De la Vida Real
Entre mi apatía política y la fiebre electoral de mis tres hijos
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Esta campaña electoral, para mí, pasó como una leve llovizna casi imperceptible. Creo que he perdido toda la fe en los políticos.
Ya se sabe que lo que prometen no lo cumplen, y luego los que llegan a algún cargo seguro se salpicarán con chismes de corrupción, contratos con sobreprecios y vínculos con narcotraficantes.
Mis hijos ahora, que ya tienen algo de criterio político, me han mantenido al tanto de todos los candidatos.
Me cuentan sobre las entrevistas que les hacen en la radio. Les pregunto que cómo saben, y me dicen que el señor de la buseta que les lleva a la escuela pone a todo volumen el noticiero de la mañana y de la hora informativa en la tarde.
En la casa les oigo que cantan –como si fuera un hit del momento– canciones de los candidatos y comentan entre ellos por quién van a votar.
Mis guaguas tienen una confusión tenaz. Vivimos en el Valle de los Chillos, que pertenece una parte a Quito y la otra al cantón de Rumiñahui.
Somos de Conocoto, que corresponde a Quito, pero ellos querían cambiarse a Rumiñahui para votar por un candidato que es tío de uno de los compañeros de El Pacaí, mi hijo mayor.
También insistían en que nos fuéramos a vivir a Cayambe para votar por el papá de mi primo y son hinchas a muerte de una candidata para la Alcaldía de Quito, que es amiga de mi tía. Gritan de la emoción cada vez que ven un cartel de ella.
Una medio amiga y vecina estaba de candidata para la Junta Parroquial de Conocoto, y el otro día la vimos en plena campaña electoral. Me saludó con beso y abrazo. Me dijo que ya tiene asegurado el voto de mi familia y les insistió a mis hijos:
-Niños, díganles a los papis, abuelitos y amigos que voten por mí.
Mis hijos han ido a decirles a sus compañeros de clase que voten por esta chica. Una mamá en la escuela el martes me dijo:
-Valen, no sabía que tienes una hermana que está de candidata a la Alcaldía. Mi guagua me dijo que vote por tu ñaña.
Me dio entre chiste y vergüenza. Le conté el contexto, pero creo que me creyó absolutamente loca. Claro, ella es de Sangolquí; la historia de la vecina, medio amiga, no le importó en absoluto.
Cada vez que vamos en el carro y ven las pancartas de campaña, le preguntan al Wilson, mi marido, cómo está ese candidato en las encuestas:
-Pá, ¿tú sabes en qué puesto va a quedar tal candidato? Ni fregando gana, porque casi no hay letreros de él. No entiendo por qué se lanzan si saben que van a perder. Nadie les conoce, ni el señor de la buseta sabe quiénes son.
El Pacaí, que tiene acceso a TikTok, me ha compartido los videos de todos los candidatos, junto con este mensaje:
-Má, ve, qué ridiculez, cómo alguien así puede ganar. Pero porfa lee los comentarios de la gente. Es algo patético.
A veces los veo, otras me dan pereza, y algo ojeo los comentarios, más por tener de qué hablar con mi hijo.
El otro día me pasó un video digno de análisis psicológico, antropológico y hasta psiquiátrico.
Un candidato llevó a un set de televisión una culebra de plástico y un cuchillo, y en plena entrevista le cortó la cabeza a la culebra y dio un gran discurso demagogo.
Se ve al entrevistador cómo pone a resguardo su celular. Creo que ese video es el ganador de todos los que me ha mandado, porque hay también de unas candidatas vestidas de heroínas y otros que quieren hacerse los comediantes y les sale pésimo.
El Pacaí, que tiene 12 años, les ha explicado a la Amalia y al Rodrigo, sus hermanos mellizos de ocho años, la diferencia entre prefectos, alcaldes y concejales.
Pero con la explicación de El Pacaí creo que se confunden más y prefieren jugar a ser candidatos.
El Pacaí me queda viendo y me dice:
-Má, mis ñaños son un caso perdido. No entienden ni quieren entender. Están igualitos a los políticos: hablan tonteras y hacen el ridículo. Má, me preocupa su futuro, ¿a ti no?
El domingo estuvieron pendientes de por quién había votado. Les dije que el voto es secreto, pero me torturaron hasta el punto de hacerme confesar.
No entendieron por qué no voté por el papá de mi primo ni por el tío del compañero de El Pacaí. Y claro, estuvieron frente a la televisión viendo los resultados para saber si la vecina ganaba.
Y como hoy es vacación, se levantaron tempranito a seguir viendo los resultados, y yo lo único que quería hacer era dormir hasta tarde.