Lo invisible de las ciudades
Alcaldías de Guayaquil y Quito: cementerio de elefantes
Arquitecto, urbanista y escritor. Profesor e Investigador del Colegio de Arquitectura y Diseño Interior de la USFQ. Escribe en varios medios de comunicación sobre asuntos urbanos. Ha publicado también como novelista.
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Las alcaldías de las principales ciudades del Ecuador, como catapulta hacia la Presidencia de la República, es algo del pasado. Las previas administraciones se han encargado de ello; y las presentes no están haciendo nada al respecto.
¿La razón? Porque eso es lo que están haciendo: nada.
En el caso de Quito, el alcalde Muñoz ha tenido sus momentos de relevancia. Atendió la emergencia ocurrida en La Gasca, desde el lugar de los hechos; algo digno de reconocer, y que sus predecesores no hicieron, cuando debieron enfrentar situaciones similares.
El otro momento relevante del alcalde Muñoz fue la inauguración del Metro.
Lamentablemente, su presencia tenía como prioridad principal posicionar a su partido político. “Somos los que comenzamos a construir el Metro, y somos quienes lo han inaugurado”. Con esa frase dejó muy claro que, los beneficios que el Metro le da a la ciudadanía quedaban para él en un segundo plano.
Otro evento que denota el uso de la alcaldía para su interés y el de su partido, es lo que ocurre con el Hotel Quito. Apenas sale del Ministerio de Cultura un acuerdo en el que se reconoce la totalidad de los predios del hotel como patrimoniales, el alcalde Muñoz salió públicamente a refutar a la ministra Romina Muñoz.
Lo hizo sin el respaldo de ningún estudio, solo con su opinión y postura; pretendiendo imponerla a los demás como una verdad.
El tiempo ha sacado a la luz aspectos sospechosos sobre la venta del Hotel Quito, que han llevado a algunos a cuestionar la legitimidad de dicha venta. Las declaraciones tajantes del alcalde reflejan intereses de por medio. ¿Propios? ¿De su partido? Espero que el tiempo responda esas preguntas.
Me he pasado décadas cuestionando el urbanismo mesiánico que ha regido esta ciudad. Me refiero a los grandes proyectos, que supuestamente transformarían a la ciudad para bien. El aeropuerto no lo hizo; ni las plataformas, ni el parque Bicentenario, ni el Metro lo hicieron.
Pero, la alcaldía presente, junto con las de sus últimos predecesores, no han tenido un manejo integral de la ciudad. Nadie tiene las riendas del crecimiento de Quito; al menos, nadie dentro del Palacio Municipal.
En cuanto a Guayaquil, la desilusión es mayor. Hartos de los desatinos en la gestión de su predecesora, los guayaquileños eligieron una alternativa joven, esperando que se preocupe más por la ciudad, que por ser influencer.
El tiempo ha mostrado que el alcalde Álvarez no es influencer; pero sí un bully en las redes sociales. Insulta, invita a la confrontación física. Se olvida también de la naturaleza laica del Estado; aprobando y rechazando eventos públicos, según su credo personal.
En cuanto a proyectos, el alcalde le apuesta todo a un tramo de carretera que conecte a la ciudad con un aeropuerto que no existe; atravesando el único espacio natural que se ha logrado conservar. Eso, mientras tampoco existen evidencias que muestren un manejo de la ciudad bajo una perspectiva global.
Liderar una ciudad significa aceptar críticas y sustentar posturas con argumentos y evidencias. La ciudadanía está cansada de que, ante cualquier observación, los burgomaestres y sus seguidores contestan todo con falacias Ad Hominem, que pretenden disminuir tanto al cuestionamiento, como al cuestionador.
Quito y Guayaquil no pueden esperar a que los municipios arreglen sus papeleos para ser gobernadas y administradas. En ocasiones, es obligación de los líderes ir más allá del laberinto burocrático en el que se han convertido dichas municipalidades.
No se es alcalde solo por ganar una elección; requiere que el candidato ganador se ponga a la altura del cargo. Aún tienen tres años para cerrarnos la boca con evidencias, caballeros.