El alcalde quiere a Kirchner, nosotros a Montúfar
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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No es un asunto banal; es un mensaje claro y deliberado de lo que se viene… desde Bélgica.
Sin esperar un día, en su acto de posesión, el flamante alcalde de Quito pidió que se vuelva a colocar el busto de Néstor Kirchner, que fuera retirado de la plaza Argentina durante la alcaldía de Mauricio Rodas por tratarse de un personaje envuelto en graves casos de corrupción.
Este anuncio, que desafía a los quiteños, solo satisface a los amores y rencores de Rafael Correa. Cualquier otro alcalde, sensato y autónomo, habría buscado ampliar el consenso rescatando, por ejemplo, al quiteño Carlos Montúfar, que lo sacrificó todo por la Independencia y carece de una estatua en su ciudad, mientras el cleptómano argentino contaba con dos.
(La otra, el bronce de cuerpo entero que se hallaba en el ostentoso palacio de la Unasur, también fue removida y pasó la vergüenza insólita pero merecida de ser devuelta a su país de origen).
Tamaño desaguisado de Muñoz nos recuerda al anterior alcalde correísta, Augusto Barrera, quien lanzó, de buena fe, una encuesta para escoger un nombre para el nuevo aeropuerto de Tababela.
Entre los preferidos por los ciudadanos estaban Manuela Sáenz y Carlos Montúfar. Pero cuando se aproximaba el bautizo, el omnipotente Correa mandó al diablo la encuesta en una sabatina.
Dijo que Carlos Montúfar no había sido apresado el Diez de Agosto "porque era pelucón" y que no merecía que el aeropuerto llevara su nombre.
Algunos comentaristas acusaron al Presidente de ignorar la historia y faltar al respeto a un héroe quiteño. Otros señalaron la actitud sumisa del alcalde, que acató el viserazo para que permaneciera el nombre de Sucre, al tiempo que Guayaquil cambiaba el nombre de su aeropuerto, de Simón Bolívar a José Joaquín de Olmedo.
Hoy, mientras Quito relega a Montúfar, el gran novelista colombiano William Ospina se da a la tarea de rescatarlo y devolverle toda su dimensión humana e histórica en su flamante novela 'Pondré mi oído en la piedra hasta que hable'.
En esas páginas muy bien escritas y documentadas recrea el épico viaje de Alexander von Humboldt por la Nueva Granada y la Real Audiencia, donde conoce al hijo del marqués de Selva Alegre y lo incorpora a su expedición.
Destaca Ospina la riqueza histórica de la hacienda de Los Chillos donde se crió Carlos y que se convirtió en la base y el laboratorio de Humboldt y Bonpland cuando hacían sus mediciones y recolecciones en la zona.
Después la hacienda fue el sitio donde empezaron a fraguar el grito del Diez de Agosto con el marqués a la cabeza. Y, por si fuera poco, en vísperas de la batalla del Pichincha, Rosa Montúfar permitió que descansara allí el ejército insurgente en su camino a la batalla del Pichincha.
Entre tanto, su hermano Carlos había vivido una vida de novela. Recorrió América y Europa, peleó contra las tropas napoleónicas en Bailén y volvió a la Audiencia como comisionado regio.
Ya aquí, abrazó la causa independentista, defendió con las armas al Estado de Quito, fue derrotado y logró escapar, peleó junto a Bolívar, su amigo desde París, y terminó fusilado en Buga, en 1816.
Luego de sufrir persecución y confiscaciones, su padre, el marqués, fue enviado prisionero a España donde falleció tres años después.
Pues sí, esa es la familia de pelucones que menosprecia Correa, al tiempo que venera los acuerdos entre privados de Kirchner, cuyo busto se dispone a reinstalar el alcalde Muñoz.