Con Criterio Liberal
El anti-elitismo: La fuerza subyacente al populismo
Luis Espinosa Goded es profesor de economía. De ideas liberales, con vocación por enseñar y conocer.
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Se ha hablado mucho del populismo, pero se ha explicado muy poco por qué surge. Y una de las fuerzas principales es el anti-elitismo, algo perfectamente comprensible.
En toda sociedad hay élites. Aunque se suele decir solo de aquellos que tienen más capacidad económica o a ciertos entornos endogámicos. En realidad son aquellos que se destacan en un campo y por ello se convierten en referentes.
Así, en nuestras sociedades contemporáneas, se da mucho valor a los deportistas, a aquellos que en una competencia justa destacan por sobre los demás alcanzando la excelencia. Se les celebra y son ejemplos y prescriptores. Ojalá todas las élites alcanzasen sus puestos por métodos tan equitativos.
El problema social surge cuando las élites no demuestran "ejemplaridad pública", y es que no han llegado a esos puestos destacados por excelencia sino por medios espurios.
Así, cuando los políticos no son vistos como los 'padres de la patria' sino como unos oportunistas corruptos, se rompe la confianza en la democracia y esta se corroe.
Cuando a aquellos que han tenido la oportunidad de obtener un título -y en este aspecto los títulos académicos juegan la misma función que antaño jugaban los títulos nobiliarios para distinguir a las élites- dedican sus investigaciones y esfuerzos a plantear cómo reducir las emisiones de CO2 de manera global, y sobre esto se dedican a perorar a los demás, mientras que los otros están perdiendo su empleo y cayendo en la pobreza.
O quienes se movilizan porque no les gusta la estética de un edificio, o para rescatar perros callejeros; pero nada dicen del aumento de la violencia en las calles.
Quienes se dedican a dar lecciones sobre cómo deberíamos hablar y los pronombres que hay que usar, mientras hay serias dificultades para las mayorías a la hora de pagar el alquiler o su comida.
Viven completamente desconectados de lo común, como antes vivían las élites en sus palacios, pero ahora en sus bares de moda o departamentos universitarios.
Claro que en toda sociedad hay distintas élites, en cada ámbito social hay un grupo de personas que destaca por sus logros y son por ello reconocidos y tienen preponderancia. Pero como dice el lema clásico de la aristocracia europea: nobleza obliga. Tener esos honores conlleva un grado de exigencia superior.
Muchos, al contrario, creen que esa posición destacada supone estar por encima de las normas del decoro y el buen comportamiento, cuando es justo al revés. Es la degeneración de la aristocracia en oligarquía, de la que ya precavía Aristóteles.
Así, la exhibición ostentosa de lujos; un tono de superioridad, muchas veces presumiendo de sus títulos, diciéndole a los ciudadanos cómo deben comportarse sin demostrar ninguna empatía (y con la pandemia lo hemos vivido especialmente), o el discriminar impidiendo que otros accedan a esas posiciones, aun si tienen el mérito para ello; son comportamientos no solo inmorales, sino tan asociales que rompen la convivencia.
Son esas élites a las que se accede por amiguísimo o por apellidos, y no por méritos y capacidad, en una competencia libre, como la hay en el mercado o en los deportes. Y esto lo perciben los ciudadanos como la ruptura del pacto social, y por eso tantos votan por partidos 'revolucionarios', que no articulan propuestas de mejora, pero sí canalizan este cabreo.
A nivel global estamos viviendo una revuelta anti-elitista. Es improbable que las pseudo-élites actuales se den cuenta de esto, pues viven encerradas en sus pequeños mundos globales de semejantes, preocupadas por las emisiones de CO2, el uso de pronombres y el siguiente viaje que harán para encontrarse.
Cabe esperar que la siguiente generación de élites, los mejores de cada ámbito, aquellos que lleguen a alcanzar las posiciones sociales destacadas, aprendan esta lección que tantas veces nos ha enseñado la historia: que cuánto más honor, mayor responsabilidad.