En sus Marcas Listos Fuego
Abogados criminalmente organizados
PhD en Derecho Penal; máster en Creación Literaria; máster en Argumentación Jurídica. Abogado litigante, escritor y catedrático universitario.
Actualizada:
Cuidado se queman, que llegué con cerilla y gasolina. Cuidado les hiero, pero vengo armado. Es que no saben cuanta necesidad tengo de decir esto y cuanto bledo me importa ofender a quienes no deberían ejercer la abogacía.
Les voy a contar algo que quienes no son abogados no saben y que a quienes tienen el titulito les ha escandalizado:
El 29 de marzo de 2023 se incorporó al delito de delincuencia organizada un último parrafillo, que ha hecho humear centenares de rabos: “Los demás colaboradores serán sancionados con pena privativa de libertad de cinco a siete años… Por colaborador se entenderá a quien ofrezca, preste o facilite conocimientos jurídicos […] ya sea de manera ocasional o permanente, remunerados o no, con el propósito de servir o contribuir a los fines ilícitos de la organización.”
Este inciso ha causado más de una incisión en la paz de mi gremio. Voces enteras se han levantado para gritar a los cuatro vientos que se está criminalizando la profesión; gritan que la norma es inconstitucional, luchan por derogarla.
Entonces esta columna la dedico a estos mijines que aúllan tanta sandez.
El nuevo tipo penal de delincuencia organizada no se refiere a quien defiende un procesado acusado de delincuencia organizada (porque es obvio que todo procesado tiene derecho a la defensa y todo abogado tiene el derecho a ejercer la profesión).
No mijines de traje tornasol y abundante gel, el tipo penal se refiere a lo que tanto les preocupa: a los casos donde el abogado forma parte de la organización criminal aportándole conocimientos jurídicos con el fin de perfeccionar sus actividades ilícitas, enmascarándolas como lícitas.
Es que los abogados que han prostituido la profesión, esos que pasaron por la universidad pero que la universidad jamás pasó por ellos, no entienden las siguientes normas deontológicas:
- Abogado no es el que ayuda a su cliente a delinquir con el debido y robusto blindaje jurídico. Eso se llama coautoría o complicidad.
- Abogado es el que no permite que su cliente delinca, el que arma un esquema para que su actuar siempre sea lícito. El abogado amaestra a su cliente y le enseña a cumplir la ley. ¿Y si el cliente no entiende? Se cambia de cliente.
- Abogado no es el que ayuda a que una organización criminal opere de forma eficiente y eficaz. Ese lo llama ser 'aboganster'.
- Abogado es el que defiende hechos ocurridos en el pasado en los cuales no participó. Lo explico: es legítimo que un abogado defienda a un procesado por las conductas que le acusan que cometió. Ello es muy distinto a ayudarle a cometer esas conductas.
- Abogado no es el que le ayuda a su cliente a comprar funcionarios judiciales. Abogado es quien, cuando su cliente quiere sobornar, le abre la puerta y le invita amablemente a salir por la misma puerta por la que entró.
Los abogados somos la primera herramienta que tiene el sistema para buscar la justicia. Los abogados no trabajamos para consumar la injusticia. Si les interesa este tema, les recomiendo esta columna: ¿Los abogados debemos mentir?
Abogado es el que aboga por la inocencia de los inocentes y por la pena justa para los culpables. Abogado es el que barre la basura de la corrupción. Abogado no es el que defeca sobre ella para hacerla elegantemente más olorosa.
Abogado no es el que más títulos ostenta. No se confundan. A un abogado no lo hacen sus títulos; un abogado hace a los títulos, los pone en práctica al recordar que el fin de esta profesión es luchar por la armonía social.
Por eso, cuando escuchen abogados quejarse de que se está criminalizando la profesión con la reforma al delito de delincuencia organizada, pregúntenle si está nervioso, consúltenle por qué suda, háganle notar que se le oscurece el pantalón, en la zona de la entrepierna.
Y perdón por la vehemencia, pero es que la frustración ya se me sale por los poros. Tengo que lidiar a diario con tanto bicho que ya he llegado a preguntarme si esta profesión tiene salvación.
¿Qué mantiene mi esperanza? La cantidad de abogados honestos que conozco, de estudios jurídicos enteros dedicados a sacar pecho por esta profesión. Pero no es suficiente. Los abogados que manipulan el sistema, que sobornan autoridades, que estafan a sus clientes, que dilatan los procesos, que abusan del Derecho, deben desaparecer.
¡Qué urgente es un Tribunal de Honor que no sea simbólico y patético! ¡Qué importante sería un Consejo de la Judicatura sin botellas de Johnny Rojo bajo la sala de juntas! ¡Cuánto urge una reforma al Código Orgánico de la Función Judicial! ¡Qué necesario es que quien no ejerce la profesión con probidad, pierda la oportunidad de volver a ejercerla!
Y no porque todo esté podrido, quiere decir que los abogados honestos, los fiscales honestos, los jueces y los policías honestos, no sean capaces de compostar toda esta basura y hacer renacer la justicia.
Por eso doy el primer paso: lanzo la piedra y no escondo la mano. Esta columna es contra mis colegas truchos. Sé que a los honestos esta columna no les llegará, sé que más de un rabo arderá. Por eso, mijines corruptos, les pregunto: ¿les jode lo que les digo? Bien, jódanse.