Columnista Invitado
El abismo entre lo público y lo privado: Ecuador Edition
Máster en Política Pública en la Universidad de Calgary y director de Operaciones e Investigaciones de Latin American Initiative, en coautoría con José Paredes, estudiante de Economía de la Universidad Católica (PUCE).
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Al regresar de vivir en Canadá, lo que más me ha llamado la atención de Ecuador es el buen nivel de las cosas privadas aquí: los suntuosos edificios, los hospitales privados, los laboratorios clínicos, universidades como la San Francisco, los centros comerciales y las tiendas fabulosas que hay, los restaurantes, todo esto no le pide favores a nada en Norteamérica.
La gran diferencia entre Ecuador y Canadá está en lo público. El estado de algunas carreteras, los hospitales del Seguro Social, el servicio de policía, el servicio de ambulancias, el desorden del flujo vehicular, la suciedad en algunas calles y la desatención de los parques públicos.
También me llamó la atención que lo privado, que opera dentro del espacio a lo que los economistas llaman un bien público, está en igual estado de abandono que lo público en general. Entre los ejemplos de lo más notorio está el servicio de celular.
Los grandes proveedores, excepto CNT son empresas privadas, pero a diferencia de otros servicios privados, el suyo es deficiente. La señal es pobre en muchas partes y la mayoría de gente se comunica por WhatsApp.
El otro gran ejemplo de lo terrible del estado de los servicios prestados por empresas privadas en un espacio de bien público es el servicio de buses de Quito.
Hoy leía como un concejal de Quito, Merino me parece, escribía ideas en Twitter/X sobre cómo mejorar el transporte público en la ciudad. A propósito, lo menciono por nombre, no por animosidad, al contrario, de lo poco que le he oído parece ser una buena persona que está ahí para servir a su ciudad. Lo menciono porque si alguien relativamente joven y con buena educación no ve el trasfondo del problema, y no comprende el principio fundamental de lo que debe significar lo publico en una sociedad, es poco probable que otras autoridades con menos educación o disposición lo hagan.
El concejal dilucidaba en su cuenta de Twitter/X acerca de la necesidad de mejorar al transporte público. Dentro de su propuesta, él decía, entre otras cosas, que carriles dedicados para buses eliminarían el problema de los “correteos” (cuando los buseros hacen carreras entre ellos para ganarse pasajeros). Los “correteos” son un ejemplo claro de cómo la empresa privada sin control puede irse sobre el bienestar público en su intento por aumentar ganancias. Y ahí es en donde uno también puede hacer la conexión entre el servicio que prestan los buseros y el servicio de las grandes empresas que proveen los servicios de celular.
En un país en donde el gobierno no es completamente capaz de hacer cumplir las normas y regulaciones, simplemente no se puede ofrecer el lucrativo mercado de bienes públicos a empresas privadas, así como así.
Y es ahí en donde se crea el gran abismo que existe en nuestro país entre lo público y lo privado.
En mi opinión, el trasfondo del problema está en que en Ecuador no tenemos un concepto claro de lo que significa el bien público. En general, en el mundo tendemos a ver a lo público como aquello que no tiene dueño y por ende no tiene el mismo valor que lo privado.
En realidad, lo público debería ser visto como algo casi sagrado porque no solamente que lo público sí tiene dueño, sino que los dueños somos nosotros mismos.
En Ecuador es probable que el desdén particular que sentimos por lo público se deba a la heterogeneidad de nuestra sociedad. No somos iguales y no nos consideramos iguales tampoco. Entonces lo público de verdad no puede ser completamente nuestro y, a lo mucho, lo vemos como algo confuso y a veces hasta como algo que no queremos que sea nuestro. Pero sean cuales fueren nuestros sentimientos hacia lo público, la realidad es que cuidar lo publico se va a hacer poco a poco y cada vez más, un asunto de supervivencia.
Y es que como veamos el espacio público se refleja en muchos aspectos, incluyendo en el vital asunto de la seguridad.
La fuerza pública no nos puede proteger bien si es que no se comprende que ellos, antes de proteger nuestros espacios privados, primero tienen que proteger bien el espacio público. Porque al proteger el espacio que es de todos se comienza a dominar problemas sociales graves tales como la delincuencia y la inseguridad porque es en el espacio público en donde se desarrolla mucho del comportamiento antisocial: los malandros necesitan del espacio público, no solo para hacer sus fechorías, sino también para movilizarse, por ejemplo.
Y ahí regreso a las autoridades municipales, que parecen no comprender los principios básicos del problema.
Se debe considerar que el municipio es crucial para nuestra seguridad porque por ahora tiene la potestad de controlar el tránsito en las calles. Y las calles son, los lugares públicos en donde una buena parte de nuestra vida se desarrolla. Para que el municipio aporte a la seguridad, debe entrenar a los agentes de tránsito para que comprendan que ellos son la primera línea esencial para salvaguardar la seguridad de todos.
Básicamente, se tiene que modificar el concepto de la labor del agente de tránsito para que no sigan siendo solamente semáforos con casco y celulares. Entre otras muchas cosas, los agentes de tránsito deberían estar equipados para poder leer placas automáticamente, lo cual les indicaría si un auto o una moto es robada o el dueño o dueña es buscada por la policía. Ese es un pequeño ejemplo de cómo un esfuerzo conjunto por salvaguardar lo público es vital para poder garantizarnos paz en nuestra vida privada.
Hay un sinnúmero de aspectos en donde solo al cuidar lo público vamos a poder mejorar los niveles en nuestras vidas privadas: más y mejores escuelas públicas significan una población mejor educada y menos susceptible al crimen, y eventualmente una manera de elevar la productividad del país.
Parques bien cuidados significan lugares de esparcimiento para la población que no tiene acceso a clubs privados o propiedades en el campo; lo cual disminuye la incidencia de problemas sociales como el alcoholismo y la violencia contra la mujer.
Si no elevamos lo público al mismo nivel de excelencia de lo privado, es posible que los problemas socioeconómicos que se derivan de una infraestructura pública ineficiente nos dominen y terminemos por tener que buscar mejorar nuestras vidas privadas en algún otro país, emigrando todos.
A propósito, aquí es donde uno bien pudiese decir que un país que no respeta lo público es, en realidad, una tierra de nadie.