En sus Marcas Listos Fuego
¿Los abogados debemos mentir?
PhD en Derecho Penal; máster en Creación Literaria; máster en Argumentación Jurídica. Abogado litigante, escritor y catedrático universitario.
Actualizada:
El sólo título ya debe haber enardecido a más de uno, que debe estar respondiendo a la pregunta con improperios, aseverando que no existe mentiroso más grande en nuestra sociedad que quien carga a cuestas el título de abogado.
Y no me puedo apartar de su criterio, queridos legos. A mí me ocurre lo mismo y lo he de confesar sin tapujos: normalmente, cuando veo a un abogado venir frente a mí, por seguridad prefiero cambiarme de vereda.
¿Pero por qué ocurre esto? La respuesta la encontré en la Temple University de Filadelfia, este viernes 28 de julio de 2023, tras casi 12 años de ejercer la profesión, cuando escuché una oración tajante como un puñal cortante.
Felipe Vásquez, abogado litigante chileno, en una clase MAGISTRAL (así, con mayúsculas) dijo algo que me golpeó sin previo aviso, aseveró algo que me viene martillando sin piedad.
Mientras nos daba un ejemplo para que utilicemos el sentido común para buscar un argumento de defensa para un cliente hipotético acusado de estafa, dijo la lapidaria frase: “como su abogado, usted tiene la obligación de preguntarle sobre cuáles son los hechos que él conoce. Y por supuesto, que jamás puede preguntarle a su cliente si es inocente o culpable, esa pregunta está prohibida, esa pregunta no se hace.”
Ante nuestras miradas interrogantes aclaró: “si a usted su cliente le dice “soy culpable” entonces usted ya no lo podrá defender, porque el abogado es un colaborador transparente de la justicia, por ende, de toda la sociedad. Por ello, si usted le pregunta ¿es usted culpable? Y su cliente le dice “sí”, entonces usted queda inmediatamente obligado a admitir que su cliente es culpable”.
Pero yo seguía desconcertado, intentando conectar ideas y solté un confundido ¿por qué? La respuesta fue simple: “porque el rol del abogado no es mentirle al tribunal ni al jurado. El rol del abogado es siempre decir la verdad.”
Y claro, todo esto suena descabellado. Muchos responderán: ¿entonces los culpables no tienen derecho a un abogado?
También me planteé esa pregunta y la solución la hallé en el propio sistema de justicia anglosajón, donde no importa la norma, sino los hechos. ¿Por qué? Porque en su sistema no impera jamás el legalismo, sino la racionalidad como máxima de la justicia.
Lo explico mejor, en Estados Unidos en los juicios se discuten hechos y se debaten hechos, y no se pierde el tiempo aseverando que “la conducta no se subsume a la norma” y todo aquello que aquí acostumbramos por tradición romana.
Y les surgirá otra pregunta que yo me sigo haciendo: pero si los hechos objetivos demuestran culpabilidad, ¿no estaría mintiendo el abogado que defiende su inocencia? Lo que ocurre es que nos planteamos esa pregunta desde nuestra cultura de la trampa y la mala fe y no entendemos que evaluar lo que ocurrió no equivale a manipular narrativamente lo que ocurrió.
Debatir sobre si un hecho ocurrió o no o si pudo ocurrir o no es abismalmente distinto a sostener que alguien es inocente cuando no lo es y diametralmente opuesto a mentirle a un juzgador.
¿Realmente importa lo que el abogado piense del caso o importa más lo que los hechos gritan? El rol del abogado NO es juzgar sino presentar los hechos como son, para que sean los hechos los que lleguen a oídos de quien da el veredicto.
Esto suena como una utopía delirante cuando partimos de nuestras creencias. Por ejemplo, en un juicio en Estados Unidos resulta irrelevante si la copia es simple o certificada o si es el documento original. ¿Por qué? Porque el sistema confía en que el abogado no mienta, ergo, si presenta una copia simple y asevera que es igual al original, se le cree.
En Ecuador eso es imposible, no porque seamos desconfiados, sino porque aquí la gran mayoría de abogados mienten, mienten desde que amanecen, se mienten hasta a sí mismos, falsifican la realidad. Aquí nadie confía en nadie, en esta tierra donde el hombre es el perro sarnoso del hombre, donde gana el más tramposo y no el más transparente.
¿Y cómo solucionamos el fenómeno cultural? Con consecuencias. Aquí los grandes culpables, lean bien, son los jueces. Discúlpenme, sus señorías.
No es posible que los abogados mentirosos sigan ejerciendo. No es posible que los abogados que sostienen acusaciones falsas pierdan el caso pero sin consecuencias personales. Es impresentable que los abogados que le hacen trampa al sistema salgan impunes.
En Ecuador ni el 1% de las denuncias o acusaciones maliciosas o temerarias se declaran maliciosas o temerarias. Nos han vendido esa patraña embustera de que ejercer la profesión no puede ser criminalizado. Pamplinas.
Es que el abogado que miente, el abogado que lucra de las injusticias no ejerce su profesión de letrado, sino su rol alternativo de meretriz sin carnet profiláctico.
Es hora, jueces, lean bien, es hora, de que ustedes limpien el sistema, de que conseguir que quienes se ganan el pan de cada día prostituyendo el sistema, dejen de comer.
Solo un país donde los operadores y colaboradores (abogados) del sistema judicial le rinden tributo a la verdad, será un país próspero. Hasta eso, seguiremos siendo lo que somos, un pueblo harapiento que se arrastra entre cunetas en busca de frutas podridas.