La maravillosa y desconocida ruta de las aves en el Malecón de Guayaquil
Junto al cemento, los adoquines y la noria, hay decenas de aves endémicas y migratorias que dan vida al Malecón de Guayaquil, y que pocos conocen.
Tres de las especies de aves que dan vida al Malecón de Guayaquil.
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Los prehistóricos cocodrilos de la Costa o los territoriales monos aulladores no son las únicas especies emblemáticas de Guayaquil. La ciudad también atesora más de 120 especies de aves registradas y de las cuales casi nadie, salvo turistas extranjeros, aprecia y admira.
Una de estas fascinantes especies es la pequeña Tangara Azuleja, un pájaro que deslumbra por sus tonos celestes y blancos, como la bandera guayaquileña, y que bien podría ser llamada el ave símbolo de la ciudad. Se posa en las ramas de los árboles del Malecón 2000, un espacio aglutinado de atractivos turísticos hechos de cemento y hierro.
También deambula en los cables del alumbrado eléctrico y seguro la ha visto frente a su casa. "Es una de esas aves que habita en espacios urbanos y no hay que ir a Cerro Blanco o Cerro Paraíso para observarla", dice el experto en aviturismo, Jaime Arellano.
Este guayaquileño de 32 años ha dedicado gran parte de su vida profesional a mostrar el reino desconocido de las aves en la ciudad. Organiza tours o visitas guiadas por lugares iconicos, como el Malecón 2000 o Cerro Blanco, con el fin de avistar las especies.
Arellano lamenta que casi el 90% de los turistas que recibe en sus tours guiados son extranjeros. "Quiene vienen aquí salen encantados, y no creen que Guayaquil tengan tantas especies", agrega.
En el siguiente gráfico, Arellano detalla seis especies de aves que los guayaquileños y turistas extranjeros pueden admirar en el Malecón y centro de la ciudad:
Aviturismo olvidado
Muchas de las maravillosas aves del Malecón son desconocidas y pasan desapercibidas entre el bullicio de los juegos mecánicos y el tumulto de los negocios.
Pero cohabitan en este lugar: algunas como el Clarinero Colilarga, erróneamente confundido con un cuervo, saluda a los comensales de una conocida cafetería. A veces, se pasea entre las mesas buscando comida en los restaurantes de la calle Olmedo.
Y si el visitante camina hacia la Plaza de la Admnistración, cerca del Palacio Municipal, podrá escuchar el singular canto de la lora caretirroja.
Para Arellano, el aviturismo ha sido olvidado y hasta minimizado por las autoridades locales, puesto que no incluyen en sus planes de promoción turística toda la riqueza de estas especies disponibles en la ciudad.
"Necesitamos senderos y señalética en el Malecón para la gente conozca lo que tiene y se pueda promocionar", expresa el licenciado en Turismo, y colaborador de la guía de avistamiento de aves 'eBird'.
Halcones y garzas de Guayaquil
El Malecón 2000, administrado por la fundación municipal del mismo nombre y cercado desde la época socialcristiana, termina en las faldas del Cerro Santa Ana.
Precisamente, en la zona del barrio Las Peñas, los guayaquileños reciben cada año, y sin saberlo, a una de las aves más rápidas del mundo: el halcón peregrino.
Este es un ave rapaz que escapa de las heladas temperaturas del hemisferio norte, y se refugia a partir de octubre en los espacios verdes de puerto Santa Ana.
"A veces pensamos que tenemos que ir solo a Mindo, Quito o la Amazonía para realizar avistamiento de aves, cuando la ciudad tiene una extensa biodiversidad, de especies migratorias y endémicas", enfatiza Arellano.
Una de estas especies endémicas, es decir, que solo encontrará en Guayaquil, es el perico cachetigris, un bello ejemplar de plumas verdes brillantes y con una pequeña cabeza color celeste.
El perico cachetigris está en categoría vulnerable, según la clasificación de peligro de las especies, y esto se debe a dos motivos: la degradación de su hábitat natural y el tráfico ilegal de fauna silvestre.
"Este es el periquito que vemos en jaulas y se venden en lugares como la Bahía de Guayaquil", reniega Arellano.
Sin saberlo, los guayaquileños poseen otros espacios privilegiados para observar aves, como el malecón del Salado, donde se divisa una de las garzas más grandes de la Costa.
Con más de un metro de alto, la garza blanca de pico negro se levanta imponente sobre el mangle, pese a la contaminación extrema del Estero Salado. Y en ocasiones comparte alimento con la garza Espátula rosada, que se ganó este nombre por su gran pico en forma de espátula.
En una ciudad de pocas áreas verdes y donde el asfalto y cemento predominan, es casi impensable que aves tan singulares aniden en Guayaquil y la hayan convertido en su hogar.
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