Pobre Alejandro Magno: entre los curas y Netflix
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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Uno de los cuatro libros que me acompañan desde la infancia es la biografía de Alejandro Magno, publicada en la España franquista de los años 50 con láminas en blanco y negro de esculturas y pinturas sobre el mitológico conquistador.
Lo he vuelto a leer ahora que ‘Alexander. The Making of a God’, de Netflix, ha encendido las redes con denuncias de sus inexactitudes, tergiversasiones y exageraciones. Pero también he descubierto en mi libro ausencias que en la época de mi infancia parecían normales; por ejemplo, que Alejandro no se pegue un polvo ni de casualidad. Pura censura franquista.
Netflix hace lo opuesto. Siguiendo la moda de incluir en las películas relaciones homosexuales, esta miniserie empieza con besuqueos en el agua entre el jovencito Alejandro –que ha sido exiliado por su padre, el rey Filipo II– y su íntimo amigo Hefestión.
Se entiende que es un gancho para el público joven y desprejuiciado. ¿Tan desprejuiciado como los griegos que –según uno de los historiadores que participa en la película– no tenían siquiera una palabra para homosexualidad?
Es cierto que cada época hace una relectura de la historia según los valores en boga. También es verdad que el cine debe condensar y priorizar los eventos. Pero un producto que se promociona como documental –en el que vemos las excavaciones actuales en Alejandría, y donde cuatro especialistas van comentando los sucesos para darles aún mayor verosimilitud–, no puede distorsionar la historia en beneficio del espectáculo.
Otro ejemplo: los persas contaban en sus filas con miles de mercenarios griegos. Luego de su primera victoria, cuando recién estamos conociendo al protagonista, este ordena degollar a los griegos (ante cámara) por traidores. Truculento, impactante, pero falso pues lo que hizo en realidad fue enviarlos como esclavos a Macedonia.
No que Alejandro no fuera despidadado y no hubiera ordenado pasar a cuchillo a miles de vencidos para escarmentar, como en Tebas, pero sería más justo verlo primero como discípulo de Aristóteles y adorador de ‘La Ilíada’, libro que le regaló anotado su maestro y le acompañó hasta el final pues siempre quizo emular las hazañas de Aquiles.
Era el general macedonio un personaje mucho más complejo que el pulcro héroe de los curas franquistas. Pero lo que estamos viendo hoy en muchos productos de Netflix, en las redes sociales y la política global es mucho más grave: no se trata solo de reinterpretar la historia, sino de disolver las nociones mismas de realidad y verdad.
Así, el hombre que quiere volver a ser el líder más poderoso del mundo –eso que buscaba y logró por corto tiempo Alejandro– es un mentiroso compulsivo de la talla de Donald Trump, cuyas teorías de la conspiración son compartidas por millones de seguidores.
Y como todo es espectáculo, no extraña que las elecciones de EE UU dependan en parte de la famosísima Taylor Swift, quien asistirá mañana al evento supremo de la cultura gringa: el Superbowl.
Algo conozco de ‘La Ilíada’, de Helena, Paris y la cólera de Aquiles; todo lo ignoro, en cambio, de las letras de la bella Swift, pero me basta con que su apoyo a los demócratas despierte la cólera de Trump para estar de su lado.
Volviendo a Alejandro, la causa de su acuciante actualidad es haber retomado el enfrentamiento de Grecia, la madre de Occidente, con la antigua Persia, el actual Irán. Una rivalidad que cuenta 2.500 años desde la batalla de Maratón.
El mapa de sus conquistas abarca los territorios de muchos países del Cercano Oriente, incluyendo Israel; libra incluso una batalla en Gaza, que ya se llamaba así, y llega finalmente hasta Afganistán. En el trayecto funda muchas ciudades, abre rutas comerciales y expande la cultura griega; todo en 12 años pues muere en Babilonia a los 32 años de edad. Increíble. Por eso, un genio militar que derrotó a un imperio muchísimo más poderoso y trastrocó el mundo antiguo se merece un documental más serio que el de Netflix.