De la Vida Real
La llamada de mi abuela ayuda a que me recupere
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Con mi abuela hablo por teléfono una vez a la semana, a lo mucho, y le voy a visitar de vez en cuando. No es por falta de tiempo ni de interés. Siento que las dos somos felices así. No necesitamos nada más.
Lo que sí reconozco es que siempre está pendiente de mí y de mis hijos, un poco más de lo que yo estoy pendiente de ella, y eso me da un poco de cargo de conciencia.
Hace más de una semana tuve una operación y mi abuela, desde el instante que supo que fui ingresada de emergencia al hospital, me llamó. Desde entonces lo ha hecho religiosamente tres veces al día: en la mañana, al mediodía y en la noche.
Si por algo no le contesto, me deja un mensaje de voz en la grabadora del celular: "Chiquita, le estoy llamando, devuélvame la llamada. Por aquí le dejo el recado". Y deja abierta la grabadora de voz y oigo su silencio y su paz por más de un minuto.
Claro, mi abuela no entiende por qué siempre tengo el celular en silencio y creo que tampoco
le puedo explicar que todas las notificaciones las tengo apagadas. Siento que nos separa una brecha comunicacional y digital gigantesca.
Ella me dice que en su época las cosas eran diferentes y me cuenta que cuando estaba enferma todo se curaba con hierbas, aguas, y sabiduría.
"Solamente si algo era realmente grave se llamaba al médico. Cuando tenía gripe me daban, en un jarro de barro grandote, leche caliente hervida con ajo y mucha canela. Era espantoso, pero no había más remedio".
Yo, en cambio, me quejo de la cantidad de pastillas que debo tomar a distintos horarios del día (no le digo que la encargada los recordatorios es la Alexa porque seguro no entendería quién diablos es la tal Alexa, mi asistente virtual).
Durante esta enfermedad me he dado cuenta que mi abuela y yo hablamos idiomas distintos y nos comunicamos a velocidades diferentes. Por suerte su idioma no me es del todo desconocido, aunque me suena obsoleto.
Este tiempo me ha producido nostalgia al ver cómo el lenguaje con los años cambia y hay palabras que se extinguen, pero ella las sigue usando a diario y con total normalidad.
El jueves, que me dolió mucho la herida, me dijo: "Pare un perol en la hornilla, hágase una
agüita de vieja y póngale no más un poquito de azúcar".
Oigo sus recomendaciones y siento que es justo lo que necesito, porque para ella el azúcar no es un veneno. Le obedezco y me hago un té de cedrón, pero no en el perol sino en el microondas.
Me llama en la mañana y le cuento que estoy con frío. "Chiquita linda, póngase un suéter y
abríguese con un chal. Yo le he de mandar con su mamá una pashmina roja que ya no uso". Y yo al teléfono sonrío porque mi abuela a la distancia me mima de una manera antigua.
Ella no es de esas abuelas que tejen ni que se acuestan al lado de un enfermo a consolarlo. No, mi abuela no es así, pero por teléfono siento que me abraza, que me tapa con la chalina y me deja dormida.
Me llama a la hora del almuerzo y le cuento que estoy comiendo sopa: "Chiquita, eso le ha de sentar regio". Y vuelvo a sonreír con cada bocado, imaginándome que me como a Brad Pitt.
Todos los días ofrece venir a visitarme. "Mañana la voy a ver", me dice. Y sé que no vendrá, porque ella tiene 94 años, la vida ya le pesa y los días se le complican, a pesar de que está perfecta, lúcida y ágil.
Me cuenta sus historias y yo las escucho una y otra vez y así hace que mi reposo se vuelva más llevadero. Tengo miedo de recuperarme y perder esta nueva unión telefónica porque siento que ella, en el fondo, me ha curado de la impaciencia y me ha entretenido.
Me ha dado ese toque de perspectiva del idioma, de las frases, de sus "dichos".
Siento que a mi abuela le floreció el amor maternal con la nieta y a mí me ha llenado de
sabiduría. Las llamadas las hace desde su teléfono Nokia de los años 90 y yo le respondo desde mi súper smartphone 2023.
Ojalá me recupere pronto, pero a mi abuela le voy a decir que todavía estoy mal para que me siga llamando todos los días o dejando mensajes de voz, donde me quedo oyendo también sus silencios.