Lo invisible de las ciudades
Movilidad y adaptabilidad en Quito
Arquitecto, urbanista y escritor. Profesor e Investigador del Colegio de Arquitectura y Diseño Interior de la USFQ. Escribe en varios medios de comunicación sobre asuntos urbanos. Ha publicado también como novelista.
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La semana pasada, Quito pasó por dos situaciones que comprometieron su movilidad. El primer evento fue el trágico accidente que ocurrió en la Simón Bolívar, entre la bajada de Guápulo y la conexión con la Ruta Viva.
Un mixer de hormigón pierde el control y causa la muerte de tres personas. El otro evento, fueron las inundaciones en la Ruta Viva, causadas por las torrenciales lluvias de este lunes.
En lo ocurrido el pasado viernes, por obvias razones, el cierre de la vía en el sentido norte-sur fue inmediato. Eso no demoró en colapsar todas las demás vías que conectan al valle de Quito con los valles orientales.
El congestionamiento fue tal, que incluso los equipos de rescate y primeros auxilios tuvieron problemas para llegar al lugar del siniestro.
Desde el mediodía hasta entrada la noche, la Simón Bolívar y sus vías alternas estaban colmadas de vehículos, que avanzaban poco o nada.
En contraparte, luego de las inesperadas inundaciones del lunes, la principal afectada era la Ruta Viva, a la altura del escalón de Tumbaco.
En ese caso, se cerró dicha vía, y las alternativas para llegar al aeropuerto también estaban al tope de su capacidad; no sólo por el incremento de automóviles, sino también por las mismas lluvias.
La movilidad en Quito debe lidiar con desafiantes adversidades. La compleja topografía sobre la que se ubica la capital es una. Es difícil adaptar las normas internacionales de vialidad a la sinuosidad de nuestras montañas.
Ahora que la ciudad se ubica en varios valles, la interconexión entre los mismos se da sólo en puntos muy específicos; esto también por las ya mencionadas condiciones geográficas.
Quiero aproximarme a este tema sin comenzar a buscar culpables. Creo que la AMT debe pensar en planes de emergencia para cuando se repitan situaciones similares.
Me tocó pasar tres veces junto al accidente de la Simón Bolívar, y durante gran parte de la tarde, la cantidad de oficiales en el sitio no era mayor a cuatro.
Deberían revisarse las alternativas de apertura en el mencionado eje vial, para que en situaciones como esta se pudiera habilitar un carril del sentido contrario y que así no se interrumpa del todo la circulación en los dos sentidos; tal como se hace todos los días con la avenida Velasco Ibarra.
Para colmo, ese mismo día había un plan de control en los alrededores del Coliseo Rumiñahui, a causa de un concierto que iba a darse ahí. Triste que haya más oficiales más preocupados por un concierto que en el sitio de un lamentable accidente.
En casos de inundación similares al de la Ruta Viva, debe haber alternativas de conectividad previstas para ser activadas. Tenemos la capacidad de mapear las áreas propensas a inundaciones. Eso es algo que cualquier geógrafo profesional podría ayudar a hacer.
Pero para esto se debe cambiar la mentalidad de todos quienes forman parte de la AMT. Lamentablemente, el pico y placa se ha convertido en la gallina de los huevos de oro para esta institución.
Por ello le dedican mucho tiempo y recursos a cazar a quienes no están cumpliendo con los días y horarios establecidos. Definitivamente, la movilidad en Quito tiene cosas mucho más graves que prever.
Y que no se malinterpreten mis palabras. Creo que hay mejores maneras de controlar el pico y placa. Los tags que se usan para el túnel Guayasamín y la vía General Rumiñahui pueden abrir interesantes alternativas.
Todo esto, sin olvidar una premisa fundamental: la movilidad en la capital ecuatoriana no es un problema, sino el síntoma de un problema mayor, que es una planificación que concentra muchas actividades en un núcleo y esparce a sus habitantes por las periferias.