Punto de fuga
Amuletos para capear el 2024
Periodista desde 1994, especializada en ciudad, cultura y arte. Columnista de opinión desde 2007. Tiene una maestría en Historia por la Universidad Andina Simón Bolívar. Autora y editora de libros.
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Para que entren equipados al año que empieza este lunes, quiero compartir unos pocos amuletos que últimamente me protegen contra la vida real. O que son parte de la vida real que existe en otro plano del multiverso, en el que lastimosamente no vivimos ni ustedes ni yo.
Como decían en el barrio que frecuenté durante más de 20 años mientras ejercí el periodismo de sala de redacción, ‘teneranse’. El 2024 parece que viene cargado de mala vibra, como dirían sus astrólogos de cabecera.
Aquí va un brevísimo repaso de lo que nos espera: la secuela de la tromba de denuncias nacidas de chats desencriptados; horas muertas sin energía eléctrica (que se traducen en pérdidas de todo tipo); El Niño que anuncia que será implacable; y un rosario de calamidades políticas, sociales y económicas que no se deberían desear ni al peor de los enemigos.
Cerrado el preámbulo agorero, dejo a su disposición el kit de emergencia con el que capeo las horas aciagas que marcan los días en el calendario de este país diminuto, tan jodido (en todas sus acepciones) y tan amado.
Como amuletos llevo un puñado de podcasts, que incorpóreos van dentro de mi teléfono a donde vaya yo. Así me aseguro de llevarlos encima para alejar, momentáneamente, la tristeza que me invade cuando llegan malas noticias del Ecuador.
Cuando los escuchen, van a darse cuenta del bienestar que proporcionan. Gastropolítica y Dietario disperso, ambos del uruguayo Maxi Guerra, son una delicia en todas las formas posibles. Sin una gota de pedantería y con una erudición deslumbrante, Guerra cautiva a sus oyentes con relatos del nacimiento de la mafia italiana en los sembradíos de limones; de las aventuras y desventuras de los cocineros del Kremlin; o del año en que Japón empezó a comer carne por decreto imperial.
Una especie de filia rioplatense me ha llevado a contar a dos podcasts argentinos también entre mis favoritos. El primero es Algo prestado, que dirige la escritora Tamara Tenenbaum, y que comparte con cuatro personas más, que se turnan semanalmente para hablar siempre de algo viejo, algo nuevo y algo prestado; todo en sentido figurado. A la frescura con la que abordan los temas se suman los puntos de vista, casi siempre sorprendentes. La variedad de backgrounds también se agradece.
El segundo es Historiar, que es producido por la Asociación Argentina de Investigadores en Historia. Lo simpático es que no solo proponen enfoques y temas históricos de su país, sino del mundo entero. Así, por ejemplo, me he olvidado intermitentemente de la tragicomedia ecuatoriana para empezar a entender mejor las luchas pro y anti republicanas españolas o la historia de cuándo empezaron a regalarse juguetes en Navidad y lo que estos dicen de los niños que han jugado con ellos.
Es un bálsamo escuchar a gente que habla con datos ciertos y poniendo esos datos en contexto; en lugar de las opiniones desinformadas con las que nos bombardean influencers y creadores de contenido en todas las redes sociales existentes y por existir.
The Experiment es un podcast de The Atlantic y WNYC Studios, dirigido por Julia Longoria, que encuentro fundamental para entender ese experimento social que es Estados Unidos, hasta hoy todavía la potencia mundial más relevante y decisiva en la vida de cientos de millones de personas alrededor del mundo. Sus aciertos, errores y contradicciones son desmenuzados en este espacio que no esconde ninguna basurita debajo de la alfombra.
A los amuletos siempre los acompaño con un antídoto contra la amargura y el cinismo: la gratitud. Siempre, por más horrible que sea todo a nuestro alrededor, siempre, siempre, siempre, hay algo, poco o mucho, por lo que estar agradecido. Es mágico, instantáneamente uno cambia el chip y se contenta (o se angustia menos), aunque sea un ratito.
Es un buen ejercicio salirnos de nosotros mismos, de nuestra ecuatorianidad, y respirar. Lejos de todo, como si la realidad más cercana estuviera en ‘mute’. Es decir, no pensar (o pensar en otra cosa), para poder pensar. Frase y práctica que tomé prestada de una entrevistada y que cuando la recuerdo, me salva. ¿Pero “no pensar, para poder pensar” en qué? En cómo vamos a sacar al país del hueco en el que está. ¡¿En qué más?!