Cambio de Rueda
Algunos literatos ecuatorianos se creen Cristiano Ronaldo
Actor, escritor, director y profesor, cofundador del grupo Muégano Teatro y de su Laboratorio y Espacio de Teatro Independiente, actualmente ubicado en el corazón de la Zona Rosa de Guayaquil. A los cinco años pensaba que su ciudad era la mejor del mundo,
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Cada vez que pierde un premio, normalmente ante Messi, el portugués se marca un clásico del Chavo: “acúsalo con tu mamá, Quico”.
Pese a su esencia discutible y subjetiva, los premios dan placer, reconocimiento, estatus y dinero… siempre y cuando no vivas en Ecuador.
En Ecuador, además de poca plata, un premio te dará enemigos, y te volverá sospechoso de pertenecer a una trinca, normalmente adversaria de la que hoy se desgarra las vestiduras por no haber ganado uno de su cofradía.
Pareciera que aquí carecemos de paciencia y decoro, virtudes que, en otras latitudes (el Óscar, por ejemplo) permiten al perdedor/la perdedora sonreír y aplaudir mientras come mierda.
A fin de cuentas, sobre todo en un contexto tan pequeño como el nuestro, basta un poco de constancia para que casi cualquiera acabe ganando algo.
Eso es to, eso es to, eso es todo amigos, me gustaría decir, y poner así punto final a este tema, pero tengo dos mil caracteres más por llenar.
Lo digo irónicamente, como casi todo lo que digo, aunque a algunos les cueste entender que no creo en que no soy abogado ni practico las ciencias exactas, sino el arte de la bufonería, y que en arte y en política (Shakespeare) la ironía sea un dispositivo de resistencia y salvación.
Está muy bien que ciertxs escritorxs se tomen muy en serio a sí mismxs, digamos por ejemplo Tolstoi, sufridor como sólo sabían sufrir los rusos y los hinchas del Barcelona de Guayaquil. Quiero decir que el problema no es el sufrimiento, sino lo que haces con él.
Una cantidad importante de hombres blancos, heterosexuales y de 50 años (mierda, acabo de hacer mi auto retrato; no importa, amo traicionar a mi propia clase y género) ha objetado el Premio Joaquín Gallegos Lara de Novela 2019 de la Municipalidad de Quito, cuyo nombre es mucho más largo que el cheque que entrega, ironía y desgracia a la vez.
El dinosaurio de Monterroso; toda la obra de Borges; el corto donde Agnes Varda reconstruye el cha cha chá de Beny Moré a punta de fotos fijas; o cualquier capítulo de El increíble mundo de Gumball, demuestran que la contundencia artística poco tiene que ver con la extensión o el tonelaje de lo producido.
Y pese a ello, ha sido uno de los argumentos formales de mi estimado (esto sí sin ironía) Fernando Balseca, para cuestionar el premio a 'El nuevo Zaldumbide', de Salvador Izquierdo, frente a las 600 páginas de 'La escalera de Bramante', de Leonardo Valencia.
Fernando lo hace en nombre de la defensa de los valores tradicionales de los géneros, y ante eso poco hay que agregar: en la historia del arte, la degeneración (y la novela-stand up de Salvador Izquierdo es degenerada) es para algunos lo más bacán. Cuestión de perspectivas.
Más curioso es que, en cuanto al aspecto de la trascendencia cultural, lo escrito por Fernando sobre las virtudes de la novela de Valencia aplique en gran medida para la de Izquierdo, algo más que una tentativa auto referencial sobre la difícil herencia de un abuelo catedralicio.
No poder o querer ver cómo a partir de la deconstrucción de un gesto aparentemente privado se desmonta y torpedea toda nuestra tradición afectiva, cultural y política no deslegitima una obra, ni aún en comparación a otra, sino que debería conflictuar la mirada propia.
Lo que Izquierdo mina es lo que sabemos de nuestrxs ancestrxs, no sólo biológicxs, y la forma en la que nos seguimos relacionando con ellxs, entre nosotrxs, con el poder y la cultura. Tal vez eso sea parte del enojo de nuestro establecimiento conservador progresista.
Nada de esto, empero, atenta o debería atentar contra la calidad de Valencia y su novela. Borges se quedó ciego de tanto reírse ante tanto premio no concedido.