Columnista invitada
Desterremos el culto a la mediocridad en nuestro sistema educativo
Especialista en política pública educativa.
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Las sociedades se construyen en las aulas, aún más cuando están amenazadas por la inseguridad, la corrupción y la búsqueda del dinero fácil. Ante un escenario adverso, los actores del ecosistema educativo somos los llamados a proponer soluciones para transformar al Ecuador tomando en cuenta a la educación como la herramienta más poderosa que tenemos.
Promover a los estudiantes que no han logrado el aprendizaje óptimo no va a resolver el problema de la deserción escolar, lo que hará es impulsar el culto a la mediocridad que ya vivió el Ecuador durante varios lustros. Esta discusión, que parecía superada por la evidencia de los bajos resultados académicos que presentan nuestros graduados, vuelve a la palestra bajo un criterio que es, al menos, cuestionable.
Al revisar los resultados de las Pruebas SER, que es la métrica nacional para valorar el nivel de aprendizaje de los estudiantes, es alarmante observar que tres de cada cuatro niñas, niños y adolescentes, no poseen las competencias básicas en matemáticas, lengua y ciencias.
Sobre esta realidad cabe plantearse la discusión nacional sobre la que debemos aportar todos los actores que formamos el ecosistema educativo: docentes, familias, empresas, academia, políticos y, principalmente, estudiantes. ¿Cuál es una medida realmente pedagógica, aquella que se centra en los aprendizajes, o aquella que busca avanzar en años escolares? ¿Acaso el hecho de que un niño llegue a octavo año de básica, sin los conocimientos necesarios, no lo expone a un eminente fracaso en el colegio? ¿Es el accionar sobre la repitencia el único modo de enfrentar la deserción escolar?
El sistema educativo tiene como propósito garantizar aprendizajes y, adicionalmente, debe constituirse en un espacio seguro, de protección y de desarrollo integral. Pero ser un espacio seguro, sin aprendizajes, hace que se desvíe de su rol primario: darle a nuestra niñez la posibilidad de un futuro mejor y más próspero con educación que garantice su aprendizaje.
Por otro lado, si promovemos hasta octavo grado al estudiante sin considerar sus aptitudes y conocimientos, sino simplemente su edad, no estamos eliminando la posibilidad de que abandone el sistema sino simplemente la estamos postergando. Dejará de estudiar porque no entenderá lo que esté sucediendo en clases. Podrá pasar de año, pero no tendrá las bases necesarias para alcanzar las expectativas académicas mínimas deseables. Es decir, lanzaremos a nuestros adolescentes al vacío, sin un paracaídas.
Evitar que vivan algunas decepciones, como la pérdida de un año, y que pasen por un proceso de nivelación previo, no garantiza el objetivo de la educación; aprender.
La promoción automática sin valorar el mérito académico no es la única salida para reducir la repitencia. ¿No se ha considerado que la repitencia se puede evitar cuando los estudiantes sí aprenden, se les presenta posibilidades de nivelación, se les exige ser corresponsables a las familias, entre otras medidas y que optar por la salida fácil no siempre es lo mejor a largo plazo?
Al afianzar la cultura de promoción automática para el 1,02% de los estudiantes de régimen Costa, es decir 25.000 niñas y niños que ahora no alcanzaron las calificaciones mínimas requeridas, se ha optado por una salida inmediatista, que aparentemente les brinda estabilidad a estos niños, pero que a futuro les perjudica al no atender las causas de sus bajos desempeños académicos. Puede ser una medida popular y bien intencionada, pero incorrecta.
Se perpetuarán las condiciones de un sistema educativo que ha demostrado ser insuficiente para dotarles de las herramientas necesarias de aprendizaje a riesgo, incluso, de mantener y ampliar las brechas existentes para las poblaciones históricamente excluidas.