Una Habitación Propia
Se te acabó lo Plácido, Domingo
María Fernanda Ampuero, es una escritora y cronista guayaquileña, ha publicado los libros ‘Lo que aprendí en la peluquería’, ‘Permiso de residencia’ y ‘Pelea de gallos’.
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Parece que la cosa era vox populi.
Que todo el mundo sabía que a don Plácido Domingo, uno de los tenores más importantes del mundo, le gustaba sobajear a las cantantes jovencitas. Una de las pocas denunciantes con nombre y apellido, Angela Turner Wilson, relató cómo en la temporada 1999-2000 de la ópera de Washington, Domingo le manoseó los pechos en el camerino mientras se maquillaban. Ella tenía 28 años y él 59.
Dicen los gringos que se necesita una aldea para criar a un niño, con esa misma mentalidad se necesita una aldea para destruirlo. En el caso de Plácido Domingo, se necesitó una aldea para solapar, ocultar y silenciar sus tendencias y así desacreditar a cualquier mujer que tuviera siquiera la intención de denunciarlo.
La aldea de Domingo, esos cientos de ojos que seguro vieron a las chicas avergonzadas, llorosas, iracundas luego de que el español las toqueteara, estaba en los camerinos, en los hoteles, en la prensa, en las disqueras, en las productoras, en los festivales. Ninguno dijo nada. Así era él: coquetón, mujeriego, seductor, medio viejo verde. Y también uno de los mejores tenores del mundo. Unas cosas por otras, ¿no?
Él tenía su aldea. Ellas estaban solas.
Qué pendejas, ¿no? ¿Por qué no lo denunciaron antes? Se preguntan los que todavía idolatran al cantante de la voz de oro y los puercos dedos largos. Porque, efectivamente, eran otros tiempos. Tiempos que los acosadores como Plácido Domingo suspiran al recordar. Tiempos en los que una mujer tenía que hacer felaciones y callar, ser manoseada y callar, ser violada y callar. Eran tiempos en los que si una mujer quería trabajar tenía que callar.
Tiempos, digo, de calladita te ves más bonita.
Ellos pensaban que jamás se acabarían esos tiempos, qué ingenuos, que nosotras seguiríamos callando para que la ira de los hombres poderosos, como Plácido Domingo, por ejemplo, no nos destruyera la carrera con el aleteo de una mano, como espantando una mosca.
Ellos, Domingo y su aldea, pensaban que nunca llegarían los nuevos tiempos en los que la voz de las mujeres tuviera tal potencia, tal alcance, tal magnitud que llegara a callar la voz de trueno del tenor español.
Qué estúpidos.