Una Habitación Propia
Aborto libre, aborto libre, aborto libre
María Fernanda Ampuero, es una escritora y cronista guayaquileña, ha publicado los libros ‘Lo que aprendí en la peluquería’, ‘Permiso de residencia’ y ‘Pelea de gallos’.
Actualizada:
Según datos del INEC, entre 2010 y 2019, nacieron casi 68 mil niños hijos de niñas de entre 10 y 15 años. Unos 7.500 al año.
Estamos hablando de niñas que fueron madres antes de la adolescencia. Niñas de diez, once, doce, trece años, cuyas vidas fueron truncadas por una maternidad precoz.
¿Quién dice que se truncaron? La realidad.
No nos hagamos los idiotas: ¿usted dejaría que su hija de once años fuera madre? ¿Qué pasaría con sus sueños de terminar el colegio e ir a la universidad? ¿Qué pasaría con su adolescencia? ¿Qué pasaría con su vida?
¿Usted dejaría que su hija de once años fuera madre?
No, usted no dejaría que su hija fuera madre del fruto de una violación ni a los once años ni a los veinte ni a los treinta. Usted puede pagar la discreción de un ginecólogo con un consultorio elegantísimo.
Son niñas pequeñas, juegan con muñecas, ensayan coreografías, ponen lazos a sus perritos.
¿Recuerda usted, señora, cuando tenía diez años? ¿Recuerda usted, señor, a su hermana o prima a esa edad?
A esas niñas, como usted o su hermanita, se les metió alguien a la cama, quizás cuando ellas estaban durmiendo, soñando con las cosas que sueñan las niñas, y la violó.
¿Sabe usted lo que es una violación? ¿Sabe usted el terror de una niña siendo violada mucho antes de tener relaciones sexuales consentidas? ¿Se lo imagina?
De verdad, ¿se lo imagina?
¿Imagina su carita de pavor al darse cuenta de que le están quitando sus calzoncitos a la fuerza? ¿Se imagina el dolor de una relación sexual no deseada en un cuerpo aún no desarrollado del todo? ¿Escucha sus gritos?
Intente escucharlos, haga un esfuerzo.
El pasado miércoles la Corte Constitucional, por fin, escuchó los gritos de las niñas violadas y aprobó el aborto en casos de violación.
El pasado miércoles la Corte Constitucional, por fin, escuchó los gritos de las niñas.
Y es que en este país, señor, señora, una niña violada por, quién sabe, sus propios familiares -el incesto, ese tabú espantoso, causa gran parte de los embarazos infantiles- podía ir a la cárcel por terminar con el embarazo fruto de esa violación.
Escarnio tras escarnio tras escarnio.
Daño tras daño tras daño.
Penalizar el aborto en casos de violación era la perversión encarnada en la justicia. El mal en forma de ley.
Todos los años más de siete mil vidas de niñas y adolescentes se arruinan por una maternidad no deseada. Paren más de siete mil niños con secuelas inimaginables para toda la vida resultado del trauma de sus madres.
Ser madre como condena, ser hijo como condena.
Hasta antes del miércoles pasado el cuerpo de una mujer violada era propiedad de otros, un objeto que se debe regular, algo ajeno que no controlas, que no te pertenece: calla y acepta, parirás con dolor.
El pasado miércoles este país dio un pequeñísimo paso hacia la reparación de esos cuerpecitos heridos, dañados, violentados a los que, además, se les obligaba a llevar adelante un embarazo en ese mismo cuerpecito roto.
Nadie dice, ojo, que el violador no es el verdadero culpable. Los violadores son la peor lacra del planeta y, además, están por todos lados. Usted, estoy segura, conoce a un violador aunque no lo sepa.
A esos hay que denunciarlos, perseguirlos, señalarlos, acorralarlos y encarcelarlos, pero muchas veces cuentan con el silencio cómplice de las familias -la ropa sucia se lava en casa-, de los amigos -pacto de caballeros-, de la sociedad -hay mujeres que se lo buscan, desde chiquitas ya andan pidiéndolo-.
Pero mientras buscamos maneras para castigar la violación, debemos proteger a las niñas y mujeres que son violadas permitiéndoles decidir, sin culpa ni castigo, si quieren llevar adelante el embarazo.
Debemos proteger a las niñas y mujeres que son violadas permitiéndoles decidir, sin culpa ni castigo.
Las trabajadoras de salud cuentan cosas pavorosas, que parten en dos: niñas que piden que les saquen eso de adentro, niñas que no saben muy bien cómo les pasó los que les pasó, niñas que les piden a los médicos y enfermeras que por favor las ayuden.
El corazón estalla de dolor cuando imaginas a una pequeñita pidiendo no ser madre y a los doctores diciéndoles que eso no se puede hacer, que es ilegal.
Destrozar a la destrozada. Eso lo hacemos muy bien en este país.
Celebro con lágrimas en los ojos la decisión de la Corte Constitucional, pero celebro más a las organizaciones, asociaciones y movimientos de mujeres y todas las abogadas, políticas, periodistas, activistas, lideresas que han trabajado incansablemente para que llegue este día.
Gracias a todas, hermanas.
Tal vez nunca lo sepa, pero esa niña que no será madre, sino que volverá a la escuela y a jugar con muñecas, les debe su futuro, su infancia, su vida.
Eso, amigas mías, es inmenso.