Contrapunto
Webern, el representante más puro del dodecafonismo
Periodista y melómano. Ha sido corresponsal internacional, editor de información y editor general de medios de comunicación escritos en Ecuador.
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Músico prolijo, minucioso, no se parecía a nadie, Anton Webern (1883-1945), fue un compositor que murió trágicamente cuando la Segunda Guerra Mundial llegaba a su fin y de una forma que hasta hoy los historiadores no se explican bien cómo ocurrió.
Además de Arnold Schönberg y Alban Berg, la Segunda Escuela de Viena tuvo en Webern a su más fiel representante, que se muere de un disparo cuando las tropas aliadas triunfantes se habían desplegado en Viena y en varias ciudades europeas tras derrotar al fascismo.
Casi todas las versiones coinciden que el músico salió al patio para fumar un cigarrillo y que al encender el fuego un soldado estadounidense creyó que iba a ser atacado y disparó al cuerpo del compositor.
A esta misma historia otros le agregan que, supuestamente, el músico escondía en su casa de Viena a algún soldado nazi y que su salida al patio buscaba desviar la atención para que escape por el patio trasero.
La leyenda sobre el trágico fin se acaba cuando, años más tarde, el soldado que disparó cayó en una fuerte depresión, en adicción al alcohol, y decide suicidarse.
Lejos de las anécdotas, los expertos sostienen que Anton Webern trabajó el dodecafonismo con mucha rigurosidad.
Repasemos la definición de este género que rompió con varios siglos de tonalidad musical. En 1920 la ruta de esta música ya estaba trazada, tal como lo explica la musicóloga Pola Suárez Urtubey:
“La dodecafonía consiste en la ordenación de una serie formada con los doce sonidos de la escala cromática. De dicha serie, siempre diferente para cada obra, el autor podrá extraer 47 series más por procedimientos de inversión, retrogradación y transposición”.
Schönberg explicaba la necesidad de crear un método de composición que permita al músico poner freno a la excesiva libertad del período atonal, pero también que ofrezca al oyente puntos de comprensibilidad respecto de lo que el autor plantea en cada obra.
Webern, anota Suárez Urtubey, arriba a la escritura dodecafónica a partir de sus ‘Tres melodías populares sacras opus 17 para voz y tres instrumentos’ (según la búsqueda en YouTube se omite el adjetivo sacro) compuesta en 1924.
De las quince obras que siguen a estas melodías, la más difundida, según la musicóloga, es la ‘Sinfonía para orquesta de cámara’ opus 21, estrenada en 1928. Está dividida en dos movimientos (la mayoría de las sinfonías tiene cuatro movimientos) y esta apenas dura 9 minutos y 18 segundos.
Esa es otra de las características que hacen tan diferente a la obra de Webern. Algunas composiciones no alcanzan los dos minutos de duración.
Se dice que el músico Philip Glass, uno de los más influyentes del siglo XX, recopiló todas las partituras de Webern, las grabó y entraron en no más de tres discos compactos.
La Sinfonía para orquesta de cámara incluye el uso del procedimiento contrapuntístico del canon, que en este caso es un doble canon por movimiento contrario y la recurrencia al tema con variaciones, prosigue la musicóloga.
Otra explicación técnica que sirve para entender a Webern es que entiende a la música no de la manera tradicional a través de la melodía, sino de timbres.
El músico vienés "vibró con una sensibilidad nueva ante las innovaciones de Schönberg en el nuevo mundo musical", concluye Pola Suárez. El método se convirtió en un bien público después de la Segunda Guerra Mundial.
El musicólogo Álex Ross describe a Webern como “reservado, cerebral, de hábitos monacales”. Y se traslada a las primeras obras del músico, cuya fuente de inspiración fueron Wagner, Strauss (Richard), Mahler y Debussy.
En 1906 escribió movimientos para sonatas; "había llegado a la frontera más lejana de la tonalidad".
Hasta que en 1909 crea sus Seis piezas orquestales opus 6, una obra "incomparablemente perturbadora en la que la crudeza de la atonalidad se halla refractada por medio del máximo refinamiento orquestal", apunta Ross en su libro ‘El ruido eterno’.