De la Vida Real
'Ángel de Piedra', un reencuentro con mi niñez
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Estar tres semanas en reposo me ha llevado a ver unas películas hermosas y unas series de espanto. También a leer unos libros lindísimos y otros a dejar a medio terminar. El reposo aburre, pero, sobre todo, desespera.
Y de esto estaba hablando el otro día con mi amiga Fer, que me vino a visitar.
Le decía que estoy harta y no sé qué más ver, ni en qué más gastar mi tiempo mientras me recupero. Ella, muy solvente, me dijo: "Valen, tienes que ver 'Ángel de Piedra', no sabes lo buena que es la novela, te vas a entretener full".
Cuando oí la sugerencia me reí, me pareció lo más raro del mundo que alguien a estas alturas de la vida me recomiende una novela de hace más de 30 años.
Empezamos a hablar de que 'Ángel de Piedra' fue la mejor producción de la época. Me acuerdo que llegaba el domingo por la noche y mis papás, mi ñaño y yo nos poníamos frente a la televisión para ver la novela. No nos la perdíamos por nada.
Yo estaba enamorada a muerte del actor principal, primero de Christian Norris (cuando Mateo Santini era niño) y luego de Ricardo Williams (cuando Mateo era joven y regresó para vengarse).
No me acordaba mucho de la trama, pero sí del amor y ternura que sentía por el personaje principal. Tendría unos siete u ocho años cuando este par de actores ya definieron por dónde iría mi gusto por los hombres.
La Fer me decía que ella ve todos los días con su esposo y su hijo Galo: “Prendemos YouTube, preparamos algo de comer y nos instalamos. Valen, mi hijo, que va a estudiar cine, dice que Ricardo Williams es un actorazo, y que las tomas son muy buenas. Ya sabes, yo me enfoco más en la historia".
Ni bien se fue la Fer puse en YouTube la novela de mi infancia, que me hizo hasta más feliz que 'Carrusel de niños', porque 'Ángel de Piedra' trataba temas de adultos.
Desde el primer capítulo me enganché, pero no por la forma de actuar ni por la trama. Me enganché porque sentí que al volver a ver la novela estaba reviviendo una parte de mi pasado, de mi historia, de un Valle de los Chillos despoblado. De la moda que vestí en mi niñez, y luego en mi adolescencia.
Me acordaba tanto de los jeans claros y flojos que nos ponían, de esos sacos gigantes de lana que picaban, de las medias blancas que los zapatos se las comían. Ver a las actrices vestidas como mi mamá y mis tías aparecen en miles fotos, me dio una nostalgia infinita.
Lloré a mares desde el primer capítulo. Vino mi hija Amalia y se acostó conmigo, previo a un largo y detallado resumen para pasar al segundo capítulo.
Íbamos por el capítulo tres y llegó el Wilson, mi marido, quien se quedó viendo, nos reímos y nos burlamos de la sobreactuación en algunas escenas. El Wilson se acordaba perfectamente y nos decía qué iba a pasar. Nos spoileó toda la novela.
Llegó el Pacaí, mi hijo mayor, se hizo espacio en la cama y también se enganchó, no podía creer que no existían celulares y se emocionaba cada vez que salía un teléfono de los que yo usaba, y todavía mis papás conservan en su casa.
Mi hijo Rodri llegó cuando estábamos por el capítulo 11, nos tocó hacerle un resumen flash para que entienda la trama, y se quedó loco con los carros que de ese entonces. Decía, "¿ma, así eran los autos en tu época?"
Y los cinco, en un fin de semana, terminamos de ver la novela de 23 capítulos, claro que había ratos que me dejaban sola y adelantaba bastante, porque Wilson ya me quitó el suspenso.
Volver a revivir esa época fue una experiencia increíble. Ver los muebles y la decoración. Los peinados con copete, todas las mujeres con permanente y con esos aretes gigantes que se usaban. Los burócratas con sus ternos de un solo color y chaleco. En fin, fue volver a mi niñez.
El último capítulo lo vi sola. Y creo que pocas veces he llorado tanto. Tuve una mezcla de sentimientos por la serie y por la vida que se va, las épocas cambian y la gente envejece y muere. Lloré pensando en cómo todo se transforma con los años.
Y ¿cómo no llorar si Mateo entra al mar siendo adulto y sale siendo niño y le abraza a su verdadero padre, quien jamás supo cómo darle amor? Ahora cada vez que pasa uno de mis hijos le canto a todo pulmón: “¡Ángel, mi pequeño ángel! ¡Carita de ángel! ¿Dónde andarás?”