé en silencio pensando en el poder que tienen las acciones.